Las vacunas salvan miles de vidas…

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Las vacunas salvan miles de vidas…


 
En los debates sobre la conveniencia o necesidad de las vacunas se acostumbra a leer, entre sus acérrimos defensores, una afirmación tajante: las vacunas salvan miles -o millones- de vidas. Estas personas suelen achacar de falta de rigor científico y conocimiento médico a toda aquella persona que cuestione la benignidad, efectividad y necesidad de las vacunas, no importa cuánto dato médico se aporte, y suelen siempre apelar a la necesidad de salvar vidas en lugares del sur global, como países de África. Ahora, ¿es una afirmación con base científica que las vacunas estén salvando miles de vidas? Veamos qué dicen los datos tomando de ejemplo dos Estados, el español y el estadounidense, tomando como punto de partida 1900. Vaya por delante que no soy médico y que simplemente consulto fuentes y saco mis propias conclusiones.

Empezando por el Estado español, el primer dato de referencia a comparar debiera ser el de la evolución de las tasas de mortalidad, en especial infantil, y el de la evolución de la esperanza de vida, y cotejar esas evoluciones con el posible impacto en ellas de la introducción de las campañas de vacunación en su población.

Esta gráfica muestra la evolución de las tasas de natalidad y mortalidad infantil en el Estado español:

Respecto a la evolución de la mortalidad y de la esperanza de vida una fuente como Wikipedia nos arroja estos datos:
“Especialmente significativa fue, en este periodo, la disminución de la mortalidad infantil: pasó del 185,9‰ en 1901 al 136,5‰ en 1925 y al 64,2‰ en 1950.5 Los progresos pediátricos y farmacológicos, de un lado, los de las puericultura, por otro, a los que se sumaron la intervención de los poderes públicos, fueron las causas principales de este progreso contra la mortalidad infantil. En 1932 se creó un Centro de Higiene infantil en cada capital de provincia, medida al origen de las que vendrían más adelante, entre las que destaca la fundación de los Centros Maternales y Pediátricos de Urgencia, a partir de la Ley de Sanidad Infantil y Maternal de 1941.”
Respecto a la esperanza de vida, ésta es la evolución a partir de 1900:

Y esto nos dice de nuevo Wikipedia:

La mortalidad española que, en comparación con la de los países europeos era excesiva en 1900 (del 28,8‰), se fue reduciendo de quinquenio en quinquenio: disminuyó al 21,9‰ en 1915, al 16,8‰ en 1930, al 12,5‰ en 1945 y al 10,8‰ en 1950. Las proporciones de supervivencia en todas las edades, que se mantuvieron más o menos estacionarias entre 1860 y 1900, empiezan a aumentar desde la última fecha. En 1900, de mil nacidos vivos sólo 570 llegaban a los veinte años; en 1930, de mil nacidos vivos alcanzaban esta edad 763; en 1950, la cifra aumentaba a 947‰.

¿Qué se aprecia? Una caída en pico de la mortalidad infantil hasta 1950 y una leve caída de ahí en adelante, incluso con leve aumento entre fines de los 80 y principios de los 90. Además, entre 1900 y 1950, salvo la interrupción que supuso obviamente la Guerra Civil, tenemos un aumento continuado de la esperanza de llegar a los 20 años y un descenso de la mortalidad general desde el 28,8‰ al 10,8‰. ¿Y la esperanza de vida total? Desde 1901 con 35 años de esperanza de vida se llega a los casi 70 en 1960 -casi se duplica-.

¿Qué incidencia ha podido tener en todo esto la introducción de las vacunas? Para eso debemos saber cuándo comienzan a aplicarse las vacunas en el Estado español, y acudimos al calendario de vacunaciones oficial a ver qué nos dice:

Los comienzos de la actividad vacunadora en España datan de 1800, con la vacunación frente a la viruela.
 

En relación con la poliomielitis, en España se usó, entre los años 1959 y 1963, la vacuna Salk, que se administraba gratuitamente a los económicamente débiles. En 1963 se inició en España la vacunación con la vacuna oral atenuada frente a la poliomielitis. En 1965 se añadió la vacunación frente a la difteria, tétanos y tosferina. El primer calendario sistemático de vacunaciones se implanta en 1975.”

Es decir, desde 1800 hasta 1959 sólo se vacuna contra la viruela, y es a partir de 1959 cuando comienzan, con la polio, las campañas. El primer calendario sistemático es de 1975. Tenemos así una bajada en pico de la mortalidad entre 1900 y 1950… ¡sin campañas sistemáticas de vacunación y con una sola vacuna aplicada, ni siquiera sistemáticamente, la de la viruela! Y a partir de la aplicación de campañas amplias de vacunación… ¡un mantenimiento de las tasas de mortalidad ya alcanzadas antes de la etapa con vacunas!

¿Y respecto a la esperanza de vida y la mortalidad total? Pues va a ser que desde 1901 con 35 años de esperanza de vida se llega a los casi 70 en 1960 -casi se duplica-, antes de que se empiecen a realizar las campañas masivas de vacunación -obviamente, para cualquiera que sepa mínimamente de estadística es obvio que el aumento de esperanza de vida está fuertemente ligado al descenso en la mortalidad infantil-. Y así tenemos de nuevo que las mayores brechas en el descenso de la mortalidad se produce en periodos en que no había apenas vacunación y de la mano de las vacunaciones cada vez más masivas y contra más enfermedades apenas se han producido cambios, que ni siquiera se podrían aducir con seguridad a esas vacunas, viendo que la proyección era ya previa. ¿Dónde están todas las vidas salvadas por las vacunas? Veamos si pueden estar en EEUU…

Empecemos por la evolución de la mortalidad infantil:

Observamos una caída en pico hasta 1940-1950, lenta caída a partir de esos años en adelante.

¿Qué sucede en esos años con la esperanza de vida? Veámoslo en otro gráfico:




Si nos fijamos en la esperanza de vida al nacer, vemos un aumento en flecha hasta cerca de los años 50 y a partir de ahí una atenuación en el alargamiento de la esperanza de vida. En las otras edades, vemos que quienes en 1900 superaban los 20 años de edad tenían una esperanza de vida de más de 60 años, esperanza que se eleva después de 98 años -hasta 1998- hasta apenas 75 años, es decir, un aumento en menos de 10 años después de casi diez décadas de mejora de las condiciones médicas con casi seis décadas de vacunación, como en breve veremos . Ni qué decir de quienes en 1900 superaban los 60 años, cuya esperanza de vida en ese año era de 75 años, y casi diez décadas después era de apenas 5 años más, en torno a los 80 años.
¿Qué influencia ha podido tener en esa evolución la introducción de las vacunas? Veamos qué nos dicen los datos sobre calendario de vacunaciones en EEUU (el resumen traducido del fragmento y los resaltados son míos): 
A partir de los años 40 empieza a RECOMENDARSE algunas vacunas -difteria, tétanos y tosferina-, pero no comienza un calendario oficial hasta 1995. La de la polio se comenzó a RECOMENDAR en 1950, la combinada contra el sarampión, las paperas y la rubéola se añade a la lista de recomendaciones en 1970, después de que se desarrollara en los 60.
¿Dónde queda el fuerte impacto de las vacunas en la reducción de la mortalidad infantil y en el alargamiento de la esperanza de vida?
Por supuesto, no tendrá nada de científico afirmar que la caída brutal de la mortalidad infantil se produjo antes de la implantación de las vacunas y sin ninguna participación de éstas, pero es sumamente científico afirmar que es gracias a las vacunas que se ha reducido la mortalidad, a pesar de que los datos empíricos estadísticos muestren lo contrario…
Ahora, ¿qué sería exigible para que una afirmación del tipo “las vacunas salvan miles de vidas” tuviera un sustento científico? Para ello necesitaríamos un estudio realizado siguiendo el método científico. Ese método busca eliminar interferencias en el análisis a partir de una situación con la mayor cantidad de parámetros conocidos y controlados, debe realizarse con una muestra de control, y debe ser replicable en iguales condiciones, esperándose resultados homologables entre ambas pruebas. ¿Cómo debería realizarse un análisis científico del impacto real de la vacunación en la población para poder decir con cierta seguridad que la reducción de la mortalidad o de la morbilidad de una enfermedad concreta se ha debido a la vacuna y no a otros factores? Para ello necesitaríamos una población amplia con hábitos homogéneos y con una evolución de esos hábitos en el tiempo también homogénea en la que pudiéramos establecer dos grupos bien diferenciados, uno de control al que no se le aplica la vacuna, y otro al que sí se le aplica. La forma más factible sería tomar una ciudad, pongamos de unos 10.000 habitantes. Por un lado, porque una muestra amplia nos da más posibilidades de extrapolación o universailzación, ya que entre esas personas va a haber mayores variaciones en sus metabolismos, respuestas químicas, factores genéticos, hábitos, cultura alimentaria, además de similares condiciones en el abastecimiento de aguas, acceso a medicamentos y a centros de salud, a condiciones higiénicas similares, y además se verían afectados en el tiempo por las mismas políticas públicas. Lo ideal sería dividir la población al 50%, 5.000 habitantes que no recibirían la vacuna, y 5.000 que sí, y lo óptimo sería que ese reparto se hiciera de forma que representara equitativamente grupos sociales, profesiones, edades y características genéticas. Esto último, porque tener en una misma familia a unos miembros vacunados y a otros no nos permitiría aún con más precisión comprobar las diferencias en su evolución, al suponerse en una misma familia rasgos genéticos similares y dieta más o menos homogénea, junto con el resto de condiciones de vida -aunque incluso en una familia pueden existir personas, por ejemplo, con determinadas alergias, y otras sin ellas, digamos que un hermano es alérgico al gluten y el resto de la familia no lo es-. Dividida la población y suministrada la vacuna a ese 50%, se deberían comenzar los registros de influencia de la enfermedad en cuestión a lo largo de los años, tomando datos estadísticos, por ejemplo, cada 10 años. Así, después de un periodo significativo, pongamos 50 años, podríamos tener resultados que nos permitieran afirmar con mayor rigor -que nunca podrá ser absoluto, ya que aún en esas condiciones hay factores relacionados con la composición única de cada organismo humano, su resistencia innata, el desarrollo particular de su sistema inmunitario, sus preferencias alimenticias y hábitos deportivos o sedentarios, su actitud vital… junto a otros datos que se nos pueden escapar- que la vacuna ha tenido una incidencia positiva, neutra o negativa en la prevención de esa enfermedad y la reducción de su mortalidad. Lo ideal sería, además, poder repetir o hacer simultáneamente la misma prueba en otra ciudad de una latitud climática y de hábitos y condiciones bien distinta con una población cuantitativamente similar.
Si existen estudios realizados siguiendo el método científico de análisis que lleguen a una conclusión de alta certeza sobre la eficacia de las vacunas y alguien que afirme que tales vacunas salva miles de vidas me lo presentara, podría considerar que su afirmación es científica. Si no, seguiré pensando que sus planteamientos adolecen del rigor médico y científico que achaca a quienes plantean dudas sobre la bondad, eficacia y necesidad de las vacunaciones masivas.

GRIETAS (programa de radio). Fútbol

Grietas 6. Fútbol

futbol-opio-puebloEs evidente que el fútbol profesional mueve masas de gente, gente hipnotizada ya sea delante del televisor o en los estadios de fútbol.
Hemos pensado que sería interesante dedicarle un programa a este tema, para hablar de las atrocidades de este negocio y cómo afecta esto a la gente.
¿Cuanta pasta mueve fútbol? ¿De dónde sale esta pasta? ¿Qué tiene que ver el fútbol con la especulación urbanística?
¿Qué tiene que ver el fútbol con la política? ¿Qué repercusiones sociales tuvo el mundial de Brasil? ¿El fútbol profesional propone valores a la sociedad y ésta se los come mientras mira un partido?Gran cantidad de gente permanece desde sus sofás mirando el televisor a ver cómo futbolistas con gran poder mediático le pegan a un balón mientras en la calle puede estar pasando cualquier cosa, o mientras el político de turno aprueba una ley muy injusta para el conjunto de ciudadanas de un lugar, o los presidentes de los clubs se forran especulando con el suelo urbanizable, para que el que está mirando el televisor tranquilamente luego esté esclavizado para poder habitar una vivienda digna.¿Podríamos decir que el fútbol profesional es el opio del pueblo? Nosotros no ocultamos nuestra opción, pero eso no es lo importante.
Disfrutadlo! Un saludo!
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Autodefensa feminista

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Autodefensa feminista

La violencia contra las mujeres no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en la mayoría de las sociedades. Aquella desigualdad marcada por la diferenciación sexual, es sobre la que se asienta uno de los pilares de dominación más trágico, y a su vez, más asimilado de toda la historia: el patriarcado.
El patriarcado es por definición violencia. Una violencia que se dirige específicamente sobre las mujeres, por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, sujetos carentes de libertad, respeto, autonomía y capacidad de decisión. En este sentido, la violencia contra las mujeres no sólo se manifiesta en la diferenciación de las categorías de los puestos de trabajo, en la cuantía del salario laboral o en las actitudes autoritarias, paternalistas y obscenas que se vierten sobre nosotras; la violencia contra las mujeres impregna todos los ámbitos de la vida social, laboral y doméstica. Pequeños destellos de violencia nos atraviesan día a día. Desde el poder se define, se mira, se intimida y en última instancia se agrede y contra ese poder ostentado por el hombre tenemos que buscar nuestras herramientas y estrategias. Por otro lado, también cabría decir que nosotros/as como personas, somos seres sociales y es la sociedad la que cataloga y define en mayor parte lo que somos, por tanto, no es una cuestión de identidad o elección personal, no todos los hombres son agresores ni todas las mujeres somos víctimas, el poder ejercido por los hombres es una cuestión de estructura y jerarquía social.
Pues bien, sobre ataques y defensas va este artículo. Y es que, desde que el mundo es mundo las mujeres nos hemos visto sistemáticamente sometidas a agresiones físicas y psicológicas. Agresiones algunas más palpables que otras, algunas más recordadas que otras o algunas más temidas que otras. Cuando pensamos en agresiones sexistas o agresiones ejercidas sobre las mujeres, lo más común es que pensemos que se trate de una agresión física que puede degenerar en cualquier momento a un abuso sexual. Quien no sea mujer, puede que no llegue a entenderlo nunca, pero la violación es una palabra que acompaña a la mujer durante toda su vida adolescente y adulta, sobre todo pasadas las doce de la noche. Las mujeres somos instruidas en el terror, diferente del miedo, de que “algo” nos puede pasar si no tenemos el suficiente “cuidado”. A las mujeres se les niega el derecho fundamental a la seguridad y al libre movimiento, además es un elemento coaccionador de los comportamientos y de la libertad de las mujeres haciéndolas responsables de lo que les pueda pasar y a la vez victimizándonos puesto que no se las dota de estrategias y recursos, salvo el dejar de hacer cosas, y/o renunciar a espacios.
women-self-defence-10-620x330Cualquier mujer, a lo largo de su vida, es bastante probable que haya sido o haya temido ser víctima de una agresión. Las mujeres vivimos en un peligro de agresión constante, derivado en la mayor parte de los casos, de nuestra propia condición de sujetos indefensos y vulnerables.  Esta situación es lo que Seligman ha llamado la “indefensión aprendida”, y es que la indefensión no es más que un estado psicológico que se produce en el momento en el que pensamos que los acontecimientos son incontrolables, cuando no podemos hacer nada para cambiarlo. Subvertir esta situación pasa por tomar consciencia de nuestras limitaciones y potencialidades, formarnos y fortalecernos, tanto mental como físicamente, y para ello el deporte es uno de nuestros mejores aliados.
En este sentido, cabe destacar el ejercicio de los deportes de contacto y más concretamente el ejercicio de la autodefensa como forma de fortalecimiento de la mujer. Para ello hemos querido contar con una experiencia de primera mano, a continuación exponemos una pequeña entrevista realizada a una compañera que, aparte de ser deportista a altos niveles de competición, también realiza y dirige clases de autodefensa.

Entrevista a una compañera que realiza y dirige clases de autodefensa

¿Por qué empezaste a practicar artes marciales?; ¿Tuvo algo que ver el hecho de ser mujer?

Siempre me ha gustado el deporte. Creo que una buena comunicación con tu cuerpo es imprescindible para sentirte bien, conocerlo y respetarlo pasa por formarlo y cuidarlo día a día. Y desde pequeña he vivido situaciones en las que se me han impuesto cosas a través de actitudes agresivas, como a todas. Hablo desde un intento de robo, a comentarios sexuales o desprecios entre gente cercana, pasando por el que te intenta meter mano en el metro. Los ejemplos son infinitos. Hiciera lo que hiciera, aguantara o peleara, siempre había una cosa que estaba por encima: dudaba de mí misma, aún cuando pegaba, en el fondo no me sentía de igual a igual. Y decidí resolverlo, si la violencia iba a formar una parte tan importante de mi vida, al menos iba a saber manejarla y sentirme tranquila con ella. La violencia física sólo es una expresión, cuando la entrenas, el entreno se extiende al resto de ámbitos de la violencia. Puedes aprender a sentirte capaz y segura en cualquiera, y transmitírselo al resto.

 ¿Practicar autodefensa te empodera como mujer?

 Sin duda. El concepto que aprendemos de violencia es un acto físico, hombruno; las mujeresdefensa-personaltradicionalmente tenemos formas más pasivas de atacar o de defendernos. Desde el momento en que aprendemos a hacer nuestro algo que nos han negado, lo recuperamos, nos empoderamos. Puede que para alguna ni siquiera llegue el día en que necesite poner en práctica las técnicas que ha entrenado, pero esas herramientas estarán igualmente en ella, y le harán enfrentarse al día a día con otra seguridad. Hablaba antes de típicos consejos de qué debes y qué no debes hacer para estar “segura” siendo una mujer; frente a eso, la autodefensa te da la capacidad de reclamar cualquier espacio, a cualquier hora y sola, sabiéndote capaz de hacer frente a cualquiera que intente negártelo.

 ¿Crees que la mujer tiene que adquirir fuerza mientras que un hombre ya la tiene de por sí? ¿Esto es una ventaja a la hora de practicar algún arte marcial?

 Creo que es el problema de vivir en una cultura que venera la fuerza. Puedes verlo en cualquier gimnasio, con muchísima más claridad que en el resto de lugares. Es evidente que es una capacidad muy útil, que te soluciona y te da ventaja en muchas situaciones, pero no es la única. Si nos hubieran educado en que ser veloz es lo mejor, porque no puedes esquivar ni frenar lo que no te da tiempo a ver; la gente grande tendría serios problemas, porque son habitualmente mucho más lentos. Creo que uno de los retos a los que nos enfrentamos las mujeres, no es al hecho de tener por lo general menos fuerza; sino a entender que esto no es tan importante. Primero porque sí que somos fuertes, con entrenamiento cualquier mujer puede conseguir la fuerza necesaria para que sus golpes sean realmente peligrosos. El hecho de no serlo tanto, es lo que necesitamos olvidar. No frustrarnos, no sentirnos débiles. Simplemente saber que cada persona tiene sus cualidades, si la nuestra casi nunca va a ser tener más fuerza que mi oponente, pero sí que tengo la necesaria para hacer lo que  quiero, ¿qué problema hay?

Sabemos que aparte de tu entrenamiento personal, también das clases en un grupo de autodefensa feminista ¿Cómo os organizáis?

La clase la preparamos y la impartimos un compañero y yo. En principio cada uno tiene un campo en el que está más especializado, pero funcionamos muy bien y dejamos que vaya fluyendo según avanza el día. Lo que hagamos varía mucho de un día a otro, trabajamos con palo, a manos vacía, luxaciones, proyecciones… Intentamos que ante todo dominen unas bases que les permita aplicarlas como quieran, que razonen lo que están haciendo y sepan por qué y cómo funciona. El punto común es que sean situaciones posibles y técnicas útiles.
También hay una parte puramente física, que en realidad es un trabajo para la mente. Aprendemos a tomar la decisión de qué queremos hacer, y a no dejar que nada nos lo impida. Cuando estás a solas con un saco, o peleando con una compañera, o haciendo sentadillas, todas las inseguridades y las dudas que guardas dentro de ti afloran. Puedes distraerte sin parar porque no te tomas en serio a ti misma, o puedes sentir que tus golpes no tienen ningún impacto e inmediatamente volverte más débil. Es eso lo que necesitamos afrontar para conseguir lo que queramos, descartar el más mínimo atisbo de duda y que sólo quede la concentración en qué quiero conseguir.
Los entrenamientos son en La Fábrika, en Vallecas. Siempre han confiado en el proyecto y nos han dado todo el apoyo posible.

¿Qué valores intentáis promover con este tipo de ejercicio?

 El objetivo es capacitarnos para gestionar situaciones de violencia. Para eso, necesitamos prepararnos a nivel físico y mental. Lo más importante para nosotras es trabajar la cabeza, aprender a sentirnos capaces y legitimadas a hacer daño cuando lo consideremos apropiado. Al principio siempre explicamos que esto no es lo que llaman “autodefensa femenina”, es autodefensa feminista. No vamos a dar técnicas específicas enfocadas a la mujer, porque no creemos que existan. Toda arte marcial pretende sacar el máximo partido a tu cuerpo (y a las armas que tengas a mano) en un enfrentamiento en desventaja, seas quien seas; y el que tu principal herramienta sea la fuerza, la velocidad o la agilidad, lo van a decidir la propia situación y tus características. Tenemos muchas capacidades que poner en práctica, y vamos a aprovecharlas, sabiendo que el ser atacadas no nos convierte en víctimas, ni vamos a ser un objetivo más fácil si somos más pequeñas. Nunca diremos a una alumna frases como “no vayas sola de noche”, le diremos que vaya dónde y cuándo quiera, y que la mejor manera de hacerlo es preparada para lo que pueda pasar. Aunque no seamos intocables y nunca podremos asegurar que vaya a salir bien, podemos asegurar que pase lo que pase se sentirán orgullosas y tranquilas consigo mismas.

 ¿Crees que el deporte te ha librado de alguna agresión?

 Sí. Y no sólo en las peleas o agresiones, en las que obviamente estar entrenada me ha dado mucha ventaja (más cuando la gente por lo general no espera una respuesta). Creo que me siento muy segura en situaciones en las que otras personas no lo estarían, y que eso ha evitado que muchas agresiones se lleguen a producir. No agacho la mirada cuando me cruzo con un hombre, no acepto los comentarios cuando no los he pedido, no procuro que me dejen llegar a casa sana y salva. Cuando te liberas de la constante de “soy una posible víctima” y te sientes legitimada cuándo y dónde estés, hay muchos hombres que reconocen una actitud diferente y no se atreven a hacer nada.
 Aunque, también los hay de efecto contrario. Diría que entrenar también me ha llevado a agresiones, por dos motivos. Siguiendo con el mismo ejemplo de “norma básica de mujer a salvo”, precisamente el andar sola por donde quiera, me ha expuesto a situaciones de violencia. Y el hecho de, una vez allí, preferir enfrentarme a llorar o gritar, ha acelerado la situación. Y las dos cosas se deben precisamente porque me sé preparada para afrontarlo. Y no digo, por supuesto, que me crea capaz de salir airosa de cualquier situación, sé que pueden hacerme tanto daño como a cualquiera, es simplemente que tengo claro que yo también puedo hacérselo.
A pesar de ser cierto que la autodefensa empezó a plantearse como un ejercicio específicamente dirigido a mujeres víctimas de agresiones y malos tratos, sin embargo, entendemos que la mujeres sufrimos un ataque constante por parte del patriarcado del que tenemos que defendernos. Esperamos que este texto sirva para tomar conciencia de nuestra posición y posicionamiento como mujeres para que siendo conscientes de nuestros límites y posibilidades seamos lo más fuertes posible, tanto por dentro como fuera.

Más testimonios sobre contenciones mecánicas…

Más testimonios sobre contenciones mecánicas…

correas-de-contencion_primera-vocal   Como ya sabe la mayoría de lectores de Primera Vocal, desde que subiéramos a la web unaescalofriante imagen de las correas usadas en la unidad de psiquiatría infantil del Hospital Gregorio Marañón en Madrid se han sucedido distintos debates y publicaciones sobre esta y otras más que cuestionables prácticas psiquiátricas. Esta entrada pretende continuar con los testimonios que nos han hecho llegar distintas personas y que nos limitamos a reproducir textualmente. Los tres primeros son de profesionales del ámbito de la salud mental, e incluyen descripciones y reflexiones que ayudan a pensar el propio fenómeno de la contención mecánica. Los tres textos siguientes han sido escritos por personas que han vivido en sus propias carnes este quehacer tan terapéutico que consiste en ser atado con correas; el último de ellos es un conjunto de tres poemas (en ocasiones, las palabras de uso más común y la secuencia convencional de oraciones no son el único ni el mejor camino para comunicar la experiencia vivida).
Testimonio 1
Soy enfermero en una unidad de hospitalización de agudos. Pese a considerarse en mi unidad la inmovilización “terapéutica” como medida excepcional a evitar, muchas veces considero que se realizan inmovilizaciones terapéuticas innecesarias.
En muchos congresos de Enfermería se debate acerca de la identidad de la profesión, que desde los inicios ha sido considerada supeditada a la profesión médica. En la búsqueda de su identidad, en agudos me percato de que la Inmovilización es considerada como sello insignia de la profesión. Es considerada la actividad más importante de la unidad y en la que se cuestiona quién es buen o mal profesional, como una oportunidad para valorar que te estás ganando el sueldo, midiendo variables como valentía y arrojo (enfrentamiento con el paciente psicótico) pero cuando se intenta evitar la contención se valora todo lo contrario. Incluso puede peligrar el puesto de trabajo si cuestionas si cierta contención ha sido necesaria o no. Destaco las siguientes puntualizaciones:
-Es necesaria mayor preparación emocional para el personal enfermero. Ciertos profesionales son bien considerados por manejar agitaciones que ellos mismos provocan, sin ser conscientes de que las provocan o incluso de que gozan conteniendo pacientes por una cuestión de poder.
-Los propios supervisores fomentan esto. Está mal visto el que intenta evitar una contención innecesaria.
-Por la noche se tiende más a inmovilizar al paciente, pero, ¿es para que el paciente no moleste a los profesionales?
-La inmovilización se sigue viendo como un castigo. Cuando un paciente, dentro de su delirio, intenta agredir a un miembro del personal, en vez de advertir que actúa bajo un estado de temor, se ve imprescindible sujetarle “como castigo”. Es imposible que yo evite una contención si el resto de personal, supervisor incluido, están en la habitación del paciente poniendo caras largas mientras intento hablar con él.
-Pacientes de otras culturas, de otros países, con otro idioma, con nula adherencia al tratamiento, ven como se les administran cantidades ingentes de medicación en continuos ingresos hospitalarios, incluso actuación de la policía ante fugas. Estos pacientes no se van a tomar la medicación cuando salgan. ¿Es necesario tanto ingreso, tanto sufrimiento para el paciente?
Yo pondría como elemento indispensable que todo profesional pasara por un trabajo de terapia personal para poder trabajar en agudos. Muchos Psiquiatras y Psicólogos pasan por ello, para saber cuáles son sus conflictos y no depositarlos en los pacientes, para no provocar agitaciones cuando el profesional viene de mal humor a trabajar, pero la Enfermería no tiene obligación de pasar por psicoterapia. Lástima porque evitaría sujeciones innecesarias y serían mejores profesionales.
Testimonio 2
Como profesional de la salud mental desde hace años, agradezco enormemente que este debate salga a la luz, y nunca mejor dicho, que exista un poco de luz allí donde predomina la oscuridad.
No tengo experiencia directa con las contenciones mecánicas al no haber trabajado nunca en una planta de psiquiatría de un hospital, pero sí tengo algunos conocimientos de cómo funcionan por lo que la gente que las ha sufrido me ha contado y por lo que algunos profesionales que trabajan allí cuentan.
Me gustaría aportar algunos aspectos para la reflexión, que creo podrían ayudar a cuestionar y reducir el uso de la contención mecánica en aquellos servicios en los que continua siendo una práctica habitual.
1- Su uso es más frecuente cuando el ingreso psiquiátrico es involuntario. En este punto, sería interesante sacar a la luz la arbitrariedad que rige este tipo de ingresos. Es fácil entender que si a alguien se le ingresa contra su voluntad en una planta de psiquiatría, se están sentando las bases para que pueda tener actitudes o comportamientos violentos que terminen “requiriendo” una contención. La pregunta sería cuántas de las personas que son ingresadas involuntariamente podrían ser tratadas con otros abordajes terapéuticos más respetuosos que hiciesen innecesario el ingreso, y la respuesta es “probablemente muchas”. Como consecuencia de ello se reduciría el número de contenciones mecánicas, ya que cuanta menos gente acceda a una planta de psiquiatría contra su voluntad menos contenciones se realizarán.
En relación a los ingresos involuntarios, según mi propia experiencia, muchos de ellos se producen por una paradoja que se da en la “relación terapéutica”. Muchas personas diagnosticadas de algún trastorno psicótico, y que podrían beneficiarse del apoyo profesional, ocultan sus “síntomas” a sus profesionales de referencia por miedo a la reacción que estos vayan a tener. Este miedo es la consecuencia del tipo de relación establecida, en la que el profesional puede ingresar o medicar a alguien contra su voluntad si así lo considera oportuno por valorar que está “muy psicótico”. El miedo y lo terapéutico son incompatibles. La persona, que con otro tipo de relación verdaderamente terapéutica podría afrontar sus vivencias y experiencias de otra manera, decide ocultar al profesional esta información convirtiendo lo que podría ser terapéutico en algo coercitivo. Cuando hablamos de alguien que ha sido definido como “crónico”, esta dinámica se puede repetir de manera cíclica. La secuencia sería: “me encuentro mal, pido ayuda y termino en el hospital contra mi voluntad, así que la próxima vez que me encuentre así, lo ocultaré y no diré nada para que no me ingresen”. Así que al hecho de que alguien lo pase mal porque está “psicótico”, se suma que en lugar de pedir ayuda lo que hace es ocultarlo a quien se supone que le podría ayudar, lo cual difícilmente favorece que la persona consiga estar más tranquila, aumentando su desconfianza y suspicacia, lo que se terminará interpretando como reactivación de su sintomatología psicótica. Por lo tanto el “tratamiento para reducir la paranoia” estaría provocando más paranoia. La cuestión no es negar la existencia de estos estados altamente alterados ni la angustia asociada, sino plantear otras formas de abordarlos.
2 – El marco teórico que tengan los profesionales que traten a la persona hará más o menos probable que termine teniendo lugar una contención. Si partimos de un modelo biologicista será más probable que recurramos a la contención que si lo hacemos desde uno humanista. Si pensamos que el estado de alteración y agitación de la persona responde a un desequilibrio bioquímico y a un mal funcionamiento cerebral producido por una enfermedad, no responderemos igual que si pensamos que ese estado puede responder a factores contextuales y biográficos. El tipo de intervención que llevaremos a cabo será distinta y las consecuencias para el paciente también.
Recientemente un compañero me comentaba, de manera muy acertada, que una forma de reducir el número de contenciones e intervenciones coercitivas, sería considerar que cuando un paciente acude agitado y alterado a urgencias o a su centro de salud mental, pensáramos que acaba de sufrir una tragedia enorme (por ejemplo un atentado terrorista o un secuestro), ya que de esta forma, nuestra manera de acercarnos a él sería mucho más respetuosa y empática, al mismo tiempo que entenderíamos que pudiera reaccionar de manera poco adecuada a nuestros intentos de ayudarle. Creo que de esta manera se reduciría la tendencia de algunos profesionales a pasar a la acción sin conocer muchas veces qué le ha sucedido a la persona para que se encuentre así. Si además esta persona, en su historia biográfica, ha sufrido algún tipo de maltrato, abuso o acoso (algo bastante frecuente, según demuestran los estudios más recientes sobre la relación psicosis-trauma), cualquier tipo de medida coercitiva, en especial el uso de la contención mecánica, supondría una retraumatización que haría a la persona revivir la experiencia de indefensión y miedo.
3 – Otro factor importante es el tiempo. Muchas contenciones se producen porque se quieren solucionar las cosas de manera rápida, cuando simplemente dedicando más tiempo y de más calidad a la persona podría llegarse a soluciones compartidas más respetuosas. Muchas personas en estado de crisis aguda, ante la presencia de alguien dispuesto a escuchar y a dedicarle el tiempo que sea necesario, pueden transitar de un estado de angustia extrema a otro de angustia “tolerable” que hace posible acercamientos no coercitivos.
4 – El contexto en el que todo esto se produce es determinante, entendiendo éste en su acepción más amplia, incluyendo el contexto físico, social, cultural, político… El aumento de las desigualdades, la injusticia social, la excesiva burocratización y el alejamiento de la salud mental del campo de las humanidades y su acercamiento al ámbito hospitalario, así como la propia violencia que el sistema ejerce sobre las personas en distintos ámbitos (por ejemplo a nivel laboral), son aspectos que no son ajenos al uso de la contención y de otras medidas coercitivas en este y otros ámbitos.
5 – El uso de la mentira como forma de conseguir que los pacientes acepten determinado tipo de intervenciones, así como determinadas actitudes que infravaloran sus capacidades a la hora de decidir, también contribuyen a aumentar las posibilidades de que una medida coercitiva sea utilizada. Ejemplos de esto serían: no informar sobre efectos secundarios de la medicación a los pacientes, minimizar los mismos cuando sí son informados, no informar sobre otros abordajes terapéuticos, engañar deliberadamente al paciente para que tome la medicación diciéndole que es para algo distinto al motivo de la prescripción, no tomar en cuenta las repetidas quejas del paciente sobre distintos aspectos de su tratamiento, transmitir la información a la familia en lugar de al paciente, plantear algo como opcional cuando en el fondo es algo obligatorio, incapacitar legalmente a personas con capacidad para tomar decisiones por sí mismas… y así muchas otras situaciones que no resultarán ajenas a las personas que frecuenten este tipo de servicios.
En este punto, determinados comentarios y actitudes por parte de los profesionales pueden provocar el comportamiento alterado y agitado del paciente que luego estos mismos profesionales intentan controlar mediante la contención o el ingreso involuntario. Este tipo de dinámicas son sutiles, y a veces se esconden bajo la apariencia de buenas intenciones y actitudes proactivas de “ayudar y cuidar” al paciente. Esto es de una perversión extrema, ya que quien te agrede y te hace daño, es quien se supone te debería ayudar, con lo cual la persona se queda atrapada en esta relación patológica que fomenta la sumisión, como resultado de experiencias repetidas de indefensión. Resulta curioso que haya muchos pacientes que después de muchos años recibiendo atención por parte de profesionales que “quieren ayudarles por su bien” sigan rechazando su ayuda, lo que les conduce inevitablemente a “terminar recibiéndola a la fuerza”. ¿Quizá sea que no sienten que esta ayuda les ayude? ¿Qué diferencia este tipo de “terapias” del maltrato?
6 – Aunque este sea un punto delicado y controvertido, creo que incluso cuando de manera excepcional la contención termine produciéndose (aunque siempre es preferible que no se produzca), existen formas de reducir el impacto traumático que tiene para la persona. En este caso informar a la persona en todo momento de lo que se está haciendo y se va a hacer, manifestar que va a ser por el menor tiempo posible, explicar los motivos dejando claro que la intención es intentar calmar y proteger a la persona y nunca castigarla por su actitud, no dejar a la persona sola y atender sus necesidades más básicas, y por supuesto, pedir disculpas por haber tenido que utilizar este tipo de intervención tan agresiva, pueden minimizar el impacto traumático que esta experiencia tiene.
7 – Es necesario hacer una reflexión como profesionales acerca del impacto traumático que para una persona tiene el hecho de ser contenido mecánicamente. Algunos profesionales minimizan el impacto de la experiencia y lo justifican por los supuestos beneficios que puede tener para el paciente, aunque reconozcan que es una experiencia desagradable. Aunque esta actitud pueda ser comprensible teniendo en cuenta el tipo de formación que recibimos como profesionales (exagerar los beneficios y minimizar los perjuicios de las intervenciones coercitivas, “son por el bien del paciente”), no podemos permanecer impasibles y debemos hacer lo posible por reducir este tipo de prácticas tanto como sea posible, siendo conscientes del daño que producen a cualquier ser humano. Como profesionales, aunque nos duela escuchar los testimonios de algunas personas que han sufrido contenciones, no podemos dejar de escucharlos y mirar para otro lado, y debemos reconocer el daño causado, la valentía para contarlo y pedirles disculpas. Para esto último, es necesario que muchos profesionales se bajen de su pedestal, algo no siempre fácil…
8- Por último, un elemento clave que mejoraría la atención en salud mental, reduciría considerablemente el uso de medidas coercitivas en general, y de contenciones mecánicas en particular, sería contratar como profesionales a personas que hayan tenido problemas de salud mental y se hayan recuperado, algo que ya se está haciendo en otros países con éxito. Su presencia en los distintos dispositivos de atención, modificaría las prácticas de los profesionales y los discursos utilizados, siendo más respetuosos y empáticos con el sufrimiento de las personas. Quién mejor que alguien que ha experimentado como paciente la atención que el sistema le ha brindado, para conocer sus fortalezas y debilidades, y aportar algo de luz sobre algunos aspectos que a los profesionales nos cuesta ver. Quizá si escucháramos de verdad lo que los pacientes nos cuentan acerca del efecto que producimos con nuestras intervenciones, nos pensaríamos muy bien qué hacemos y cómo lo hacemos, recordando siempre un principio básico: “Primum non nocere” (lo primero no hacer daño).
Testimonio 3
Hoy escuché un golpe en el pasillo de la Unidad y gente hablando un poco alto. Salí a ver qué pasaba, siempre con el miedo paranoide a la agresividad del otro. En este caso, el otro era un chico de 20 años, recientemente ingresado en nuestra Unidad, hablaba de cosas que había superado, peleas con armas blancas, consumos de drogas, hablaba de Marruecos, país de sus familiares, su historia en medio de balbuceos confusos y todo impregnado de rabia, aparte de fármacos, se señalaba el dorso de la mano, una venda cubría varias heridas recientes hechas con un cigarro, se trató de arrancar la parte de arriba del chándal, se bajó la cremallera y luego balbuceó algo como, seré tonto, a ver si me la he cargado y volvió a subírsela, con todo lo que he pasado no tengo por qué estar aquí, no quiero estar aquí. Mientras tanto éramos, contándome a mi llegada, 4 profesionales, otra persona ingresada se asomó y alguien lo echó como el que está observando algo que no debería ver. Algunos de nosotros teníamos guantes puestos, atributo a ser posible imprescindible para una contención física. Apareció otro compañero que se quedó observando a una cierta distancia por si tenía que entrar en acción. La enfermera, que era la que dirigía el cotarro a mi llegada, solo le recordaba en tono ¡firmes!, que ya había hecho lo que le había pedido, avisar a su doctor, y que se tranquilizara. A mi solo me salieron de la garganta dos emisiones idénticas, como un eco sonoro que trataba de tranquilizar desde la distancia, Marcos…Marcos…, y un leve contacto en el hombro.
A todo esto llegó su doctor y se lo llevó al despacho a hablar.
A la vuelta del desayuno comentaba un compañero, Un paciente casi se agita esta mañana. Lo sé. ¡Es verdad, que estabas allí! Ese era el compañero que se mantuvo a unos metros, yo se supone que estaba al lado de Marcos, pero la verdad es que no sé si estaba allí, no sé quién estaba allí, quizás estuviera solo él, desesperado en su confusa soledad y cientos de personas rodeándolo, entre las que estábamos un puñado de profesionales en actitud defensiva, temiendo-esperando, casi como provocando una agitación. Quizás por eso mis palabras sonaron como un eco, él casi ni se inmutó al oírlas, no sé si realmente llegó a oírlas desde tan lejos.
El paciente fue trasladado a una Unidad con mayor capacidad de contención física y menor contención emocional. Imagínense qué tipo de contención emocional podemos ofrecerles a las personas que están ingresadas en los hospitales para las llamadas enfermedades mentales, la misma que podemos ofrecernos a nosotros mismos en una situación como esta, sentimos miedo, algo de tensión como la que puede sentir un animal agazapado, un animal que espera cazar a su presa o ser cazado por su depredador, una mezcla de los dos miedos, pero la situación se aleja algo de esta, porque nuestra supervivencia física está prácticamente asegurada en la mayor parte de los momentos, nos queda el vestigio emocional de ese miedo, que nos impide percibir qué está pasando en ese otro mundo, ese mundo confuso y enloquecido en el que estamos las personas en los momentos de crisis, un mundo de difícil acceso, aparentemente.
Testimonio 4
Nada más llegar al “Sanatorio Esquerdo” un psiquiátrico privado de Madrid me pusieron una inyección que me dejó cao, no se el tiempo que estuve inconsciente. Me llevaron allí después de estar en psicosis aguda durante quince días, me dijeron que me llevaban al dentista. En ese tiempo tenía las muelas de juicio jodidas, y me dolía una barbaridad… Les creí.
Desperté en una habitación extraña, estaba sola, desorientada, salí a un enorme pasillo al que daban muchas puertas como la que yo crucé, salí y me acerqué a las ventanas que allí había. Abrí una, había rejas, abrí otra, había rejas, abrí otra, más rejas. Dos hombres vestidos de blanco se acercaron por detrás, me agarraron. Yo me resistí, no entendía nada, me arrastraron por el pasillo, me llevaron escaleras abajo, no entendía nada. Gritaba, les decía: ¿Qué coño hacéis? ¿Dónde estoy? ¡Dejadme en paz!, Tranquila, tranquila me decían mientras me arrastraban… no entendía nada.
Me encerraron en una celda del sótano, me ataron a la cama, me inyectaron, quedé cao. Cuando desperté en la celda no sé el tiempo que llevaba allí, ni el que después estuve, fue el más largo de mi vida, y en mis células quedó grabado. La celda tenía una puerta con una mirilla, no recuerdo ver a nadie asomarse, la cama estaba frente a ella. Por encima de mi cabeza había una ventana.
Recuerdo que la única persona que entró allí fue una limpiadora, que al verme atada, forcejeando y gritando que me soltasen, se acercó e intentó ayudarme diciéndome que me iba a ir mejor si me callaba, que me calmara, que era la manera de salir de allí. Nunca sabré si este hecho pertenece a una realidad propia o compartida, si realmente existe esa mujer, no la volví a ver el resto del ingreso. Da igual, en ese momento me dio lucidez suficiente como para entender que o tragaba, o de allí no salía.
Además del terror que viví en esa celda, recuerdo la impotencia de no poder ver el cielo por la ventana.
Numa.
Testimonio 5
Tres ingresos, tres contenciones mecánicas. Las dos primeras, muy lejos ya. Horribles las dos. Aunque para ser sincera, para recordar la segunda tendría que hacer un esfuerzo que ahora mismo no me resultaría útil. Con el recuerdo de la primera y la última sobra.
La primera, por iniciática, fue de lo más traumática, aunque debido al globazo que llevaba ya encima (vete tú a saber qué me habían suministrado a esas alturas) la recuerdo con niebla. Me palpita fuerte el miedo que sentí cuando desperté. Atada. Bastante prieta, además. Sola en una habitación con paredes blancas, y una cama en medio. Yo en la cama. Atada. Grité muchísimo. No insultaba, no maldecía, recuerdo que solo llamaba a alguien. A quién?, Daba igual. No podía entender qué había sucedido, qué había pasado. Porqué estaba atada a esa cama. Donde estaba .Y porqué estaba sola. De vez en cuando oía una puerta. Se abría, se cerraba, y entonces a través de una especia de mirilla, veía un cambio de luz. Había alguien mirando. Y yo, algo así cómo, Hola? Nada. Hay alguien? Nada. Que pasa? Nada. Porque estoy aquí? Saben en mi casa que estoy aquí? Nada. Otra vez la puerta que separaba mi puerta del resto de la instalación sonaba. Se abría y se cerraba. Se iban. Entraban a mirar si estaba dormida o despierta, y según yo estaba, así procedían. Cuando estaba despierta, se iban. Me cansaba. Dormitaba. Duró mucho tiempo esa situación. Aprovechaban para entrar cuando estaba dormida. Luego, salían, raudos! antes de que me diese cuenta de que había personas allí. Quizás me daban de comer. O quizás solo me medicaban. Esos momentos son muy vagos. Eso sí, nadie hablaba conmigo. Nadie respondía mis preguntas. Cada vez que despertaba me ponía más nerviosa. Eso sí lo recuerdo. Entonces, ya sí, empecé a insultar y a maldecir. Cada vez que oía esa doble puerta. Un ojo se posaba en la mirilla, y yo, que no entendía nada, y empezaba a estar cansada, gritaba, insultaba y maldecía. Quizás había pasado un día y una noche entera ya desde la primera vez que desperté. Empezaba a estar, aparte de cansada, algo así como histérica. Recuerdo pensar: Me voy a volver loca. Cómo siga aquí mucho tiempo, y esta gente entre y salga sin ni dirigirme a penas la mirada, mientras les imploro qué ha sucedido para que yo esté aquí, me voy a volver loca. Qué pasa? Porqué no me hablan? Qué ironía.
En mi ingenuidad, cada vez que se abría la doble puerta, llamaba a mi madre. Tenía la esperanza de que el timbre de mi voz le podría llegar. Si ella supiese lo que me estaban haciendo no lo permitiría. Ni ella ni mis hermanos. Pero claro, ellos no lo sabían. Sólo sabían que yo estaba tan y tan mal (?), que tenía que estar encerrada, y además incomunicada (no sé si el detalle de las correas se lo mencionaron). Era lo mejor para mí, les dijeron.  Yo quería verles. Necesitaba verles. Ellos a mí también. Pero no, lo mejor era (fue), no sé quién lo decidió, tenerme en esa habitación dos días con sus dos noches.
Como he dicho antes, de la segunda ocasión no recuerdo apenas detalles. Ya no era una novata, imagino, y supongo que me tragué lo de que debía ser lo normal. De la última vez, hace solo un par de años. Mismo hospital (Santa Caterina de Salt, por cierto). Mismo personal. Eso siempre me ha hecho bastante gracia. Las dos veces que he vuelto, después de la primera (2005), me alegraba de verles (en plan, hey, que tal? la situación es una mierda, pero joder, cuanto tiempo! todo bien?) Ellxs?.. a excepción de algunxs, claro, hacen como si no te hubiesen visto en la vida, o cómo si el saludo o la sonrisa que te esfuerzas en ofrecerles, pese a la vergüenza propia de afrontar volver a verles en esa tesitura, no fuese con ellxs. La cosa es que esta última vez da para más. La recuerdo bien. Sus amenazas. Ya nos conocemos Vero, me decían, como si yo fuese, yo qué sé! Por eso mismo!, pensaba yo. No confiáis en mí? Lo único que me pasa cuando estoy ingresada es que debo de molestarles mucho, porque suelo tener miedo. Estar acojonada lo describe mejor. Me hago como muy pequeñita y tengo miedo. Para qué narices tuvieron que atarme?  Fui voluntariamente (sin quererlo, pero con pocas opciones para mi familia y entorno de acompañarme en mi estado de euforia, y reconociendo su agotamiento y desconfianza en poder ayudarme, les pedí que me llevasen). Acabaron, una vez atada, arrancándome dos piercings que llevaba, a la fuerza. Me sentí muy violada. El del labio lo entendí. Llevaba otro en el pezón. De donde mierda sacaron que tenía ese piercing? Y ese afán por quitármelo? Y esas caras de, al final te lo vamos a quitar, no te resistas. Y vinieron dos más. Y los que había allí me sonrieron (?) despiadadamente a la llegada de sus refuerzos Me desgarraron el cuerpo y el alma, arrancándome aquellos dos pendientes. Me ataron. Y ya ahí se me acabaron las fuerzas, me rendí. Y lloré muchísimo. Ya hasta querer dormirme y no despertarme más. Me dormí, supongo. Ya no recuerdo más.
Lo más gracioso es que al día siguiente, los muy condenados, se hacen los de “a mí no me mires”…
Pero sus ojos y las miradas que me dirigen les delatan. VGM
Testimonio 6 / Poemas
La locura eran las paredes haciendo la autopsia
a las calles que habían dejado morir tus palabras.
Esos cerrojos sellando tu angustia con la farmacología
que daba más amnesia que capacidad para decir tu historia
a ese espejo que preguntaba en tus ojos quién eras.
Y respondía el crujido de ese vacío inyectado en tus venas.
La locura era la compostura del serrín y de los suelos
porque si te salías de la curva, unas correas te impondrían la recta.
Y ya había pasado demasiadas veces para conocer el costo del verbo.
Si gritabas, si corrías, si movías de sitio la mesa
si te negabas al tratamiento, si exigías tu libertad, si discutías o incumplías sus normas
harían uso de la medicina no para curar tu dolor, no por la enfermedad, no porque deliraras
sino para tenerte callada, para curar su propio control militar del psiquiátrico
a través de sedantes que te hacían vegetales las heridas y vegetales los deseos
y correas sobre la cama para atar tu cordura dónde ellos habían determinado que debía de estar.
Cada vez que ocurría y te ataban y te inyectaban, se abría en tu cerebro un grito de niebla.
La constante amenaza y certeza de que volvería a pasar, te obligó a comer los suelos. Y por primera vez te sentiste una jodida enferma. A bajar la tangente por la lengua. Tu voz. Tu dignidad. Allí no valía nada. Eras una loca.
Sólo podías comer de su grasa y escupir los huesos al cristal. Con el fuego en los ojos. Para salir lo antes posible.
Sólo podías decir, esto es una pipa. Para que firmaran de una vez tu libertad.
Y llevarte tus pájaros contigo donde no alcanzaran sus apestosas rejas.
——————–
Cuando viví en esa habitación. Mi casa era el pez que no existía y que derramaba océano sobre mis pies. Su puerta estaba estallada contra ti. Y sólo dejaba pasar a los locos. Cuando tú querías saber por qué no comía. Sólo te respondía una hoja doblada en forma de barco que siempre se parecía a un muerto. Sólo le decía a los locos, de mi hambre. Cuando tú me llamabas a tu despacho para hacer un diagnóstico, cerraba mis ojos y hablaba palabras que no existían para que no me ensuciaran tus oídos el diccionario. Sólo hablaba a los locos de mi desvelo. Cuando trajeron a Mar. Era ya de noche. Casi la hora en las que nos encerrabais en la habitación y dabais vuelta a la llave. Ella gritaba. Como yo grité, cuando me llevasteis. Ella estaba atada en la misma habitación de aislamiento, que yo estuve. Y lloraba con la rabia de las estrellas fugaces. Y me pegué a su puerta y le dije algo de la nube y la sangre. Y fui a vuestro mostrador y os dije que la soltarais que así no se cura a nadie, que la estabais haciendo sufrir. Y os tiré todo lo que teníais en la mesa. Y apretasteis el botón. Y vinieron cuatro guardias de seguridad. Y me redujeron. Y me encerrasteis también. Y me pinchasteis con una aguja de veneno. La noche que caía. Sólo besaba a los locos. Las palabras que entre esas paredes sabían de los sueños, sólo amaban a los locos.
——————–
Eran sábanas blancas. Ásperas. No se rompían fácil. No se desgarraban como las de casa. Una mordida y tirar. Soñabas cuerdas. Cuerdas arma. Y cuerdas separación. Cuerdas en sus cuellos y sobre tus ojos, para no mirar. Había cuatro paredes. Pero no eran como otros cuartos en los que habías estado. Eran paredes de ausencia. Paredes de suicidio. Paredes de miles de km de distancia. Como si ellas tuvieran las razones de todas las tijeras y los vidrios rotos y la muerte en las cuencas secas del río. Olía a química y a limpieza, una limpieza de censura. Una blancura de vergüenza. Sentías que menstruabas sobre ellos cuando entraban. Que te ponías roja y se te escapaba el rojo. Que ellos señalaban el rojo con crucifijos en tu útero. Los clavaban con su mirada fría. Con las correas que tenías en las manos y en los tobillos, sobre toda tu alma. Sentías lo más sucio fluyendo de ti. Con sabor carne. Carne encrucijada en sus tenedores. Te ardían los ojos. Te temblaban las uñas. Un sopor de grasa. Infectaba las paredes. La fiebre. La ausencia. El muerto que abría su barriga cuando entraban los castradores, con sus inyecciones, con su pulcritud. Todo era confuso. Menos la desconfianza. Menos el miedo y el odio a ellos.
———————–
os dijo mi garganta con cada gota de mi sangre que no os acercarais
os dijo mi libertad, con su derecho que no iba a subir a ese coche
os dijo mi idioma de los pájaros etílicos que no quería ni una letra de vuestra sobria muerte
pero erais más y os abalanzasteis sobre mí
y pensasteis que mi odio era enfermo
que mi violencia era locura cuando me defendía de la vuestra, que mis puños eran razón de más inyecciones, de atar más fuerte, porque estaba cada vez más rabiosa, de pura manía, de pura esquizofrenia
pero no era la enfermedad, era mi cordura, mi dignidad, mi vida, mi carne y mi infierno, mío, y yo dueña, dueña de mis laberintos, aunque me despertenezcan, aunque me partan a la mitad y me hagan nada, será mi nada, si la sombra maldita que me es un cuchillo, será mi sangre, mi herida, será mi sinrazón
y vosotros quisisteis despojarme de mi dignidad, arrebatarme el derecho sobre mis pasos, escribirme enferma, escribirme incapaz, poner vuestras grasientas manos, en mi camino de la noche y quitar las mías llenándolas de esposas y de drogas farmacéuticas hasta sentir mi pensamiento blanco como la nada
quisisteis aún después, por la fuerza, borrar mi voz, mi capacidad de decisión, mi vida,  encrucijarla a un virus
mi derecho como humana
encerrada en vuestra prisión desposeída en vuestra medicina, cada vez más de la cordura
porque para la cordura, lo primero es la libertad
y mi odio, el que vuestras correas multiplicaban
mis gritos que vuestro hospital hacía cada vez más agudos e insoportables
mi rabia y desprecio por todos vosotros
fue lo que me libró de la locura
mi unión con mi sombra, con mi carne, con mi útero
y no con las farmacéuticas o manual para ser feliz, de un puto psiquiatra, ajeno a mi yo.

Welcome to the machine

Welcome to the machine




¿Cómo os han inoculado la obediencia?
¿Quién os ha convencido?
¿En qué momento el mundo
-lugar siempre incompleto, inmarcesible-
se os hizo necesario y concluido?
¿Cuándo los sacerdotes,
psicólogos, ministros, publicistas,
lograron que encontraseis su basura
veraz y apetecible, deliciosa?
¿Cómo es que continuas
esperando tu turno, con modales
perfectamente pulcros,
y enrojeces de placer y de alegría
cuando al fin te han concedido
avanzar una casilla?
¿Pero es que no te queda
ni un gramo de ti mismo, amigo mío?



Cristóbal Pérez. En: Voces del Extremo. Madrid, 2014. Poesía y Desobediencia. Ed. Amargord, 2014.

La tecnocracia que nos matará

[Malatextosetik hartutako ekaineko testua]

La tecnocracia que nos matará 

"Los obstáculos técnicos eran de enormes proporciones, pero es muy gratificante haber producido un nuevo tipo de láser de estado sólido con un poder sin precedentes y una gran calidad del haz para su tamaño".

Son las palabras del director del programa. ¿Qué programa? Dada la asepsia con la que se exponen las dificultades afrontadas y los logros obtenidos, bien podría tratarse de una nueva tecnología quirúrgica o de la mejora de un componente industrial que reduzca sensiblemente nuestro consumo energético, o de … Nada de eso, a pesar de lo gratificante que le ha resultado a su director, hablamos del desarrollo de un nueva arma, tan mortífera que la prensa ha dado en llamarla “el rayo de la muerte”.

Más o menos en eso consiste la tecnocracia, en el logro de objetivos de forma eficiente, sin valorar en esencia esos objetivos, la llamada buena gestión frente al politiqueo y el proselitismo. Dado el evidente fracaso de la política partidista, mucha gente depositaría con gusto su confianza en profesionales de la gestión: economistas, científicos, ingenieras,... No obstante, la política es algo mucho más extenso y complejo que el mero parlamentarismo y ésta todo lo impregna. Por ello, no es posible llevar a cabo gestión alguna libre de orientación política, aunque ello se dé, tal vez, de modo inconsciente. Despolitizar la gestión hoy en día es dejarla invadir por la ideología dominante, el pensamiento único del capitalismo en el que el crecimiento y la competitividad son asumidos como fines objetivamente deseables sin tener en cuenta lo que conllevan: aumento de las desigualdades, degradación del medio ambiente, precariedad, insatisfacción …

Si no somos capaces de orientar las metas políticas hacia el bien común, de forma extensa en el tiempo y en el espacio, es decir pensando globalmente y a futuro, toda buena gestión, por mucha satisfacción personal que pueda generar, contribuirá cual rayo exterminador a incrementar el crimen y la indecencia de la humanidad.

Hanna Arendt en su estudio sobre la banalidad del mal, explica cómo el teniente coronel nazi Eichmann, encargado de la organización de la logística de transportes del Holocausto, que logró aligerar el ritmo de la cadena de exterminio, alegó en su defensa que las acciones que cometió eran bajo la obediencia debida a sus superiores. Otro tecnócrata que creyó no haber roto un plato, que se limitó a hacer bien su trabajo. En el fondo, de algo de eso adolecemos todas las personas y demasiadas veces, en nuestro pliego de descargo aludimos a influjos de orden superior para no afrontar nuestra parcela de responsabilidad en cómo está el mundo: cómo trabajamos, cómo consumimos o cómo nos relacionamos. Nos escondemos tras la legalidad y las normas, y nos olvidamos de la ética y de que las personas estamos por encima de las decisiones de los consejos de ministros y de los gobernantes. De la misma forma que las leyes, la tecnología y los tecnócratas no son neutrales.

El desarrollo militar no parece verse afectado por la crisis, el sector sigue en expansión y ya disponemos de un arma láser. Esto no se puede catalogar como un éxito de la técnica, fruto de una buena gestión sino como muestra del fracaso de nuestra especie.

Colectivo Malatextos, 3 de junio de 2015