Como ya sabe la
mayoría de lectores de Primera Vocal, desde que subiéramos a la web unaescalofriante imagen de las correas usadas en la unidad de psiquiatría infantil del Hospital Gregorio Marañón en Madrid se han sucedido distintos debates y publicaciones sobre esta y otras más que cuestionables prácticas psiquiátricas. Esta entrada pretende continuar con los testimonios que nos han hecho llegar distintas personas y que nos limitamos a reproducir textualmente. Los tres primeros son de profesionales del ámbito de la salud mental, e incluyen descripciones y reflexiones que ayudan a pensar el propio fenómeno de la contención mecánica. Los tres textos siguientes han sido escritos por personas que han vivido en sus propias carnes este quehacer tan terapéutico que consiste en ser atado con correas; el último de ellos es un conjunto de tres poemas (en ocasiones, las palabras de uso más común y la secuencia convencional de oraciones no son el único ni el mejor camino para comunicar la experiencia vivida).
Testimonio 1
Soy enfermero en una unidad de hospitalización de agudos. Pese a considerarse en mi unidad la inmovilización “terapéutica” como medida excepcional a evitar, muchas veces considero que se realizan inmovilizaciones terapéuticas innecesarias.
En muchos congresos de Enfermería se debate acerca de la identidad de la profesión, que desde los inicios ha sido considerada supeditada a la profesión médica. En la búsqueda de su identidad, en agudos me percato de que la Inmovilización es considerada como sello insignia de la profesión. Es considerada la actividad más importante de la unidad y en la que se cuestiona quién es buen o mal profesional, como una oportunidad para valorar que te estás ganando el sueldo, midiendo variables como valentía y arrojo (enfrentamiento con el paciente psicótico) pero cuando se intenta evitar la contención se valora todo lo contrario. Incluso puede peligrar el puesto de trabajo si cuestionas si cierta contención ha sido necesaria o no. Destaco las siguientes puntualizaciones:
-Es necesaria mayor preparación emocional para el personal enfermero. Ciertos profesionales son bien considerados por manejar agitaciones que ellos mismos provocan, sin ser conscientes de que las provocan o incluso de que gozan conteniendo pacientes por una cuestión de poder.
-Los propios supervisores fomentan esto. Está mal visto el que intenta evitar una contención innecesaria.
-Por la noche se tiende más a inmovilizar al paciente, pero, ¿es para que el paciente no moleste a los profesionales?
-La inmovilización se sigue viendo como un castigo. Cuando un paciente, dentro de su delirio, intenta agredir a un miembro del personal, en vez de advertir que actúa bajo un estado de temor, se ve imprescindible sujetarle “como castigo”. Es imposible que yo evite una contención si el resto de personal, supervisor incluido, están en la habitación del paciente poniendo caras largas mientras intento hablar con él.
-Pacientes de otras culturas, de otros países, con otro idioma, con nula adherencia al tratamiento, ven como se les administran cantidades ingentes de medicación en continuos ingresos hospitalarios, incluso actuación de la policía ante fugas. Estos pacientes no se van a tomar la medicación cuando salgan. ¿Es necesario tanto ingreso, tanto sufrimiento para el paciente?
Yo pondría como elemento indispensable que todo profesional pasara por un trabajo de terapia personal para poder trabajar en agudos. Muchos Psiquiatras y Psicólogos pasan por ello, para saber cuáles son sus conflictos y no depositarlos en los pacientes, para no provocar agitaciones cuando el profesional viene de mal humor a trabajar, pero la Enfermería no tiene obligación de pasar por psicoterapia. Lástima porque evitaría sujeciones innecesarias y serían mejores profesionales.
Testimonio 2
Como profesional de la salud mental desde hace años, agradezco enormemente que este debate salga a la luz, y nunca mejor dicho, que exista un poco de luz allí donde predomina la oscuridad.
No tengo experiencia directa con las contenciones mecánicas al no haber trabajado nunca en una planta de psiquiatría de un hospital, pero sí tengo algunos conocimientos de cómo funcionan por lo que la gente que las ha sufrido me ha contado y por lo que algunos profesionales que trabajan allí cuentan.
Me gustaría aportar algunos aspectos para la reflexión, que creo podrían ayudar a cuestionar y reducir el uso de la contención mecánica en aquellos servicios en los que continua siendo una práctica habitual.
1- Su uso es más frecuente cuando el ingreso psiquiátrico es involuntario. En este punto, sería interesante sacar a la luz la arbitrariedad que rige este tipo de ingresos. Es fácil entender que si a alguien se le ingresa contra su voluntad en una planta de psiquiatría, se están sentando las bases para que pueda tener actitudes o comportamientos violentos que terminen “requiriendo” una contención. La pregunta sería cuántas de las personas que son ingresadas involuntariamente podrían ser tratadas con otros abordajes terapéuticos más respetuosos que hiciesen innecesario el ingreso, y la respuesta es “probablemente muchas”. Como consecuencia de ello se reduciría el número de contenciones mecánicas, ya que cuanta menos gente acceda a una planta de psiquiatría contra su voluntad menos contenciones se realizarán.
En relación a los ingresos involuntarios, según mi propia experiencia, muchos de ellos se producen por una paradoja que se da en la “relación terapéutica”. Muchas personas diagnosticadas de algún trastorno psicótico, y que podrían beneficiarse del apoyo profesional, ocultan sus “síntomas” a sus profesionales de referencia por miedo a la reacción que estos vayan a tener. Este miedo es la consecuencia del tipo de relación establecida, en la que el profesional puede ingresar o medicar a alguien contra su voluntad si así lo considera oportuno por valorar que está “muy psicótico”. El miedo y lo terapéutico son incompatibles. La persona, que con otro tipo de relación verdaderamente terapéutica podría afrontar sus vivencias y experiencias de otra manera, decide ocultar al profesional esta información convirtiendo lo que podría ser terapéutico en algo coercitivo. Cuando hablamos de alguien que ha sido definido como “crónico”, esta dinámica se puede repetir de manera cíclica. La secuencia sería: “me encuentro mal, pido ayuda y termino en el hospital contra mi voluntad, así que la próxima vez que me encuentre así, lo ocultaré y no diré nada para que no me ingresen”. Así que al hecho de que alguien lo pase mal porque está “psicótico”, se suma que en lugar de pedir ayuda lo que hace es ocultarlo a quien se supone que le podría ayudar, lo cual difícilmente favorece que la persona consiga estar más tranquila, aumentando su desconfianza y suspicacia, lo que se terminará interpretando como reactivación de su sintomatología psicótica. Por lo tanto el “tratamiento para reducir la paranoia” estaría provocando más paranoia. La cuestión no es negar la existencia de estos estados altamente alterados ni la angustia asociada, sino plantear otras formas de abordarlos.
2 – El marco teórico que tengan los profesionales que traten a la persona hará más o menos probable que termine teniendo lugar una contención. Si partimos de un modelo biologicista será más probable que recurramos a la contención que si lo hacemos desde uno humanista. Si pensamos que el estado de alteración y agitación de la persona responde a un desequilibrio bioquímico y a un mal funcionamiento cerebral producido por una enfermedad, no responderemos igual que si pensamos que ese estado puede responder a factores contextuales y biográficos. El tipo de intervención que llevaremos a cabo será distinta y las consecuencias para el paciente también.
Recientemente un compañero me comentaba, de manera muy acertada, que una forma de reducir el número de contenciones e intervenciones coercitivas, sería considerar que cuando un paciente acude agitado y alterado a urgencias o a su centro de salud mental, pensáramos que acaba de sufrir una tragedia enorme (por ejemplo un atentado terrorista o un secuestro), ya que de esta forma, nuestra manera de acercarnos a él sería mucho más respetuosa y empática, al mismo tiempo que entenderíamos que pudiera reaccionar de manera poco adecuada a nuestros intentos de ayudarle. Creo que de esta manera se reduciría la tendencia de algunos profesionales a pasar a la acción sin conocer muchas veces qué le ha sucedido a la persona para que se encuentre así. Si además esta persona, en su historia biográfica, ha sufrido algún tipo de maltrato, abuso o acoso (algo bastante frecuente, según demuestran los estudios más recientes sobre la relación psicosis-trauma), cualquier tipo de medida coercitiva, en especial el uso de la contención mecánica, supondría una retraumatización que haría a la persona revivir la experiencia de indefensión y miedo.
3 – Otro factor importante es el tiempo. Muchas contenciones se producen porque se quieren solucionar las cosas de manera rápida, cuando simplemente dedicando más tiempo y de más calidad a la persona podría llegarse a soluciones compartidas más respetuosas. Muchas personas en estado de crisis aguda, ante la presencia de alguien dispuesto a escuchar y a dedicarle el tiempo que sea necesario, pueden transitar de un estado de angustia extrema a otro de angustia “tolerable” que hace posible acercamientos no coercitivos.
4 – El contexto en el que todo esto se produce es determinante, entendiendo éste en su acepción más amplia, incluyendo el contexto físico, social, cultural, político… El aumento de las desigualdades, la injusticia social, la excesiva burocratización y el alejamiento de la salud mental del campo de las humanidades y su acercamiento al ámbito hospitalario, así como la propia violencia que el sistema ejerce sobre las personas en distintos ámbitos (por ejemplo a nivel laboral), son aspectos que no son ajenos al uso de la contención y de otras medidas coercitivas en este y otros ámbitos.
5 – El uso de la mentira como forma de conseguir que los pacientes acepten determinado tipo de intervenciones, así como determinadas actitudes que infravaloran sus capacidades a la hora de decidir, también contribuyen a aumentar las posibilidades de que una medida coercitiva sea utilizada. Ejemplos de esto serían: no informar sobre efectos secundarios de la medicación a los pacientes, minimizar los mismos cuando sí son informados, no informar sobre otros abordajes terapéuticos, engañar deliberadamente al paciente para que tome la medicación diciéndole que es para algo distinto al motivo de la prescripción, no tomar en cuenta las repetidas quejas del paciente sobre distintos aspectos de su tratamiento, transmitir la información a la familia en lugar de al paciente, plantear algo como opcional cuando en el fondo es algo obligatorio, incapacitar legalmente a personas con capacidad para tomar decisiones por sí mismas… y así muchas otras situaciones que no resultarán ajenas a las personas que frecuenten este tipo de servicios.
En este punto, determinados comentarios y actitudes por parte de los profesionales pueden provocar el comportamiento alterado y agitado del paciente que luego estos mismos profesionales intentan controlar mediante la contención o el ingreso involuntario. Este tipo de dinámicas son sutiles, y a veces se esconden bajo la apariencia de buenas intenciones y actitudes proactivas de “ayudar y cuidar” al paciente. Esto es de una perversión extrema, ya que quien te agrede y te hace daño, es quien se supone te debería ayudar, con lo cual la persona se queda atrapada en esta relación patológica que fomenta la sumisión, como resultado de experiencias repetidas de indefensión. Resulta curioso que haya muchos pacientes que después de muchos años recibiendo atención por parte de profesionales que “quieren ayudarles por su bien” sigan rechazando su ayuda, lo que les conduce inevitablemente a “terminar recibiéndola a la fuerza”. ¿Quizá sea que no sienten que esta ayuda les ayude? ¿Qué diferencia este tipo de “terapias” del maltrato?
6 – Aunque este sea un punto delicado y controvertido, creo que incluso cuando de manera excepcional la contención termine produciéndose (aunque siempre es preferible que no se produzca), existen formas de reducir el impacto traumático que tiene para la persona. En este caso informar a la persona en todo momento de lo que se está haciendo y se va a hacer, manifestar que va a ser por el menor tiempo posible, explicar los motivos dejando claro que la intención es intentar calmar y proteger a la persona y nunca castigarla por su actitud, no dejar a la persona sola y atender sus necesidades más básicas, y por supuesto, pedir disculpas por haber tenido que utilizar este tipo de intervención tan agresiva, pueden minimizar el impacto traumático que esta experiencia tiene.
7 – Es necesario hacer una reflexión como profesionales acerca del impacto traumático que para una persona tiene el hecho de ser contenido mecánicamente. Algunos profesionales minimizan el impacto de la experiencia y lo justifican por los supuestos beneficios que puede tener para el paciente, aunque reconozcan que es una experiencia desagradable. Aunque esta actitud pueda ser comprensible teniendo en cuenta el tipo de formación que recibimos como profesionales (exagerar los beneficios y minimizar los perjuicios de las intervenciones coercitivas, “son por el bien del paciente”), no podemos permanecer impasibles y debemos hacer lo posible por reducir este tipo de prácticas tanto como sea posible, siendo conscientes del daño que producen a cualquier ser humano. Como profesionales, aunque nos duela escuchar los testimonios de algunas personas que han sufrido contenciones, no podemos dejar de escucharlos y mirar para otro lado, y debemos reconocer el daño causado, la valentía para contarlo y pedirles disculpas. Para esto último, es necesario que muchos profesionales se bajen de su pedestal, algo no siempre fácil…
8- Por último, un elemento clave que mejoraría la atención en salud mental, reduciría considerablemente el uso de medidas coercitivas en general, y de contenciones mecánicas en particular, sería contratar como profesionales a personas que hayan tenido problemas de salud mental y se hayan recuperado, algo que ya se está haciendo en otros países con éxito. Su presencia en los distintos dispositivos de atención, modificaría las prácticas de los profesionales y los discursos utilizados, siendo más respetuosos y empáticos con el sufrimiento de las personas. Quién mejor que alguien que ha experimentado como paciente la atención que el sistema le ha brindado, para conocer sus fortalezas y debilidades, y aportar algo de luz sobre algunos aspectos que a los profesionales nos cuesta ver. Quizá si escucháramos de verdad lo que los pacientes nos cuentan acerca del efecto que producimos con nuestras intervenciones, nos pensaríamos muy bien qué hacemos y cómo lo hacemos, recordando siempre un principio básico: “Primum non nocere” (lo primero no hacer daño).
Testimonio 3
Hoy escuché un golpe en el pasillo de la Unidad y gente hablando un poco alto. Salí a ver qué pasaba, siempre con el miedo paranoide a la agresividad del otro. En este caso, el otro era un chico de 20 años, recientemente ingresado en nuestra Unidad, hablaba de cosas que había superado, peleas con armas blancas, consumos de drogas, hablaba de Marruecos, país de sus familiares, su historia en medio de balbuceos confusos y todo impregnado de rabia, aparte de fármacos, se señalaba el dorso de la mano, una venda cubría varias heridas recientes hechas con un cigarro, se trató de arrancar la parte de arriba del chándal, se bajó la cremallera y luego balbuceó algo como, seré tonto, a ver si me la he cargado y volvió a subírsela, con todo lo que he pasado no tengo por qué estar aquí, no quiero estar aquí. Mientras tanto éramos, contándome a mi llegada, 4 profesionales, otra persona ingresada se asomó y alguien lo echó como el que está observando algo que no debería ver. Algunos de nosotros teníamos guantes puestos, atributo a ser posible imprescindible para una contención física. Apareció otro compañero que se quedó observando a una cierta distancia por si tenía que entrar en acción. La enfermera, que era la que dirigía el cotarro a mi llegada, solo le recordaba en tono ¡firmes!, que ya había hecho lo que le había pedido, avisar a su doctor, y que se tranquilizara. A mi solo me salieron de la garganta dos emisiones idénticas, como un eco sonoro que trataba de tranquilizar desde la distancia, Marcos…Marcos…, y un leve contacto en el hombro.
A todo esto llegó su doctor y se lo llevó al despacho a hablar.
A la vuelta del desayuno comentaba un compañero, Un paciente casi se agita esta mañana. Lo sé. ¡Es verdad, que estabas allí! Ese era el compañero que se mantuvo a unos metros, yo se supone que estaba al lado de Marcos, pero la verdad es que no sé si estaba allí, no sé quién estaba allí, quizás estuviera solo él, desesperado en su confusa soledad y cientos de personas rodeándolo, entre las que estábamos un puñado de profesionales en actitud defensiva, temiendo-esperando, casi como provocando una agitación. Quizás por eso mis palabras sonaron como un eco, él casi ni se inmutó al oírlas, no sé si realmente llegó a oírlas desde tan lejos.
El paciente fue trasladado a una Unidad con mayor capacidad de contención física y menor contención emocional. Imagínense qué tipo de contención emocional podemos ofrecerles a las personas que están ingresadas en los hospitales para las llamadas enfermedades mentales, la misma que podemos ofrecernos a nosotros mismos en una situación como esta, sentimos miedo, algo de tensión como la que puede sentir un animal agazapado, un animal que espera cazar a su presa o ser cazado por su depredador, una mezcla de los dos miedos, pero la situación se aleja algo de esta, porque nuestra supervivencia física está prácticamente asegurada en la mayor parte de los momentos, nos queda el vestigio emocional de ese miedo, que nos impide percibir qué está pasando en ese otro mundo, ese mundo confuso y enloquecido en el que estamos las personas en los momentos de crisis, un mundo de difícil acceso, aparentemente.
Testimonio 4
Nada más llegar al “Sanatorio Esquerdo” un psiquiátrico privado de Madrid me pusieron una inyección que me dejó cao, no se el tiempo que estuve inconsciente. Me llevaron allí después de estar en psicosis aguda durante quince días, me dijeron que me llevaban al dentista. En ese tiempo tenía las muelas de juicio jodidas, y me dolía una barbaridad… Les creí.
Desperté en una habitación extraña, estaba sola, desorientada, salí a un enorme pasillo al que daban muchas puertas como la que yo crucé, salí y me acerqué a las ventanas que allí había. Abrí una, había rejas, abrí otra, había rejas, abrí otra, más rejas. Dos hombres vestidos de blanco se acercaron por detrás, me agarraron. Yo me resistí, no entendía nada, me arrastraron por el pasillo, me llevaron escaleras abajo, no entendía nada. Gritaba, les decía: ¿Qué coño hacéis? ¿Dónde estoy? ¡Dejadme en paz!, Tranquila, tranquila me decían mientras me arrastraban… no entendía nada.
Me encerraron en una celda del sótano, me ataron a la cama, me inyectaron, quedé cao. Cuando desperté en la celda no sé el tiempo que llevaba allí, ni el que después estuve, fue el más largo de mi vida, y en mis células quedó grabado. La celda tenía una puerta con una mirilla, no recuerdo ver a nadie asomarse, la cama estaba frente a ella. Por encima de mi cabeza había una ventana.
Recuerdo que la única persona que entró allí fue una limpiadora, que al verme atada, forcejeando y gritando que me soltasen, se acercó e intentó ayudarme diciéndome que me iba a ir mejor si me callaba, que me calmara, que era la manera de salir de allí. Nunca sabré si este hecho pertenece a una realidad propia o compartida, si realmente existe esa mujer, no la volví a ver el resto del ingreso. Da igual, en ese momento me dio lucidez suficiente como para entender que o tragaba, o de allí no salía.
Además del terror que viví en esa celda, recuerdo la impotencia de no poder ver el cielo por la ventana.
Numa.
Testimonio 5
Tres ingresos, tres contenciones mecánicas. Las dos primeras, muy lejos ya. Horribles las dos. Aunque para ser sincera, para recordar la segunda tendría que hacer un esfuerzo que ahora mismo no me resultaría útil. Con el recuerdo de la primera y la última sobra.
La primera, por iniciática, fue de lo más traumática, aunque debido al globazo que llevaba ya encima (vete tú a saber qué me habían suministrado a esas alturas) la recuerdo con niebla. Me palpita fuerte el miedo que sentí cuando desperté. Atada. Bastante prieta, además. Sola en una habitación con paredes blancas, y una cama en medio. Yo en la cama. Atada. Grité muchísimo. No insultaba, no maldecía, recuerdo que solo llamaba a alguien. A quién?, Daba igual. No podía entender qué había sucedido, qué había pasado. Porqué estaba atada a esa cama. Donde estaba .Y porqué estaba sola. De vez en cuando oía una puerta. Se abría, se cerraba, y entonces a través de una especia de mirilla, veía un cambio de luz. Había alguien mirando. Y yo, algo así cómo, Hola? Nada. Hay alguien? Nada. Que pasa? Nada. Porque estoy aquí? Saben en mi casa que estoy aquí? Nada. Otra vez la puerta que separaba mi puerta del resto de la instalación sonaba. Se abría y se cerraba. Se iban. Entraban a mirar si estaba dormida o despierta, y según yo estaba, así procedían. Cuando estaba despierta, se iban. Me cansaba. Dormitaba. Duró mucho tiempo esa situación. Aprovechaban para entrar cuando estaba dormida. Luego, salían, raudos! antes de que me diese cuenta de que había personas allí. Quizás me daban de comer. O quizás solo me medicaban. Esos momentos son muy vagos. Eso sí, nadie hablaba conmigo. Nadie respondía mis preguntas. Cada vez que despertaba me ponía más nerviosa. Eso sí lo recuerdo. Entonces, ya sí, empecé a insultar y a maldecir. Cada vez que oía esa doble puerta. Un ojo se posaba en la mirilla, y yo, que no entendía nada, y empezaba a estar cansada, gritaba, insultaba y maldecía. Quizás había pasado un día y una noche entera ya desde la primera vez que desperté. Empezaba a estar, aparte de cansada, algo así como histérica. Recuerdo pensar: Me voy a volver loca. Cómo siga aquí mucho tiempo, y esta gente entre y salga sin ni dirigirme a penas la mirada, mientras les imploro qué ha sucedido para que yo esté aquí, me voy a volver loca. Qué pasa? Porqué no me hablan? Qué ironía.
En mi ingenuidad, cada vez que se abría la doble puerta, llamaba a mi madre. Tenía la esperanza de que el timbre de mi voz le podría llegar. Si ella supiese lo que me estaban haciendo no lo permitiría. Ni ella ni mis hermanos. Pero claro, ellos no lo sabían. Sólo sabían que yo estaba tan y tan mal (?), que tenía que estar encerrada, y además incomunicada (no sé si el detalle de las correas se lo mencionaron). Era lo mejor para mí, les dijeron. Yo quería verles. Necesitaba verles. Ellos a mí también. Pero no, lo mejor era (fue), no sé quién lo decidió, tenerme en esa habitación dos días con sus dos noches.
Como he dicho antes, de la segunda ocasión no recuerdo apenas detalles. Ya no era una novata, imagino, y supongo que me tragué lo de que debía ser lo normal. De la última vez, hace solo un par de años. Mismo hospital (Santa Caterina de Salt, por cierto). Mismo personal. Eso siempre me ha hecho bastante gracia. Las dos veces que he vuelto, después de la primera (2005), me alegraba de verles (en plan, hey, que tal? la situación es una mierda, pero joder, cuanto tiempo! todo bien?) Ellxs?.. a excepción de algunxs, claro, hacen como si no te hubiesen visto en la vida, o cómo si el saludo o la sonrisa que te esfuerzas en ofrecerles, pese a la vergüenza propia de afrontar volver a verles en esa tesitura, no fuese con ellxs. La cosa es que esta última vez da para más. La recuerdo bien. Sus amenazas. Ya nos conocemos Vero, me decían, como si yo fuese, yo qué sé! Por eso mismo!, pensaba yo. No confiáis en mí? Lo único que me pasa cuando estoy ingresada es que debo de molestarles mucho, porque suelo tener miedo. Estar acojonada lo describe mejor. Me hago como muy pequeñita y tengo miedo. Para qué narices tuvieron que atarme? Fui voluntariamente (sin quererlo, pero con pocas opciones para mi familia y entorno de acompañarme en mi estado de euforia, y reconociendo su agotamiento y desconfianza en poder ayudarme, les pedí que me llevasen). Acabaron, una vez atada, arrancándome dos piercings que llevaba, a la fuerza. Me sentí muy violada. El del labio lo entendí. Llevaba otro en el pezón. De donde mierda sacaron que tenía ese piercing? Y ese afán por quitármelo? Y esas caras de, al final te lo vamos a quitar, no te resistas. Y vinieron dos más. Y los que había allí me sonrieron (?) despiadadamente a la llegada de sus refuerzos Me desgarraron el cuerpo y el alma, arrancándome aquellos dos pendientes. Me ataron. Y ya ahí se me acabaron las fuerzas, me rendí. Y lloré muchísimo. Ya hasta querer dormirme y no despertarme más. Me dormí, supongo. Ya no recuerdo más.
Lo más gracioso es que al día siguiente, los muy condenados, se hacen los de “a mí no me mires”…
Pero sus ojos y las miradas que me dirigen les delatan. VGM
Testimonio 6 / Poemas
La locura eran las paredes haciendo la autopsia
a las calles que habían dejado morir tus palabras.
Esos cerrojos sellando tu angustia con la farmacología
que daba más amnesia que capacidad para decir tu historia
a ese espejo que preguntaba en tus ojos quién eras.
Y respondía el crujido de ese vacío inyectado en tus venas.
La locura era la compostura del serrín y de los suelos
porque si te salías de la curva, unas correas te impondrían la recta.
Y ya había pasado demasiadas veces para conocer el costo del verbo.
Si gritabas, si corrías, si movías de sitio la mesa
si te negabas al tratamiento, si exigías tu libertad, si discutías o incumplías sus normas
harían uso de la medicina no para curar tu dolor, no por la enfermedad, no porque deliraras
sino para tenerte callada, para curar su propio control militar del psiquiátrico
a través de sedantes que te hacían vegetales las heridas y vegetales los deseos
y correas sobre la cama para atar tu cordura dónde ellos habían determinado que debía de estar.
Cada vez que ocurría y te ataban y te inyectaban, se abría en tu cerebro un grito de niebla.
La constante amenaza y certeza de que volvería a pasar, te obligó a comer los suelos. Y por primera vez te sentiste una jodida enferma. A bajar la tangente por la lengua. Tu voz. Tu dignidad. Allí no valía nada. Eras una loca.
Sólo podías comer de su grasa y escupir los huesos al cristal. Con el fuego en los ojos. Para salir lo antes posible.
Sólo podías decir, esto es una pipa. Para que firmaran de una vez tu libertad.
Y llevarte tus pájaros contigo donde no alcanzaran sus apestosas rejas.
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Cuando viví en esa habitación. Mi casa era el pez que no existía y que derramaba océano sobre mis pies. Su puerta estaba estallada contra ti. Y sólo dejaba pasar a los locos. Cuando tú querías saber por qué no comía. Sólo te respondía una hoja doblada en forma de barco que siempre se parecía a un muerto. Sólo le decía a los locos, de mi hambre. Cuando tú me llamabas a tu despacho para hacer un diagnóstico, cerraba mis ojos y hablaba palabras que no existían para que no me ensuciaran tus oídos el diccionario. Sólo hablaba a los locos de mi desvelo. Cuando trajeron a Mar. Era ya de noche. Casi la hora en las que nos encerrabais en la habitación y dabais vuelta a la llave. Ella gritaba. Como yo grité, cuando me llevasteis. Ella estaba atada en la misma habitación de aislamiento, que yo estuve. Y lloraba con la rabia de las estrellas fugaces. Y me pegué a su puerta y le dije algo de la nube y la sangre. Y fui a vuestro mostrador y os dije que la soltarais que así no se cura a nadie, que la estabais haciendo sufrir. Y os tiré todo lo que teníais en la mesa. Y apretasteis el botón. Y vinieron cuatro guardias de seguridad. Y me redujeron. Y me encerrasteis también. Y me pinchasteis con una aguja de veneno. La noche que caía. Sólo besaba a los locos. Las palabras que entre esas paredes sabían de los sueños, sólo amaban a los locos.
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Eran sábanas blancas. Ásperas. No se rompían fácil. No se desgarraban como las de casa. Una mordida y tirar. Soñabas cuerdas. Cuerdas arma. Y cuerdas separación. Cuerdas en sus cuellos y sobre tus ojos, para no mirar. Había cuatro paredes. Pero no eran como otros cuartos en los que habías estado. Eran paredes de ausencia. Paredes de suicidio. Paredes de miles de km de distancia. Como si ellas tuvieran las razones de todas las tijeras y los vidrios rotos y la muerte en las cuencas secas del río. Olía a química y a limpieza, una limpieza de censura. Una blancura de vergüenza. Sentías que menstruabas sobre ellos cuando entraban. Que te ponías roja y se te escapaba el rojo. Que ellos señalaban el rojo con crucifijos en tu útero. Los clavaban con su mirada fría. Con las correas que tenías en las manos y en los tobillos, sobre toda tu alma. Sentías lo más sucio fluyendo de ti. Con sabor carne. Carne encrucijada en sus tenedores. Te ardían los ojos. Te temblaban las uñas. Un sopor de grasa. Infectaba las paredes. La fiebre. La ausencia. El muerto que abría su barriga cuando entraban los castradores, con sus inyecciones, con su pulcritud. Todo era confuso. Menos la desconfianza. Menos el miedo y el odio a ellos.
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os dijo mi garganta con cada gota de mi sangre que no os acercarais
os dijo mi libertad, con su derecho que no iba a subir a ese coche
os dijo mi idioma de los pájaros etílicos que no quería ni una letra de vuestra sobria muerte
pero erais más y os abalanzasteis sobre mí
y pensasteis que mi odio era enfermo
que mi violencia era locura cuando me defendía de la vuestra, que mis puños eran razón de más inyecciones, de atar más fuerte, porque estaba cada vez más rabiosa, de pura manía, de pura esquizofrenia
pero no era la enfermedad, era mi cordura, mi dignidad, mi vida, mi carne y mi infierno, mío, y yo dueña, dueña de mis laberintos, aunque me despertenezcan, aunque me partan a la mitad y me hagan nada, será mi nada, si la sombra maldita que me es un cuchillo, será mi sangre, mi herida, será mi sinrazón
y vosotros quisisteis despojarme de mi dignidad, arrebatarme el derecho sobre mis pasos, escribirme enferma, escribirme incapaz, poner vuestras grasientas manos, en mi camino de la noche y quitar las mías llenándolas de esposas y de drogas farmacéuticas hasta sentir mi pensamiento blanco como la nada
quisisteis aún después, por la fuerza, borrar mi voz, mi capacidad de decisión, mi vida, encrucijarla a un virus
mi derecho como humana
encerrada en vuestra prisión desposeída en vuestra medicina, cada vez más de la cordura
porque para la cordura, lo primero es la libertad
y mi odio, el que vuestras correas multiplicaban
mis gritos que vuestro hospital hacía cada vez más agudos e insoportables
mi rabia y desprecio por todos vosotros
fue lo que me libró de la locura
mi unión con mi sombra, con mi carne, con mi útero
y no con las farmacéuticas o manual para ser feliz, de un puto psiquiatra, ajeno a mi yo.