Desde el geriátrico, con amor

Desde el geriátrico, con amor

—La familia nos usa para hacer recados y recoger a los nietos del colegio. Y cuando ya no somos capaces de hacerlo nos dejan aquí para olvidarse de nosotros.
—¡No digas eso! Mi familia me quiere. Estoy aquí porque no quiero molestarlos. No quiero ser una carga para ellos. Es ley de vida».

Arrugas es una historia sobre viejos. Sobre esos viejos y viejas en los que nos convertiremos, sin quererlo y sin apenas darnos cuenta, viejos que ya no son dueños de sus vidas ni de su destino porque la «ley de vida» destierra a ancianos, niños y personas con hándicaps a los márgenes de la vida, secuestra su presencia de las calles y sitios públicos, de la historia de los barrios y de la historia de sus propias familias, los confina en sitios ad hoc: parques de barrotes de colores, residencias de ventanas tintadas, colegios especiales.

Emilio, un antiguo ejecutivo bancario, es «alojado» en una residencia de ancianos por su familia. Allí trabará amistad con otros ancianos, algunos más afines que otros, pero todos con el denominador común de haber sido relegados al extrarradio de la vida. Unos más conformes, otros menos, pero todos resignados a su suerte, a ser un subproducto de una sociedad que ya no les necesita ni les quiere.
¿Quién puede cuidar un anciano, cuando la labor de los cuidados, sesgada tradicionalmente por el género, no es asumida por una red de cercanía? Si la mujer no puede porque ya la explotan fuera de su casa por cuenta ajena, ese hueco en el cuidado interno queda vacante. No lo asume el varón, quien nunca ha abandonado su tarea de proveedor de dinero; es el sistema el que se arroga esa parcela de autogestión, aunque cansada e ingrata, pero parcela de responsabilidad personal al fin y al cabo, y la expropia de las familias y sus redes. La deshumanización del proceso es aterradora. Les segregamos de su entorno, los confinamos con ancianos como ellos y confiamos su cuidado a «profesionales» sin ningún vínculo emocional con sus vidas, para que por un sueldo les hagan esas cosas que nos desagradan y nos recuerdan tanto nuestra propia mortalidad: limpiar heces, cambiar pañales, cortar uñas y pelos, dar purés.
Paco Roca habla de todo eso sin decirlo fuerte. Las medicinas que van en platos y a veces se confunden y se cambian, la planta de irrecuperables, dementes sin remedio, que les provoca terror, las normas estúpidas y la piscina vacía. Con el virtuosismo mágico que desempeña en todas sus obras, el autor nos emociona, nos hace reír y también llorar, de pura ternura que nos inspiran sus personajes. Y entre todos ellos Emilio, cercado por el alzheimer e intentando adaptarse a un sitio que no ha elegido, debatiéndose entre la rabia y su memoria traicionera.

Prueba de la intemporalidad de los temas que trata, y de su excelencia como novela gráfica, son las continuas reediciones de la obra: la última en diciembre de 2018; así como la adaptación cinematográfica a cargo de Ignacio Ferreras que se estrenó en 2011, que recibió una gran acogida de público y crítica y que consigue el milagro de ser igual de buena que la obra escrita.
Arrugas es una historia de cuidados. Más bien, de cómo en ausencia de cuidados verdaderos, expropiados por un sistema de lógica cruel, las personas al margen se dan calor unas a otras compartiendo lo que tienen: el entusiasmo por la vida, los recuerdos, el cariño. Y también los refunfuños, las quejas, los soliloquios de la soledad.

Y también es más que eso. Es un espejo, una advertencia. A todas las personas que vivimos en colectividad, en esta bola frágil con su fino barniz de urbanidad, para que veamos qué fácil y qué rápido pasamos de tener la etiqueta de dependientes e inservibles. Y cómo esa etiqueta sustituye al dudoso honor de pertenecer a los privilegiados que conforman el Engranaje del Sistema.
 ARRUGAS / Paco Roca / Editorial Astiberri
MERCEDES COBO | Extraído del cnt nº 420