El autor de la penúltima matanza espectacular en Niza – la última fue esta mañana en Badgad o en Alepo o en Mali o en cualquiera de los variados destinos de militares franceses y españoles – era un hombre normal. La prensa en busca de semblanzas se ha topado con su propia horma. El autor de la masacre leía los periódicos, veía la televisión. Acaso pudiera ser esa su verdadera religión, cuentan sus cercanos a los periodistas. De tener credo sería: la fidelidad a la realidad. Directores de cadenas, de prensa, analistas de culto, recibieron con alarma la noticia. Cualquier noticia es como una ola que puede volverse por su enorme resaca en un contra tsunami: ¿Pueden los medios, y sus responsables, ser considerados autores intelectuales aplicando la premura con la que los propios medios buscan autores intelectuales cotidianamente?
El autor de la matanza en Niza puede considerarse un aventajado alumno de ciencias sociales de la espectacularidad. Y se ha puesto a la altura de los planificadores profesionales de matanzas legales: presidentes, secretarios de estado, militares, magnates comprometidos… Todos ellos han tenido que suspender sus vacaciones para recobrar los galones de actualidad usurpados por un sin nombre. La vulgarización del mérito y la propia realidad como reality democrático: si Belén Esteban es tan conocida como Rajoy, el autor de la matanza de Niza lo será como los autores de las matanzas que se han dado en Irak, Libia, Siria y el Magreb, que ya es decir. La democracia catódica y la de las redes es así. El medio es el mensaje. Y mañana será otro día en La Haya. Y otro trending topic.
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