El otro negacionismo

El otro negacionismo



Mucho se lleva hablado del negacionismo climático (el de aquellos que niegan que exista un cambio en el clima o, en caso de reconocer su existencia, niegan que sea debido a la acción de la civilización humana) y de los peligros que conlleva. Pero en mi opinión existe otro tipo de negacionismo, casi tal antiguo como aquel, pero que no es percibido como tal, principalmente porque aquello que niega al respecto de la crisis ecológica y de recursos en la que estamos inmersos, no lo hace explícitamente ni con alardes de chabacanería.

Me estoy refiriendo a aquellas personas, colectivos sociales, sindicatos, partidos políticos, empresas, etc. que, reconociendo que existe una grave crisis planetaria y dentro de ella la existencia de un cambio climático de origen antropogénico casuado por las emisiones de GEI, niegan implícitamente o bien algunos hechos clave o bien las implicaciones necesarias que se siguen de esos hechos. Paso a enumerar estos hechos e implicaciones:
  • Que las llamadas energías renovables tienen límites y que, por tanto, no pueden mantener un sistema en crecimiento permanente.
  • Que dichas energías en realidad son sistemas técnicos no renovables de captación de energía.
  • Que dichos sistemas de captación de energía renovable dependen para su mantenimiento de recursos no renovables, principalmente combustibles fósiles y minerales finitos.
  • Que dichos sistemas tienen una vida útil relativamente breve, en torno a los 25 años de media, y que una vez finalizada deben ser reemplazados, y que, por tanto son sistemas no renovables de captación temporal de energía.
  • Que una transición a este tipo de energías implica un descenso en la Tasa de Retorno Energético, es decir, un declive de la energía neta de que dispone la Humanidad.
  • Que, en consecuencia, una civilización basada en energías renovables no podrá hacer más cosas, sino menos: simplificación civilizatoria, que si es rápida en términos históricos denominamos con el término colapso.
  • Que la llamada desmaterialización de la economía no existe más que en términos relativos.
  • Que la eficiencia en el uso de recursos y de energía no se puede aumentar indefinidamente y topa, por termodinámica, con la ley de rendimientos decrecientes.
  • Que las mejoras en eficiencia, en un sistema capitalista, quedan anuladas por el efecto rebote (paradoja de Jevons).
  • Que no se pueden reducir las emisiones de efecto invernadero sin reducir la producción total de bienes y servicios, esto es, el PIB.
  • Que sin reducir el consumo de energía fósil, todo lo que se añada de energía renovable no la sustituye sino que la complementa, para permitir (por un tiempo) el crecimiento de la demanda energética.
  • Que la energía fósil está llegando a su cénit de extracciones y a partir de ahora sobrevendrá un declive, que ya se está experimentando en el petróleo crudo desde 2006 y que está llegando ya a algunos derivados como el gasóleo.
  • Que no existe ninguna energía conocida que pueda sustituir a tiempo y en la escala y diversidad de usos suficiente al petróleo.
  • Que la electrificación total de una economía mundial de la escala de la actual requeriría más recursos energéticos y minerales para su puesta en marcha de los que podemos disponer.
Dado que nos quieren embarcar en una supuesta sustitución de energía base (fósil por renovable) sin cambiar el tipo de metabolismo civilizatorio ni el modo de producción capitalista, y que tal como avisa uno  de los modelos más avanzados de simulación de transiciones energéticas (MEDEAS) una carrera demasiado rápida y sin priorizar energías según su TRE (una transición energética negacionista de las realidades energéticas suprascritas) puede acelerar el colapso civilizatorio en lugar de evitarlo o atrasarlo, me pregunto: ¿cuál de los dos tipos de negacionismo es más peligroso, el climático o el energético? Júzguenlo ustedes mismos.

 [ Manuel Casal Lodeiroren Casdeiro.info webgunetik hartua ]

«Coronavirus, agronegocio y estado de excepción» (Silvia Ribeiro)

[Texto] «Coronavirus, agronegocio y estado de excepción» (Silvia Ribeiro)

Mucho se dice sobre el coronavirus Covid-19, y sin embargo muy poco. Hay aspectos fundamentales que permanecen en la sombra. Quiero nombrar algunos de éstos, distintos pero complementarios.
 
El primero se refiere al perverso mecanismo del capitalismo de ocultar las verdaderas causas de los problemas para no hacer nada sobre ellas, porque afecta sus intereses, pero sí hacer negocios con la aparente cura de los síntomas. Mientras tanto, los Estados gastan enormes recursos públicos en medidas de prevención, contención y tratamiento, que tampoco actúan sobre las causas, por lo que esta forma de enfrentar los problemas se transforma en negocio cautivo para las transnacionales, por ejemplo, con vacunas y medicamentos.
 
La referencia dominante a virus y bacterias es como si éstos fueran exclusivamente organismos nocivos que deben ser eliminados. Prima un enfoque de guerra, como en tantos otros aspectos de la relación del capitalismo con la naturaleza. Sin embargo, por su capacidad de saltar entre especies, virus y bacterias son parte fundamental de la coevolución y adaptación de los seres vivos, así como de sus equilibrios con el ambiente y de su salud, incluyendo a los humanos.
 
El Covid-19, que ahora ocupa titulares mundiales, es una cepa de la familia de los coronavirus, que provocan enfermedades respiratorias generalmente leves pero que pueden ser graves para un muy pequeño porcentaje de los afectados debido a su vulnerabilidad. Otras cepas de coronavirus causaron el síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés), considerado epidemia en Asia en 2003 pero desaparecido desde 2004, y el síndrome respiratorio agudo de Oriente Medio (MERS), prácticamente desaparecido. Al igual que el Covid-19, son virus que pueden estar presentes en animales y humanos, y como sucede con todos los virus, los organismos afectados tienden a desarrollar resistencia, lo cual genera, a su vez, que el virus mute nuevamente.
 
Hay consenso científico en que el origen de este nuevo virus –al igual que todos los que se han declarado o amenazado ser declarados como pandemia en años recientes, incluyendo la gripe aviar y la gripe porcina que se originó en México– es zoonótico. Es decir, proviene de animales y luego muta, afectando a humanos. En el caso de Covid-19 y SARS se presume que provino de murciélagos. Aunque se culpa al consumo de éstos en mercados asiáticos, en realidad el consumo de animales silvestres en forma tradicional y local no es el problema. El factor fundamental es la destrucción de los hábitats de las especies silvestres y la invasión de éstos por asentamientos urbanos y/o expansión de la agropecuaria industrial, con lo cual se crean situaciones propias para la mutación acelerada de los virus.
 
La verdadera fábrica sistemática de nuevos virus y bacterias que se transmiten a humanos es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas. Más de 70 por ciento de antibióticos a escala global se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. La OMS llamó desde 2017 a que las industrias agropecuaria, piscicultora y alimentaria dejen de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos. A este caldo las grandes corporaciones agropecuarias y alimentarias le agregan dosis regulares de antivirales y pesticidas dentro de las mismas instalaciones.
 
No obstante, es más fácil y conveniente señalar unos cuantos murciélagos o civetas –a los que seguramente se ha destruido su hábitat natural– que cuestionar estas fábricas de enfermedades humanas y animales.
 
La amenaza de pandemia es también selectiva. Todas las enfermedades que se han considerado epidemias en las dos décadas recientes, incluso el Covid-19, han producido mucho menos muertos que enfermedades comunes, como la gripe –de la cual, según la OMS, mueren hasta 650 mil personas por año globalmente. No obstante, estas nuevas epidemias motivan medidas extremas de vigilancia y control.
 
Tal como plantea el filósofo italiano Giorgio Agamben, se afirma así la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno.
 
Refiriéndose al caso del Covid-19 en Italia, Agamben señala que “el decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno, por razones de salud y seguridad pública, da lugar a una verdadera militarización* de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de transmisión, fórmula tan vaga que permite extender el estado excepción a todas la regiones. A esto, agrega Agamben, se suma el estado de miedo que se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.

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Según lo previsto

Según lo previsto

 

Queridos lectores:

Estos días, la economía del planeta está sufriendo uno de los frenazos más fuertes que se recuerdan, sobre todo por lo repentino. En cuestión de unas pocas semanas, la actividad industrial en la fábrica del mundo, China, ha caído drásticamente. Tal caída se refleja en multitud de indicadores, como es el comercio de materias primas y también en el descenso de la contaminación. Una imagen en particular ha ilustrado muy bien lo que está pasando en el gigante asiático: son imágenes composite del satélite europeo Sentinel 5P, que nos muestran la concentración atmosférica de óxidos de nitrógeno sobre China, a principios de enero y hace unos pocos días.



La razón de este frenazo económico tan salvaje es el dichoso coronavirus.

Antes de ir al análisis económico propiamente dicho, querría dejar claras una serie de cosas sobre mi opinión sobre la epidemia del CoVid-19 que se está extendiendo por todo el planeta.

Como ya comenté en el post anterior, este coronavirus representa sin duda un serio problema de salud pública. Se trata de un germen que está demostrando ser bastante infeccioso, y eso está favoreciendo su rápida extensión geográfica en un mundo tan globalizado como es el nuestro. 

¿Es el CoVid-19 una gran amenaza? Pues no a nivel de la especie humana, pero sí a nivel de los sistemas de salud.

Esta enfermedad está lejos de ser una amenaza a la continuidad de la especie humana. Como muestran los datos que va compilando la OMS, la tasas de mortalidad en la mayoría de los grupos de edad (menores de 50 años) son relativamente bajas, de alrededor del 0,3%, 3 de cada mil, y en un gran número de casos (se suele decir que el 80%) se trata de personas con patologías previas. Además, esa tasa de mortalidad está calculada sobre el número de casos reportados (mortalidad aparente), pero en muchos casos la enfermedad cursa de manera tan leve que mucha gente puede haberla padecido sin saberlo. A falta de un estudio epidemiológico que lo corrobore, se estima que hasta un 80% de los casos de infección por el CoVid-19 no son reportados, lo cual querría decir que se deberían de dividir las tasas aparentes hasta por 5. Por tanto, la mortalidad que va a inducir este virus será muy inferior al crecimiento vegetativo de la población humana y por sí mismo el CoVid-19 no compromete la existencia de la Humanidad. Sin embargo, cuando se habla de los fríos hechos estadísticos conviene recordar que estamos hablando de seres humanos, de carne y hueso, que han muerto y van a morir por esta enfermedad, y cualquier pérdida es siempre lamentable. Además, al igual que pasa con la gripe y otras infecciones causadas por virus de esta familia, también mata a gente perfectamente sana sin patologías previas; a muy pocos, pero también pasa.

Sin embargo, el CoVid-19 supone un problema muy importante para los sistemas de salud. Por un lado, porque la mortalidad (aparente) se dispara en los grupos de edad por encima de los 50 años, llegando a ser del 20% en los mayores de 70 años. Por el otro, porque en todos los grupos de edad genera una gran morbilidad: el tiempo típico para recuperarse completamente de la enfermedad (y no ser infeccioso para los demás) es de unas dos semanas, y hasta el 10% del total de los infectados (reportados) requieren hospitalización, que encima es de larga duración (más de 10 días). Por tanto, si una infección por CoVid-19 se extendiese ampliamente por un territorio colapsaría en nada de tiempo la capacidad del sistema sanitario de darle una respuesta adecuada, y eso redundaría también en mayores tasas de mortalidad. Es por todo ello que el CoVid-19 no puede tomarse tampoco a la ligera.

Teniendo en cuenta la experiencia que tenemos con otras infecciones respiratorias similares, lo más probable es que en las próximas semanas veamos una contención y después una disminución del número de nuevos infectados, a medida que las más altas temperaturas y sobre todo la más intensa radiación UV esterilicen las superficies donde se encuentra el virus, dificultando su propagación. A pesar de que siempre se tienen que mantener todas las cautelas tratándose de una enfermedad nueva, cuyas características epidemiológicas aún no se conocen, parece probable que hacia abril la epidemia esté más que contenida y que en mayo sea algo residual. Cabe, por tanto, tener paciencia y seguir trabajando para contener la expansión del virus.

Dado que además se trata de un retrovirus, que tiene un gran potencial para ir mutando, lo más probable es que el año que viene cepas del CoVid-19 formen parte del pool habitual de virus que infectan estacionalmente a toda la humanidad, como ya pasó con la gripe A. En suma, será un factor más a tener en cuenta en nuestros planes sanitarios, y todo volverá más o menos a la "normalidad" (normalidad que es de una extremada complejidad para los gestores sanitarios, aunque de eso mucha gente no se de cuenta).

Importante como es el CoVid-19, no parece más importante que muchos otros problemas que comprometen el futuro inmediato y a más largo plazo de la Humanidad. Ha habido diversos autores que se quejan de que hasta ahora no se haya dado una respuesta adecuada a la crisis climática, que pone en peligro a toda la Humanidad, pero con el coronavirus se ha podido disminuir radicalmente las emisiones de CO2 en cuestión de pocos días. Se comenta también que no es de esperar que el CoVid-19 mate más que a unos cuantos miles de personas, mientras que la contaminación atmosférica mata a 8 millones de personas al año. Obviamente, la diferencia entre unos y otros es que en el caso del CoVid-19 las medidas que se toman tienen vocación de temporales (todo el mundo cuenta con poder retomar la actividad progresivamente a partir de mayo), mientras que luchar verdaderamente contra las causas de nuestros problemas climáticos y ambientales requeriría cambiar permanentemente nuestro sistema económico. Además, en el caso de los problemas ambientales, la población más afectada se encuentra en países "en vías de desarrollo", y por tanto tiene poca importancia en los países más desarrollados.

Hay un aspecto, sin embargo, que querría destacar de la crisis del coronavirus. Estos días hemos sabido que se ha producido una fuerte caída de demanda de petróleo en China, que llega a ser del 20% de su consumo: 3 millones de barriles diarios menos, por tanto. Es una bajada muy fuerte, y eso solo en China. Al albur de la recesión económica mundial que parece estar gestándose como consecuencia de este parón repentino de actividad, es de esperar que otros países reduzcan también su consumo. 

Esta caída repentina del consumo ha tenido consecuencias inmediatas sobre el sector petrolífero, que como sabemos lleva años atenazado por el problema de los bajos precios y los costes crecientes. Por lo pronto, la OPEP ha decido reducir su producción de petróleo en 1,5 millones de barriles diarios para hacer frente a la situación, en un movimiento que parece indicar que ellos están dispuestos a asumir la mitad de la reducción, pero que la otra mitad la deberían asumir el resto de países productores.

La caída de producción de la OPEP, que será asumida principalmente por Arabia Saudita, supondrá un alivio importante justamente para ese país. Como recordarán, en septiembre pasado unos atentados comprometieron seriamente la capacidad productiva saudí, y no era de esperar que se pudiera reestablecer la producción plenamente antes de entre 6 y 9 meses. Para compensar la parte faltante de la producción, Arabia Saudita ha ido tirando del petróleo que tenía almacenado en sus depósitos para cumplir sus compromisos internacionales, pero esa estrategia no podía prolongarse más que unos pocos meses. Así que la llegada del la crisis del coronavirus va a ser más que bienvenida en Arabia Saudita, porque al mismo tiempo le va a permitir avanzar con menor presión en la reconstrucción de sus instalaciones, y por el otro podrá aprovechar este tiempo para recargar sus depósitos. Si la crisis del coronavirus se prolonga dos o tres meses más, seguramente eso será suficiente para que la industria petrolífera de Arabia Saudita pueda recuperarse del todo.

Comentábamos en diciembre del año pasado, cuando enunciaba las previsiones para este año, que lo más probable es que el principio de este 2020 estuviera marcada por un intento de los principales agentes económicos de domesticar la crisis económica que viene larvándose durante los últimos años. La crisis del coronavirus ha dado la ocasión perfecta para pilotar ese aterrizaje, quizá más brusco de los deseado pero probablemente más suave de lo que hubiera pasado sin ningún control. Eso quiere decir que todo va según lo previsto, estamos siguiendo la hoja de ruta que se marcó para este año. Eso implica también que el precio del petróleo se va a mantener bajo, prolongando el daño a las petroleras y en particular al muy maltrecho y a punto de agonizar sector del fracking estadounidense. Y por tanto se hace más probable que en la segunda mitad de 2020 estalle la crisis del petróleo que también anticipábamos. 

Es decir, todo va según lo previsto.

Salu2.
AMT
 
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