Perú: asesinada la última hablante de una lengua indígena amazónica

Perú: asesinada la última hablante de una lengua indígena amazónica


Rosa Andrade era la última hablante de la lengua resígaro  Rosa Andrade era la última hablante de la lengua resígaro
© Alberto Chirif
 
La última hablante de la lengua resígaro ha sido asesinada en Perú. Su cuerpo sin vida fue hallado decapitado en su hogar, en la Amazonia peruana.
Rosa Andrade, de 67 años, vivía con el pueblo indígena ocaina al que pertenecía su padre; su madre provenía del pueblo indígena resígaro.
Las tribus ocaina y resígaro fueron víctimas de la fiebre del caucho, que comenzó a principios del siglo XIX. Decenas de miles de indígenas fueron esclavizados por los intentos de los barones del caucho de extraer este material de la Amazonia. Muchos indígenas perdieron la vida exhaustos, fueron violentamente asesinados o murieron por enfermedades como la gripe y el sarampión frente a las que no tenían inmunidad.
La tribu resígaro resultó aniquilada, y Rosa y su hermano se convirtieron en los últimos hablantes de la lengua de este pueblo.
Rosa era también una de las últimas hablantes de la lengua ocaina y se la consideraba un pilar de su comunidad. Conocía un amplio repertorio de canciones e historias en ambas lenguas y recientemente el Gobierno peruano la designó para enseñar a los niños ocainas.
Cinco mil lenguas, de las seis mil que se hablan en el mundo, son indígenas y se estima que cada dos semanas desaparece una de ellas.
Hay más de un centenar de pueblos indígenas aislados en el mundo y sus lenguas son las más amenazadas. Survival International trabaja para que las tierras de las tribus no contactadas sean protegidas: donde sus derechos se respetan, continúan prosperando.
La comunidad de Rosa sospecha que el responsable de su asesinato es un forastero conocido por su comportamiento violento. Sin embargo, el fiscal local ha declarado que no hay suficientes pruebas para procesarle. La comunidad exige que se lleve a cabo una investigación rigurosa para encontrar al culpable.

[Survival-dik ateratako berria]

Sobre la fábrica de los sicarios. Los orígenes de la policía.

[David Whitehouseren hitzaldi hau Puerto Paranoia webgunetik hartu diNat artikulo moduan, aurretik El Salariadon argitaratu ziNaten]

Sobre la fábrica de los sicarios

Los orígenes de la policía


Charla de David Whitehouse en Chicago, junio 2012. Publicada en inglés en libcom.org.
En Inglaterra y en EE.UU. la policía apareció en el intervalo de unas pocas décadas, aproximadamente entre 1825 y 1855. La nueva institución no era una respuesta al aumento de los delitos, y en realidad no supuso nuevos métodos para tratar de hacer frente al crimen. La manera corriente que tenían las autoridades para resolver un crimen, antes y después de que surgiera la policía, era la delación.
Aparte de esto, el delito es un acto individual, y las élites dirigentes que inventaron la policía estaban tratando de responder a los desafíos que planteaba la acción colectiva. En pocas palabras, las autoridades crearon la policía para hacer frente a unas masas amplias y desafiantes, como era el caso de las huelgas en Inglaterra, los disturbios en el norte de Estados Unidos y la amenaza insurreccional de los esclavos en el Sur de ese mismo país. Por lo tanto, la policía es una respuesta a las masas, no al crimen.
Me centraré en quiénes eran estas masas, y cómo llegaron a ser una amenaza. Veremos que una de las dificultades a las que se enfrentaban los dirigentes, aparte del desarrollo de la polarización social en las ciudades, fue la descomposición de los antiguos métodos de supervisión personal de la población trabajadora. En aquellas décadas, el Estado intervino para enmendar esta fractura social.
Veremos como, en el Norte, la invención de la policía no fue sino una parte del esfuerzo estatal para controlar y modelar a la fuerza de trabajo de manera cotidiana. Los gobiernos también extendieron sus sistemas de beneficencia para regular el mercado de trabajo, desarrollando el sistema de la educación pública para controlar la mentalidad de los trabajadores. Relacionaré estos puntos con el trabajo de la policía más tarde, pero esencialmente me centraré en cómo se desarrolló la policía en Londres, Nueva York, Charleston (Carolina del Sur) y Filadelfia.

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Para hacernos una idea de lo que significa la moderna policía hay que hablar de la situación existente cuando el capitalismo estaba en sus inicios. Concretamente, vamos a ver cómo eran las ciudades comerciales del último período medieval, hace unos mil años.
La clase dominante de la época no residía en las ciudades. Los señores feudales se asentaban en el campo. No disponían de policía. Podían reunir fuerzas armadas para aterrorizar a los siervos, que eran semi-esclavos, o podían guerrear contra otros nobles. Pero estas fuerzas no eran profesionales, ni lo eran a tiempo completo.
La población de las ciudades eran principalmente siervos que habían comprado su libertad, o simplemente habían escapado de sus señores. Eran conocidos como burgueses, o residentes en las ciudades. Fueron los pioneros en poner en marcha las relaciones económicas que mas tarde fueron conocidas como capitalismo.Para el propósito de nuestra discusión, digamos que un capitalista es alguien que usa el dinero para hacer más dinero. Al principio, los capitalistas dominantes eran mercaderes. Un mercader usa el dinero para comprar mercancías con el objetivo de venderlas por más dinero. Hay también capitalistas que tratan solo con dinero, los banqueros, que prestan una cierta suma con el objetivo de conseguir una mayor.
También podían ser artesanos, que compran materiales y hacen algo, por ejemplo zapatos, para venderlos por más dinero. En el sistema de gremios, un maestro artesano supervisaba y trabajaba con obreros y aprendices. Los maestros se aprovechaban de su trabajo, así que había explotación, pero los trabajadores y los aprendices tenían razonables esperanzas de llegar a ser ellos también maestros. Por ello, las relaciones de clase en las ciudades eran bastante fluidas, especialmente en comparación con las relaciones entre nobles y siervos. Además, los gremios operaban bajo formas que limitaban la explotación, por lo que eran los mercaderes los que acumulaban realmente capital en la época.
En Francia, durante los siglos XI y XII, estas ciudades eran conocidas como comunas. Se incorporaban al estatus de comuna bajo ciertas condiciones, a veces con el permiso de un señor feudal, pero en general eran contempladas como entidades autogobernadas o, incluso, como ciudades-estado.
Pero no disponían de policía. Tenían sus propios tribunales, y unas pequeñas fuerzas armadas formadas por los propios vecinos. Estas fuerzas no se encargaban de acusar a nadie. Si se robaba o se sufría un ataque, o se era estafado en un negocio, entonces el ciudadano, como víctima, planteaba las acusaciones.
Un ejemplo de esta justicia do-it-yourself, un método que duró siglos, era conocido como el griterío. Si se estaba en un mercado y se veía a alguien robando, se suponía que el testigo gritaría « ¡Al ladrón, al ladrón!», persiguiéndole. La costumbre era que la gente que lo veía se sumara al griterío y corriera también tras el ladrón.
Las ciudades no tenían policía, porque en ellas existía un alto grado de igualdad social, que daba al pueblo una sensación de responsabilidad mutua. Con los años, los conflictos de clase se intensificaron en las ciudades, pero aun así permanecieron unidas, gracias al antagonismo común contra el poder de los nobles, y continuaron con sus lazos de responsabilidad mutua.
Durante siglos, los franceses mantuvieron e idealizaron el recuerdo de estas tempranas ciudades comunas, comunidades autogobernadas de iguales. Por lo que no es sorprendente que en 1871, cuando los trabajadores tomaron París, lo bautizaran como la Comuna. Pero hemos dado un salto histórico demasiado grande para el tema que nos ocupa.

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El capitalismo fue experimentando importantes cambios a medida que fue creciendo en el seno de la sociedad feudal. En primer lugar, el tamaño de la propiedad del capital creció. Recordemos que esta es la cuestión: convertir pequeños montones de dinero en montones más grandes. El volumen de los capitales comenzó a crecer de forma astronómica durante la conquista del continente americano, a medida que el oro y la plata se saqueaba del Nuevo Mundo y los africanos eran secuestrados para trabajar en las plantaciones.
Cada vez se producían más cosas para su venta en los mercados. Los perdedores en la competición mercantil comenzaron a perder su independencia como productores y tuvieron que emplearse como asalariados. Pero en lugares como Inglaterra, la fuerza que impulsaba a la gente a buscar trabajo asalariado era el Estado, que trataba de expulsar a los campesinos de la tierra.
Las ciudades crecieron, a medida que esos campesinos llegaban desde el campo como refugiados, mientras la desigualdad crecía en las ciudades. La burguesía capitalista se convirtió en una capa social aun más distinta de los trabajadores de lo que solía ser. El mercado causaba un efecto corrosivo sobre la solidaridad de los gremios, algo que trataremos con más detalle cuando hablemos sobre Nueva York. Los talleres eran más grandes que nunca, y un jefe inglés podía tener a su mando docenas de trabajadores. Ahora estamos hablando de un periodo en torno a mediados del siglo XVIII, el período inmediatamente anterior al principio de la auténtica industrialización.
Aún no había policías pero las clases ricas empleaban cada vez más violencia para suprimir la población pobre. A veces se ordenaba al ejército disparar contra las masas rebeldes, y a veces los jueces locales arrestaban a los líderes y les colgaban. La lucha de clases comenzaba a intensificarse, pero las cosas empiezan a cambiar realmente con el despegue de la Revolución Industrial en Inglaterra.

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Paralelamente, Francia atravesaba su propia revolución política y social, que empieza en 1789. La respuesta de la clase dirigente británica fue de pánico por si los trabajadores ingleses seguían el camino francés. Ilegalizaron los sindicatos y las reuniones de más de 50 personas. Sin embargo, los trabajadores ingleses participaron en manifestaciones y huelgas cada vez más extensas entre 1792 y 1820. La respuesta de la clase dirigente fue el envío del ejército. Pero el ejército solo puede hacer dos cosas, y ninguna buena. Pueden negarse a disparar, y las masas seguirán haciendo lo que vinieron a hacer. O pueden disparar a la muchedumbre y producir mártires obreros.
Es exactamente lo que sucedió en Manchester en 1819. Los soldados fueron enviados contra una muchedumbre de 80.000, hiriendo a centenares de personas y matando a once. En vez de someter a las masas, estos sucesos, conocidos como la Masacre de Peterloo, provocaron una ola de huelgas y protestas.
Incluso el clásico remedio de colgar a los líderes del movimiento comenzó a tener repercusiones negativas. Una ejecución podía ejercer un efecto intimidante sobre cien personas, pero ahora los reunidos para apoyar al condenado eran cincuenta mil, y las ejecuciones les animaban a la lucha. El crecimiento de las ciudades británicas, y el crecimiento dentro de ellas de la polarización social (es decir, dos cambios cuantitativos), comenzaron a producir explosiones de lucha cualitativamente diferentes.
La clase dirigente necesitaba nuevas instituciones para poder controlar esto. Una de ellas fue la policía de Londres, fundada en 1829, solamente diez años después de Peterloo. La nueva fuerza policial fue específicamente diseñada para aplicar violencia no letal contra las masas, para romperlas y evitar deliberadamente que surgieran mártires. Ahora bien, cualquier fuerza organizada para desplegar violencia de forma rutinaria matará alguna vez. Pero por cada asesinato policial, hay centenares o miles de actos de violencia policial que no son letales, calculados y calibrados para producir intimidación y evitar una respuesta colectiva furiosa.
Cuando la policía de Londres no estaba concentrada en escuadrones para controlar a la multitud, se dispersaba por la ciudad para controlar la vida cotidiana de los pobres y de la clase trabajadora. Aquí se reúnen ya las funciones de la moderna policía: la forma dispersa de vigilancia e intimidación, llamada lucha contra el crimen, y la forma concentrada de actividad contra huelgas, disturbios y grandes manifestaciones.
Esto último es para lo que fueron creados, para enfrentarse a masas, pero lo que vemos la mayor parte del tiempo es la presencia del guardia. Antes de hablar sobre la evolución de la policía en Nueva York, quiero explorar las conexiones entre estas dos formas de trabajo policial.

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Comenzaré con el tema general de la lucha de clases en torno al uso del espacio público. Es un tema con mucha relevancia para los trabajadores y los pobres. Los espacios abiertos son importantes para los trabajadores:

  • para trabajar
  • para divertirse y entretenerse
  • para vivir, si no se tiene una casa
  • y para la política
En primer lugar, el trabajo. Mientras los mercaderes prósperos pueden controlar espacios cerrados, los que no tienen medios son vendedores callejeros. Los comerciantes asentados los veían como competidores y llamaban a la policía para expulsarles.
Los vendedores callejeros son también activos proveedores de mercancías robadas, por su movilidad y su anonimato. No solo utilizaban a los vendedores callejeros los carteristas y los rateros. Los criados y los siervos de la clase dominante también robaban a sus dueños y pasaban los bienes a los vendedores locales. (Por cierto, en Nueva York hubo esclavitud hasta 1827). La sustracción de riquezas de los confortables hogares de la ciudad es otra razón por la cual la clase burguesa pedía acciones contra los vendedores callejeros.
La calle era también ese lugar en el que los trabajadores pasaban su tiempo libre, porque sus hogares no eran cómodos. Era el lugar en el que se desarrollaba la amistad y se podía encontrar diversión gratuita, y, dependiendo de la época y del lugar, podrían tomar contacto con la disidencia política o religiosa. El historiador marxista E.P. Thompson resumía todo esto, cuando escribía que la policía del siglo XIX era:
«[…] imparcial, intentando retirar de las calles con ecuanimidad a traficantes callejeros, mendigos, prostitutas, artistas de calle, piquetes, niños que jugaban al fútbol y oradores socialistas. El pretexto muy a menudo era una denuncia por interrupción del comercio recibida de un tendero
En ambos lados del Atlántico, la mayoría de los arrestos estaban relacionados con delitos sin víctimas, o delitos contra el orden público. Otro historiador marxista, Sidney Harring destaca: «La definición criminológica de ‘delitos de orden público’ se acerca peligrosamente a la descripción que hace el historiador de las ‘actividades de la clase trabajadora en su tiempo libre’.»
La vida al aire libre era (y es) especialmente importante para política de la clase obrera. Los políticos del sistema y los empresarios pueden reunirse en locales y tomar decisiones que tienen grandes consecuencias porque están al mando de burocracias y de plantillas. Pero cuando los trabajadores se reúnen y toman decisiones sobre cómo cambiar las cosas, normalmente no tiene mayor repercusión a menos que puedan reunir seguidores en la calle, ya sea para una huelga o una manifestación. La calle es el campo de pruebas para buena parte de la política obrera, y la clase dirigente lo sabe muy bien. Por eso colocan a la policía en la calle como contrapeso, cuando la clase trabajadora demuestra su fuerza.
Podemos ver ahora la relación que existe entre las dos principales formas de actividad policial, las patrullas rutinarias y el control de masas. La patrulla callejera acostumbra a la policía a usar la violencia y la amenaza de violencia. Ello les prepara para la represión a gran escala, que es necesaria cuando los trabajadores y los oprimidos se levantan en grupos más grandes. No es solo cuestión de coger práctica con las armas y la táctica. El trabajo de la patrulla callejera es crucial para crear un estado mental en la policía que les haga asimilar que su violencia es por un bien superior.
El trabajo callejero también permite a los oficiales descubrir qué policías se encuentran más cómodos provocando daño, asignándolos a las primeras líneas cuando hay enfrentamientos. Al mismo tiempo, el “policía bueno” con el que nos cruzamos lleva a cabo una labor esencial de “relaciones públicas” para encubrir el trabajo brutal que tiene que ser efectuado por los “policías malos”. El trabajo callejero también es útil en períodos de agitación política, porque la policía ya ha estado en los barrios intentando identificar a los líderes y a los radicales.

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Retrocedemos ahora en la narración histórica para hablar de Nueva York.
Comenzaré con un par de cuestiones sobre las tradiciones de las masas anteriores a la revolución. Durante el período colonial, podían darse a veces tumultos, pero a menudo se formalizaban de manera que la élite colonial podía aprobarlas, o al menos tolerarlas. Había algunas fiestas que caían en la categoría de “desórdenes”, donde las relaciones sociales se invertían y los estratos bajos podían hacer como que estaban arriba. Para las clases subordinadas era una manera de soltar presión, satirizando a sus amos, pero reconociendo al mismo tiempo el derecho de la élite de estar al mando todos los demás días del año. Esta tradición de desórdenes simbólicos era especialmente notable en torno a las Navidades y la víspera de Año Nuevo. Incluso se permitía participar a los esclavos.
Existía igualmente la celebración del Día del Papa, durante la cual los miembros de la mayoría protestante desfilaban con efigies, incluyendo una del Papa, quemándolas todas al final. Era una pequeña provocación sectaria, siempre en buen ambiente, aprobada por los patricios de la ciudad. El Día del Papa nunca solía terminar en violencia contra los católicos, porque solamente eran unos pocos cientos en Nueva York, y no había ninguna iglesia católica antes de la revolución.
Estas tradiciones eran ruidosas e incluso tumultuosas, pero tendían a reforzar la conexión entre las capas bajas y la élite, y no a romper esta ligazón.
Estos estratos bajos están también ligados a las élites por una constante supervisión personal. Esto afectaba a los esclavos y a los sirvientes domésticos, desde luego, pero los aprendices y los artesanos asalariados también vivían en la propia casa del maestro. Por consiguiente, los grupos de subordinados no andaban por la calle a cualquier hora. De hecho, hubo por un tiempo una ordenanza colonial que decía que los trabajadores sólo podían estar en las calles al ir y venir del trabajo.
Esta situación colocaba a los marinos y a los jornaleros como elementos más conflictivos, sin vigilancia. Pero los marinos pasaban la mayor parte del tiempo cerca del puerto y los jornaleros, es decir, los trabajadores asalariados, no constituían aún un grupo muy numeroso.
Bajo estas circunstancias, en las cuales la mayoría de la gente ya estaba vigilada durante el día, no se necesitaba una fuerza policial regular. Existía una vigilancia nocturna, con el fin de luchar contra el vandalismo, arrestando a cualquier persona negra que no pudiera probar que no era esclava. Esta vigilancia no era profesional en absoluto. Todos tenían su trabajo durante el día, rotando en estas labores temporalmente, por lo que no patrullaban de forma regular, y todos odiaban esta tarea. Los ricos pagaban a sustitutos y se libraban.
Durante el día ejercía un pequeño número de alguaciles, pero no patrullaban. Eran agentes del tribunal que ejecutaban mandatos judiciales, como citaciones y avisos de detención. No ejercían un trabajo de detectives. En el siglo XVIII y entrado el XIX, el sistema se apoyaba en informadores civiles a los que se prometía una parte de la multa que el transgresor tuviera que pagar.

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El período revolucionario cambió bastantes cosas respecto al papel de las masas y la relación entre las clases. En la década de 1760, junto con la agitación contra la Stamp Act, la élite de mercaderes y propietarios apoyaron nuevas formas de movilización popular. Se dieron nuevas potentes manifestaciones y disturbios que utilizaron las tradiciones, de forma evidente en el uso de efigies. En vez de quemar al Papa, se quemaba al gobernador o al Rey Jorge.
No tengo tiempo para entrar en detalles sobre lo que hicieron, pero es importante destacar la composición clasista de estas masas. Podían estar presentes miembros de la élite, pero su cuerpo principal eran trabajadores cualificados, conocidos colectivamente como mecánicos. Lo que significa que un maestro podía estar en la manifestación junto con sus asalariados y sus aprendices. La gente de rango social más alto tendía a contemplar al maestro artesano como lugarteniente capaz de movilizar al resto de los mecánicos.
A medida que se intensificaba el conflicto con Inglaterra, los mecánicos se fueron radicalizando y organizándose de forma independiente de la élite colonial. Hubo roces entre los mecánicos y la élite, pero nunca se llegó a una completa ruptura.
Y, naturalmente, cuando los británicos fueron derrotados y las élites establecieron su propio gobierno, ya habían tenido bastantes agitaciones callejeras. Siguieron dándose rebeliones y disturbios en los recién independizados Estados Unidos, pero fueron tomando nuevas formas, en parte porque el desarrollo económico estaba rompiendo la propia unidad de los mecánicos.

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Trataremos ahora aquellos desarrollos que siguieron a la revolución, unos cambios que produjeron una nueva clase trabajadora, salida de una conflictiva mezcolanza de elementos sociales.
Empezaremos con los trabajadores cualificados. Incluso antes de la revolución, la división entre maestros y asalariados se había agudizado. Para comprender esto, debemos observar más detenidamente la persistente influencia del sistema de gremios; formalmente los gremios no existían en los Estados Unidos, pero algunas de sus tradiciones seguían vivas entre esos trabajadores.
Los viejos gremios habían sido esencialmente cartels, uniones de trabajadores que tenían el monopolio de un oficio particular que les permitía dirigir el mercado. Podrían establecer precios obligatorios para sus mercancías e incluso decidir con antelación el tamaño del mercado.
El mercado dirigido permitía cierta estabilidad de relaciones entre los trabajadores del mismo ramo. Un maestro adquiría un aprendiz como un sirviente a plazo fijo, a cambio de la promesa a sus padres de enseñarle un oficio y proporcionarle cama y comida por siete años. Los aprendices se graduaban para ser oficiales asalariados, pero a menudo continuaban trabajando para el mismo maestro en tanto en cuanto no había espacio para que se pudieran convertir en maestros. Los asalariados recibían sus salarios correspondientes con contratos a largo plazo. Esto significaba que recibían la paga a pesar de las variaciones estacionales en la carga de trabajo. Incluso sin la estructura formal de los gremios, muchas de sus relaciones habituales seguían funcionando en el período pre-revolucionario.
Entre 1750 y 1850, sin embargo, esta estructura corporativa en los oficios se derrumba, a causa de que la relación externa (el control del mercado por el artesano) estaba también rompiéndose. El comercio procedente de otras ciudades o de ultramar minaba la capacidad del maestro para establecer precios, de tal forma que los talleres tenían que competir, en una forma que hoy nos es muy familiar.
La competencia llevó a los maestros a parecerse cada vez más a los empresarios, buscando innovaciones que ahorrasen trabajo y tratando a sus trabajadores como asalariados a su disposición. Las empresas se hicieron más grandes y más impersonales, parecidas a las fábricas, con docenas de empleados.
En las primeras décadas del siglo XIX los empleados no solo estaban perdiendo sus contratos a largo plazo, sino también su alojamiento en las instalaciones de los maestros. Los aprendices lo tomaron como una experiencia liberadora, como jóvenes que escapaban de la autoridad de sus padres y de sus maestros. Libres para ir y venir como querían, podían encontrarse con chicas jóvenes y crear su propia vida social con sus iguales. Las mujeres trabajadoras se empleaban principalmente en el servicio doméstico de diversos tipos, a menos que fueran prostitutas.
La vida al aire libre se transformaba, a medida que estos jóvenes se mezclaban con otras capas de la población, que incluía a una clase obrera en crecimiento.
Esta mezcla no era siempre pacífica. La inmigración católica irlandesa se empezó a expandir después de 1800. Hacia 1829, había unos 25.000 católicos en la ciudad, una de cada ocho personas. Los irlandeses estaban segregados por barrios, a menudo viviendo junto a los negros, que eran ahora el 5% de la población. En 1799 los protestantes quemaron una imagen de San Patricio, y los irlandeses respondieron. Estas batallas se repitieron en años siguientes, y estaba claro para los irlandeses que los guardias y los vigilantes estaban en su contra.
Así, antes incluso de la existencia de las modernas fuerzas de policía, los legisladores estaban llevando a cabo una discriminación racial. Las élites ciudadanas tomaron nota de la falta de respeto de los irlandeses hacia los guardias, de su abierta combatividad, y respondieron aumentando el número de vigilantes y orientando mejor sus patrullas. Esto se acompañó de un aumento de la atención policíaca hacia los africanos, que vivían en las mismas zonas y a menudo tenían la misma actitud hacia las autoridades.
Pero tras las divisiones raciales y sectarias estaba la competencia económica, ya que los trabajadores irlandeses estaban por lo general menos adiestrados y obtenían menores salarios que los trabajadores técnicos. Al mismo tiempo, los maestros intentaban despojar a los oficios del taller de su cualificación. Los aprendices angloamericanos pasaron a formar parte de un auténtico mercado de trabajo al perder sus contratos a largo plazo. Cuando esto sucedió, se encontraron con que solo estaban un peldaño por encima de los inmigrantes irlandeses en la escala salarial. Los trabajadores negros, que se dedicaban al servicio doméstico o trabajaban como peones, estaban a su vez un escalón o dos por debajo de los irlandeses.
Al mismo tiempo, la vieja fracción no cualificada de asalariados, que trabajaba en los muelles y la construcción, crecía con el aumento del comercio y de la construcción tras la Revolución.
En resumen, la población estaba aumentando rápidamente. Nueva York tenía 60.000 habitantes en 1800, en 1820 ya había doblado su tamaño. En 1830, Nueva York tenía más de 200.000 habitantes, y 312.000 en 1840.

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Un resumen aproximado de la nueva clase obrera en Nueva York.
En estas décadas, todas las secciones de la clase se lanzaron a la acción colectiva por su cuenta. Es una historia muy complicada, debido al número de acciones y a la fragmentación de la clase. Pero podemos empezar generalizando, y decir que la forma más común de lucha era también la más elemental: los disturbios.
Más concretamente, desde 1801 a 1832, los negros neoyorquinos se sublevaron cuatro veces, para impedir que antiguos esclavos fueran devueltos a sus amos de fuera de la ciudad. Estos esfuerzos fracasaron por lo general, por la violenta respuesta de los vigilantes, y los participantes recibieron sentencias inusualmente duras. Los abolicionistas blancos se unieron a la condena de estos disturbios. Estos ilustran la actividad popular que existía pese a la desaprobación de la élite, por no mencionar la disparidad racial en la aplicación de la ley.
También se dieron provocaciones por parte de los blancos hacia iglesias negras y teatros, a veces alcanzado el nivel de disturbios. Los inmigrantes pobres participaban, pero a veces también tomaron parte los blancos ricos y los mismos agentes de policía. Unos disturbios contra los negros duraron tres días en 1826, dañando las casas y las iglesias de éstos, junto con las viviendas y las iglesias de los pastores blancos abolicionistas.
Pero no había solamente conflictos entre los trabajadores blancos y negros. En 1802, marineros blancos y negros hicieron huelgas por unos salarios más altos. Como en la mayoría de huelgas en esta época, el método era algo que el historiador Eric Hobsbawm denominó “negociación colectiva mediante disturbios”. En este caso, los huelguistas boicotearon los barcos que contrataban con menores salarios. Los trabajadores de los muelles también estuvieron unidos por encima de líneas raciales o sectarias en las huelgas militantes de 1825 y 1828.
Las acciones sindicales llevadas a cabo por los trabajadores cualificados no necesitaban usualmente recurrir a ninguna coerción física, al poseer el monopolio de las habilidades importantes. Pero sin embargo se fueron haciendo más militantes en estos años. Las huelgas en los ramos más técnicos se dieron en tres oleadas, comenzando en 1809, en 1822 y en 1829. Cada ola era más militante y coactiva que la anterior, al enfrentarse a otros compañeros que rompían la solidaridad. En 1829 se inició un movimiento dirigido a limitar la jornada laboral a 10 horas, creando el Workingsman’s Party. El partido se hundió el mismo año, pero llevó a la fundación de la General Trade Union en 1833.
Mientras los trabajadores se iban haciendo más conscientes de sí mismos como clase, comenzaron a hacerse más corrientes los disturbios, cuando la multitud se reunía en las tabernas, en los teatros o en la calle. Tales disturbios bien podían no tener objetivos económicos o políticos claros, pero si que eran ejemplos de autoafirmación colectiva por parte de la clase obrera, o por fracciones étnicas o raciales de esa clase. En las primeras décadas del siglo, se dieron disturbios de este tipo unas cuatro veces al año, pero en el período de 1825 a 1830, los neoyorquinos salieron a la calle una vez al mes.
Una de estas algaradas alarmó de forma especial a la élite. Fueron conocidos como los disturbios de Navidad de 1828, pero de hecho sucedieron el día de Año Nuevo. Una ruidosa muchedumbre de 4.000 jóvenes trabajadores angloamericanos cogió sus tambores y matasuegras y tomó dirección Broadway, donde vivían los ricos. Por el camino, dañaron una iglesia africana y golpearon a los miembros de la iglesia. Los vigilantes arrestaron a bastantes, pero la muchedumbre los rescató, haciendo huir a los guardias.
La masa se fue incrementando y se encaminó hacia el distrito comercial, en donde dañaron las tiendas. En Battery rompieron los cristales de las casas de algunas de las personas más ricas de la ciudad. Y tomaron camino de Broadway, sabiendo que los ricos estaban celebrando su propia fiesta en el City Hotel. Allí, la masa bloqueo la salida de los coches. Un amplio contingente de vigilantes hicieron acto de presencia, pero los líderes de la muchedumbre llamaron a una tregua de cinco minutos. Esto permitió a los vigilantes reflexionar sobre la lucha en la que se iban a meter. Cuando transcurrieron los cinco minutos, los vigilantes se hicieron a un lado, y la ensordecedora masa siguió su marcha hacia Broadway.
El espectáculo de una clase obrera desafiante se mostró en su plenitud ante las familias que dirigían Nueva York. Los diarios empezaron de forma inmediata a reclamar un aumento de la vigilancia, por lo que los Disturbios de Navidad aceleraron el establecimiento de reformas que llevaron finalmente a la creación del New York City Police Department, en 1845.
Las reformas de 1845 aumentaron las fuerzas policiales, las profesionalizaron y las centralizaron, con una cadena de mando más militar. La vigilancia se amplió las 24 horas, y se prohibió a los policías tener un segundo empleo. Se incrementó su paga, y dejó de recibir una parte de las multas que se cobraban.
Esto significó que los policías ya no saldrían a patrullar buscando cómo ganarse la vida, un procedimiento que podía llevar a una extraña selección de objetivos. Eliminar el sistema de comisiones dio a los mandos más libertad para marcar prioridades, y ello capacitó al departamento para responder a las crecientes necesidades de la élite económica.
Así es como se creó la policía de Nueva York.

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 La historia de la policía en el Sur, como puede suponerse, es un poco diferente.
Una de las primeras policías de tipo moderno surgió en Charleston, Carolina del Sur, años antes de que en Nueva York se hiciera plenamente profesional. Los precursores de la fuerza policial de Charleston no fueron los grupos de vigilantes, sino las patrullas de esclavistas que operaban en el campo. Como afirmó un historiador, «[antes de la Guerra Civil] por todos los Estados [del Sur], patrullas móviles de policías armados recorrían el campo día y noche, intimidando, aterrorizando y aplastando a los esclavos, sometiéndoles y humillándoles». Eran generalmente fuerzas de voluntarios blancos que portaban sus propias armas. Con el tiempo, el sistema se adaptó a la vida urbana. La población de Charleston no aumentó como la de Nueva York. En 1820, aún había menos de 25.000 habitantes, pero la mitad de ellos eran negros.
La única manera de que en el Sur pudiera desarrollarse algún tipo de industrialización pasaba por permitir a los esclavos trabajar como asalariados en las ciudades. Algunos esclavos eran propiedad de los propietarios de las factorías, especialmente en la ciudad más industrial del Sur, Richmond. La mayoría de los esclavos urbanos, sin embargo, eran propiedad de los burgueses ciudadanos, que les usaban para servicios personales y les “alquilaban” a los empleados a cambio de salario.
En un principio, los amos encontraban los trabajos para sus esclavos y tomaban para sí todo el salario. Pero rápidamente descubrieron que era más conveniente dejar a los esclavos buscar sus propios trabajos, recibiendo del esclavo una prestación por el tiempo empleado fuera.
Esta nueva situación alteró fundamentalmente la relación entre los esclavos y sus amos, por no mencionar la relación entre los mismos esclavos. Por largos períodos de tiempo, los esclavos se libraban de la supervisión directa de sus dueños, pudiendo disponer de dinero efectivo para sí mismos, si conseguían más que las tasas que pagaban a sus dueños. Muchos afroamericanos eran capaces incluso de vivir fuera de las dependencias de sus amos. Podían casarse y cohabitaban independientemente. Hacia las primeras décadas del siglo XIX, Charleston tenía un barrio negro, poblado principalmente por esclavos y algunos hombres libres.
La población blanca sureña, tanto en la ciudad como en el campo, vivía con un miedo constante a la insurrección. En el campo, sin embargo, los negros estaban bajo una continua vigilancia, y pocas oportunidades había bajo el agotador régimen de trabajo de los esclavos para desarrollar conexiones sociales. Las condiciones mucho más libres de las ciudades implicaban que el Estado tenía que participar en el trabajo de represión que los amos habían efectuado hasta entonces por sí mismos.
La organización del Charleston Guard and Watch se fue desarrollando con el método de prueba y error hasta constituir una fuerza policial moderna hacia la década del 1820, llevando a cabo un acoso diario a los negros, y siempre dispuestos a responder con una rápida movilización para el control de las masas. Recibió un fuerte impulso hacia la profesionalización en 1822, cuando se descubrieron los planes para una insurrección coordinada de esclavos. Aplastaron la insurrección, y reforzaron la fuerza.
Las fuerzas del Sur estaban más militarizadas que en el Norte, incluso antes de su profesionalización. La policía montada era una excepción en el norte, pero era habitual en el sur. Y la policía en el sur portaba escopetas, con bayonetas.
La historia concreta de las fuerzas policiales varía en todas las ciudades norteamericanas, pero en tanto en cuanto se enfrentaban a problemas similares de represión de los trabajadores urbanos y de los pobres, en todas partes se tendió a dar las mismas soluciones institucionales. La experiencia del sur también refuerza una perspectiva que ya hemos visto en el norte: el racismo contra los negros estuvo presente en la policía norteamericana desde su primer día.

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Para terminar, diré algunas cosas sobre Filadelfia, pero antes voy a tocar algunas características comunes en todas partes.
En primer lugar, hay que situar la labor policial en el contexto de un gran proyecto de la clase dirigente para controlar y moldear a la clase obrera. Dije al principio que la emergencia de la revuelta obrera coincidió con la ruptura de los viejos métodos de la constante vigilancia personal de la fuerza de trabajo. El Estado comenzó entonces a proporcionar esa vigilancia. Los policías eran parte de este esfuerzo, pero en el norte el Estado también incrementó sus programas de alivio de la pobreza y enseñanza pública.
El trabajo policial estaba integrado en el programa de asistencia pública, en tanto que los guardias trabajaban en el registro de pobres para su ingreso en las fábricas. Incluso antes de que la policía se profesionalizara, los guardias elegían a los pobres. Si alguien estaba desempleado y era incapaz de trabajar, era enviado a la caridad de las iglesias o de la propia ciudad. Pero si eran hábiles para el trabajo, se consideraban como “vagos”, y eran enviados a los horrores de las casas de trabajo (workhouses).
El sistema de asistencia pública contribuyó de manera crucial a la creación del mercado asalariado. La función clave de ese sistema era hacer el desempleo tan desagradable y humillante que la gente prefería tomar trabajos normales con salarios muy bajos, para evitarlo. Castigando a los más pobres, el capitalismo creó una baja base de partida para los salarios, rebajando el conjunto de la escala salarial.
La policía ya no cumplirá un papel directo en la selección de gente para la asistencia, pero se encargarán del castigo. Como sabemos, mucho del trabajo policial consiste en hacer la vida desagradable a los desempleados en la calle.
La aparición de la moderna función policial coincide con la aparición de la educación pública. Las escuelas públicas acostumbran desde la infancia a la disciplina del puesto de trabajo capitalista; los niños son separados de sus familias para ejecutar una serie de tareas junto con otros, bajo la dirección de una figura autoritaria, según un programa dirigido por un reloj. El movimiento de reforma escolar de las décadas de1830 y 1840 también perseguía formar el carácter moral de los estudiantes. Se suponía que así los estudiantes se someterían de buen grado a la autoridad, siendo capaces de trabajar duro, ejercer el autocontrol y retrasar la gratificación.
De hecho, los conceptos de “buen ciudadano” que resultaron de la reforma escolar se ajustaban perfectamente a los conceptos de criminología que estaban inventándose para clasificar a la gente en la calle. La policía se iba a centrar no solo en el delito sino también en los tipos de delincuentes, un método de clasificación respaldado por unas supuestas credenciales científicas. El “delincuente juvenil”, por ejemplo, es un concepto común en la escuela y en la policía, y ha ayudado a ligar la práctica de las dos actividades.
Esta ideología de la buena ciudadanía se suponía que tenía un gran efecto en la cabeza de los estudiantes, invitándoles a pensar que los problemas de la sociedad son consecuencia de las acciones de “chicos malos”. Un objetivo clave en la escolarización, según el reformador Horace Mann, debería ser implantar una cierta clase de conciencia en los estudiantes, de manera que ellos mismos disciplinen su propio comportamiento, siendo sus propios policías. En palabras de Mann, el objetivo para los niños era “pensar en el deber más que en el policía”.
Ni que decir tiene que ese esquema analítico de dividir la sociedad entre buenos y malos es perfecto para encontrar chivos expiatorios, especialmente de tipo racial. Ese esquema moral era (y es) también un enemigo directo de una cosmovisión con conciencia de clase, que identifica el antagonismo básico de la sociedad en el conflicto que existe entre explotadores y explotados. La actividad policial va de esta manera mas allá de una simple represión; enseña una “ideología” de buenos y malos ciudadanos que enlaza con las lecciones del aula y del taller.
Podemos resumir diciendo que la invención de la policía era parte de una expansión de la actividad estatal para ganar control sobre el comportamiento cotidiano de la clase trabajadora. La escolarización, la asistencia pública y el trabajo policial se dirigían de forma conjunta a formar a los trabajadores para ser útiles (y leales) a la clase capitalista.

***
El próximo punto trata sobre algo que todos sabemos, y que es lo siguiente: una cosa es la ley, y otra lo que hace la policía.
Lo primero, algunas palabras sobre la ley. A pesar de lo que podamos haber aprendido en clase, la ley no es el marco en el cual opera la sociedad. La ley es producto de la manera en que funciona la sociedad, pero no te dice cómo funcionan las cosas en realidad. La ley tampoco es el marco en el que la sociedad debería funcionar, pese a que algunos tengan esta esperanza.
La ley es en realidad una herramienta más en manos de aquellos que disponen del poder para usarla, para cambiar el curso de los acontecimientos. Las corporaciones tienen poder para usar esta herramienta porque pueden contratar abogados caros. Políticos, fiscales y la policía también pueden usar la ley.
Ahora algunos detalles sobre los policías y la ley. La ley tiene muchos más recursos de los que ellos usan en la práctica, por lo que el cumplimiento por su parte es siempre selectivo. Esto significa que la policía está siempre seleccionando qué parte de la población es su objetivo y escogiendo qué clase de comportamiento quieren modificar. Esto también significa que los policías tienen continuamente oportunidad de corromperse. Si tienen capacidad para decidir quien es acusado de un delito, también pueden pedir una recompensa por no acusar a alguien.
Otra forma de ver la brecha que existe entre la ley y lo que hace la policía es examinar la idea común de que el castigo comienza con una sentencia tras un juicio. El tema es que cualquiera que haya tenido tratos con la policía os dirá que el castigo comienza cuando te ponen sus manos encima. Pueden detenerte y meterte en la cárcel incluso sin cargos. Esto es un castigo y ellos lo saben. Por no mencionar el abuso físico que puedes sufrir o los problemas que te pueden causar aunque no te detengan.
Así, la policía controla a la gente a diario sin mandamiento judicial, y castigan a la gente a diario sin una sentencia. Obviamente, algunas de las funciones sociales clave de la policía no están escritas en la ley. Forman parte de la cultura policial que aprenden unos de otros con el apoyo y la dirección de sus mandos.
Esto nos remite a la cuestión con la que hemos comenzado. La ley trata de delitos, y son individuos a quienes se acusa de delitos. Pero en realidad la policía fue inventada para tratar con lo que los trabajadores y los pobres se llegan a convertir sus expresiones colectivas: la policía trata con muchedumbres, vecindarios, seleccionando a la población; todos son entidades colectivas.
Pueden usar la ley para hacer esto o aquello, pero sus principales directivas les llegan de sus mandos o de su propio instinto como policías con experiencia. Las directrices policiales tienen frecuentemente una naturaleza colectiva, como por ejemplo, cómo hacerse con el control de un barrio rebelde. Ellos deciden lo que hay que hacer y después eligen qué leyes emplear.
Este es el significado de “tolerancia cero” y de “ventanas rotas”, orientaciones que, en el pasado, podrían haber sido denominadas perfectamente políticas contra la “chulería negra”. El objetivo es intimidar y ejercer control sobre una masa de gente, actuando sobre unos pocos. Esas tácticas han sido construidas sobre el trabajo policial desde el mismo principio. La ley es una herramienta para usar sobre los individuos, pero la meta real es controlar el comportamiento de masas más grandes.

***
Usaré mis últimos minutos para hablar sobre algunas alternativas. Una de ellas es el sistema judicial existente en los Estados Unidos antes de la aparición de la policía. Está bien documentado en Filadelfia, que es el sitio del que hablaremos. La Filadelfia colonial desarrolló un sistema denominado juicios menores, en los que tenían lugar la mayoría de las acusaciones. El alcalde y un concejal ejercían de jueces, de magistrados. La gente pobre ahorraba dinero para pagar una tasa al magistrado que atendía su caso.
Entonces, como ahora, la mayoría de delitos eran cometidos por gente pobre contra gente pobre. En estos juicios, la víctima del asalto, robo o difamación actuaba como fiscal. Intervenía un agente para traer al acusado, pero no tenía nada que ver con un policía efectuando una detención. Toda la acción estaba dirigida por la voluntad de la víctima, no en función de los objetivos del Estado. El acusado podía también demandar a su vez. No había abogados involucrados en las partes, por lo que el único gasto era la tasa al magistrado. El sistema no era perfecto, porque el juez puede ser corrupto, y la vida del pobre no deja de ser miserable por ganar un caso. Pero el sistema era bastante popular y continuó funcionando por algún tiempo, incluso mientras el sistema de la policía moderna y los fiscales del Estado se desarrollaba en paralelo.
El ascenso de la policía, que vino acompañado del auge de los fiscales, implicaba que el Estado dejara su huella en la jerarquía judicial. En el tribunal, uno puede esperar que le traten como inocente hasta que se pruebe la culpabilidad. Antes de llegar al juicio, sin embargo, se pasa por las manos de la policía y de los fiscales que, ciertamente, no te tratan como si fueras inocente. Tienen oportunidad de presionarte o torturarte para confesar, incluso antes de llegar ante el tribunal.
Injusto como era este sistema dominado por policías y acusadores, los juicios menores habían demostrado a los filadelfios que había una alternativa más cercana a una resolución entre iguales.
Esta es la clave. Podemos hacer de nuevo factible una alternativa si abolimos las relaciones sociales de desigualdad para cuya defensa fue inventada la policía. Cuando los trabajadores de París tomaron la ciudad por dos meses en 1871, establecieron un gobierno bajo el viejo nombre de Comuna. Los principios de la igualdad social en París eliminaron la necesidad de la represión y permitieron a los comuneros el experimento de abolir la policía como fuerza estatal separada, al margen de la ciudadanía. El pueblo elegía a sus propios funcionarios de seguridad pública, escogidos por los electores y sujetos una inmediata destitución.
Nunca llegó a ser una rutina establecida, porque la ciudad estuvo asediada desde el primer día, pero los comuneros estaban en la vía correcta. Para superar un régimen de represión policial, el trabajo esencial era defender los principios de la Comuna, es decir construir una comunidad autogobernada de iguales. Y esto es lo que hoy en día nosotros debemos conseguir.


BIBLIOGRAFÍA
Tigar, Michael. Law and the Rise of Capitalism. New York: Monthly Review Press, 2000.
Thompson, E. P. The Making of the English Working Class. Vintage, 1966.
Farrell, Audrey. Crime, Class and Corruption. Bookmarks, 1995.
Williams, Kristian. Our Enemies in Blue: Police and Power in America. Revised Edition. South End Press, 2007.
Silberman, Charles E. Criminal Violence, Criminal Justice. First Edition. New York: Vintage, 1980.
Bacon, Selden Daskam. The Early Development of American Municipal Police: A Study of the Evolution of Formal Controls in a Changing Society. Two volumes. University Microfilms, 1939.
Gilje, Paul A. The Road to Mobocracy: Popular Disorder in New York City, 1763-1834. The University of North Carolina Press, 1987.
Steinberg, Allen. The Transformation of Criminal Justice: Philadelphia, 1800-1880. 1st edition. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 1989.
Wade, Richard C. Slavery in the Cities: The South 1820–1860. Oxford University Press, 1964.
Bowles, Samuel, and Herbert Gintis. Schooling In Capitalist America: Educational Reform and the Contradictions of Economic Life. Reprint. Haymarket Books, 2011.

Ingresos forzosos

[Primera Vocalekoek testu interesgarri bat dakarkigute gaur] 

Ingresos forzosos                                                     

ingresos forzosos_xarxa gam_primera vocalOs dejamos con una publicación que ya tiene algún tiempo, y que no queremos que bajo ningún concepto caiga en el olvido de estos vertiginosos tiempos digitales. Se trata de un fanzine centrado en ingresos forzosos y elaborado por personas que narran sus experiencias en primera persona (y a quienes queremos dar las gracias desde Primera Vocal por su generosidad); un proyecto alentado por Xarxa GAM / Red de Grupos de Apoyo Mutuo formada por personas psiquiatrizadas, que ya conocemos de entradas anteriores.
Fanzine Ingresos forzosos_xarxa gam_PDF


Fragmento de Momo, de Michael Ende

Fragmento de Momo, de Michael Ende 

momo_primera-vocal
Si no lo habéis leído, ya estáis tardando. Si lo habéis leído solo de niños, también estáis tardando.
Vivimos en un mundo oscuro donde hay que acudir a los libros infantiles en busca de afectos y verdades sobre el hecho de tener una mente que funcione de manera diferente.
[…]
Aun cuando alguien tiene muchos amigos, suele haber entre ellos unos pocos a los que se quiere todavía más que a los demás. También en el caso de Momo era así.
Tenía dos grandes amigos que iban a verla cada día y que compartían con ella todo lo que tenían. Uno era joven y otro viejo.
Momo no habría sabido decir a quién de los dos quería más.
El viejo se llamaba Beppo Barrendero. Seguro que en realidad tendría otro apellido, pero como era barrendero de profesión y todos le llamaban así, él también decía que ése era su nombre.
Beppo Barrendero vivía en una choza que él mismo se había construido, cerca del anfiteatro, a base de ladrillos, latas y cartón embreado. Era extraordinariamente bajo e iba siempre un poco encorvado, por lo que apenas sobrepasaba a Momo. Siempre llevaba su gran cabeza, sobre la que se erguía un mechón de pelos canosos, un poco torcida, y sobre la nariz llevaba unas pequeñas gafas.
Algunos opinaban que a Beppo Barrendero le faltaba algún tornillo. Lo decían porque ante las preguntas se limitaba a sonreír amablemente y no contestaba. Pensaba. Y cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. Pero cuando la creía necesaria, pensaba sobre ella. A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, el otro, claro está, había olvidado qué había preguntado, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía.
Solo Momo sabía esperar tanto y entendía lo que decía. Sabía que se tomaba tanto tiempo para no decir nunca nada que no fuera verdad. Pues en su opinión, todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito, pero también las involuntarias, causadas por la prisa o la imprecisión.

Cada mañana iba, antes del amanecer, en su vieja y chirriante bicicleta, hacia el centro de la ciudad, a un gran edificio. Allí esperaba, con sus compañeros, en un patio, hasta que le daban una escoba y le señalaban una calle que tenía que barrer.
A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.
Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso—inspiración—barrida. Paso—inspiración—barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso—inspiración—barrida.
Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, cuando se sentaba con momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella le escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.
—Ves, Momo —le decía, por ejemplo—, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:
—Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nnunca nada más que en el siguiente.
Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:
—Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
—De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
—Eso es importante.
Otra vez se sentó al lado de momo, callado, y ella vio que estaba pensando y que quería decir algo muy especial. De repente, él la miró a los ojos y le dijo:
—Nos he reconocido.
Pasó mucho rato antes de que continuara con voz baja:
—Eso ocurre, a veces… a mediodía…, cuando todo duerme en el calor… el mundo se vuelve transparente… como un río, ¿entiendes?… se puede ver el fondo.
Asintió y calló un rato, para decir en voz más baja:
—Hay allí otros tiempos, allí al fondo.
Volvió a pensar un buen rato, buscando las palabras adecuadas. Pero pareció no encontrarlas, pues de repente dijo con voz totalmente normal:
—Hoy estuve barriendo junto a las viejas murallas. Hay allí cinco sillares de otro color. Así, ¿entiendes?
Y con el dedo dibujó una gran «T» en el suelo. La miró con la cabeza torcida y, de repente, murmuró:
—Las he reconocido, las piedras.
Después de otra interrupción siguió a empellones:
—Esos eran otros tiempos, cuando se construyó la muralla… trabajaron muchos en ella… pero había dos, entre ellos, que colocaron esos sillares… era una señal, ¿comprendes?… la he reconocido.
Se pasó las manos por los ojos. Parecía costarle un gran esfuerzo lo que intentaba decir, porque al seguir hablando, las palabras salían con esfuerzo:
—Tenían otro aspecto, esos dos, en aquel entonces.
Pero entonces dijo, en tono definitivo y casi colérico.
—Pero nos he reconocido, a ti y mí. ¡Nos he reconocido!

Basalburu, el bosque comestible de Salburua… o un nuevo ejemplo de las zancadillas de la Administración a la autogestión.


Basalburu, el bosque comestible de Salburua… o un nuevo ejemplo de las zancadillas de la Administración a la autogestión.

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En este blog tenemos claro que la autogestión popular es vivida con recelo y desasosiego por las instituciones. Y no nos extraña, porque en el fondo también supone un profundo cuestionamiento del monopolio de la gestión pública que intentan arrogarse esas instituciones. Por eso, cuando la autogestión popular florece, las instituciones tratan de controlarla, ya sea eliminándola o demonizándola, o más sutilmente “acercándola al redil normativizado” mediante engaños, hasta convertirla en otra cosa (cogestión, cesión… siempre bajo el control institucional), o acabando con ella por agotamiento después de someterla al marasmo burocrático que acaba con los sueños e ilusiones de la más pintada.
Viene todo esto a cuenta de la petición que nos ha llegado para colaborar en la difusión de la odisea que está viviendo el proyecto popular vecinal de Basalburu, para la generación de un bosque comestible en Salburua. Basalburu es un proyecto que se define con estos objetivos:
El Objetivo general es generar espacios físicos y humanos dentro del barrio de Salburua en el que poder experimentar nuevos modelos de consumo, alimentación, generación de alimentos y recursos naturales, autogestión, organización, ocio, aprendizaje y participación ciudadana, más sanos, sostenibles y responsables.
El objetivo específico es crear un bosque comestible, entendiendo como tal un agrosistema de bosque ecológico cuyas plantas ya sean arbóreas, arbustivas o herbáceas sean comestibles o aptas para otros usos, respeten la biodiversidad local.
Pues bien, Basalburu lleva ya cuatro años padeciendo una experiencia más de cómo el Ayuntamiento de Gasteiz puede acabar con las energías y esperanzas de cualquier proyecto popular, aún sin dejarle nacer. Y, encima -estamos seguras y tiempo habrá para comprobarlo-, terminará poniéndose alguna medalla si el proyecto no muere en el camino.
De todas estas “habilidades antiautogestionarias” del “gabinete Urtaran” ya hemos hablado en alguna ocasión en este blog pero ahora, antes de entrar en los detalles de lo que está sucediendo con Basalburu, conviene recordar unas declaraciones del por entonces concejal Belandia, sobre estas cuestiones:
La segunda necesidad a la que dará respuesta el plan es la participación ciudadana en Vitoria, que no termina de ser eficaz ni de dar respuesta a la gente, que en muchas ocasiones decide organizarse por su cuenta. “Debe cambiar el modelo de que todo este tipo de prácticas sean contra el Ayuntamiento para ser con el Ayuntamiento, nosotros tenemos que ser el socio de todas esas iniciativas, de proyectos culturales, teatrales, musicales, etcétera, que trabajan en la ciudad; deben tener en los espacios municipales su campo de expansión”, señala Belandia. La idea es que los responsables de cada área municipal ayuden a los promotores de esos proyectos alternativos a desarrollarlos, a generar sinergias, controlando a la vez que la calidad de la programación es la adecuada, y garantizando también la sostenibilidad económica de los centros cívicos.
Eso no se hace de la noche a la mañana”, advierte el responsable municipal, quien explica que en principio se desarrollarán experiencias piloto y poco a poco las actividades más tradicionales irán conviviendo con otras más vinculadas a los movimientos sociales de la capital alavesa. Ahora toca buscar las fórmulas jurídicas (como hubo que hacer, por ejemplo, con el proyecto autogestionado Zabalortu), y también las meramente operativas, para hacer de la necesidad virtud y conjugar el ahorro con la participación ciudadana.
Pues bien, con estas grandilocuentes declaraciones de intenciones de Belandia bien presentes, vayamos ahora a conocer en detalle lo que nos cuentan desde Basalburu y con ello nos percataremos del largo trecho entre la retórica del gobienro municipal y la realidad que padecen los proyectos populares.
Soy Irma. Miembro de Basalburu y estoy aburrida y cansada de gastar mi energía, tiempo e ilusión en tantos obstáculos y resistencias que nos pone el Sistema. El mastodonte burocrático y político es enorme, y está medio disecado. Elijo salirme de esa pelea.
Vecina de Salburua. Barrio joven y periférico de Vitoria-Gasteiz.
Una más del grupo de personas impulsoras del proyecto de bosquecillo comestible en nuestro barrio.
Hace ya casi cuatro años parimos la idea, buscamos trozos de tierra en desuso, propusimos acciones concretas, tuvimos el apoyo activo de unas cuarenta personas de distintas edades, sexo, procedencias, profesiones…
Nos unía la ilusión de querer hacer barrio, de aprovechar la ubicación periférica del barrio tan cerquita de la zona rural y del campo verde para sentir más cerca la tierra aunque seamos urbanitas. Queríamos compartir con nuestros hijos e hijas un ocio más natural, menos consumista, más sostenible, más colaborativo.
Imaginábamos, soñábamos, con un entorno cultivado y cuidado por l@s vecin@s, sin propietarios, sin parcelas con nombre y apellido, donde la fruta y los recursos que generosamente nos ofrece la tierra, gracias al trabajo voluntario, con el mimo, el cuidado, la ilusión y las ganas de aprender fuesen suficientes.
Queríamos disfrutar trabajando junt@s.
Y … topamos con la administración.
En estos años no hemos parado ni un solo mes, con nuestros errores y nuestros aciertos, en juntarnos, en hacer actividades tocando y pisando la tierra y el monte. Abiertas a todas las personas que se han querido acercar. Sin cobrar. Sin seguros. Compartiendo el almuerzo, los conocimientos y las risas. Como un grupo de amigos. Y Menos mal! Porque es lo que nos ha dado fuerza para aguantar todo el proceso “legal”.
El proyecto de bosque comestible de la parcela de Elorriaga sigue estancado por las exigencias burocráticas, protocolos, “leyes”, seguros, tasas, explicaciones que se escapan al sentido común, reuniones con técnicos, políticos y demás expertos y representantes de la administración y del gobierno local y promesas y más promesas.
Se nos ha pedido discreción, paciencia, paciencia, discreción, más paciencia, cumplir las normas, todas las normas, tiempos, formularios, protocolos… cuatro años!!! Y dos gobiernos locales.
Hemos perdido por el camino personas super válidas de puro aburrimiento y frustración.
Somos gente, somos calle, somos vida. No somos ni queremos ser un megaproyecto perfecto.
Sólo pedimos que nos permitan usar ese trozo de tierra, tan cerca de nuestros hogares en edificios de pisos, al que podemos llegar paseando jóvenes y mayores. Que nos permitan ocupar, sí ocupar (parece que a los burócratas les aterra esta palabra) una parcela que en su día ya fue huerto y ahora está abandonado, y que nos faciliten una toma de agua para poder regar y cuidar las flores, las plantas y los árboles. Recoger los frutos y merendar. Hacer té con menta y charlar. Coger una guitarra y pasar un rato bajo la sombra de un frutal.
Bueno, pues nos quieren cobrar el agua.
Señor@s polític@s y técnic@s: que no es para regar “mi” jardín, ni “mi” huerta, ni para llenar “mi” piscina, sino para regar cuando realmente haga falta un espacio comunitario abierto a tod@s, para disfrute de tod@s!!!! Y para beber si tenemos sed durante el trabajo.
Nos querían cobrar el uso de los metros cuadrados de tierra a utilizar…
Que la ciudad es de todos! Que pagamos nuestros impuestos para que esos recursos sean empleados para el bien común! Y este proyecto es abierto. Para hacer un barrio más sano, más feliz. No hemos pedido ni un euro! Sabemos que hay necesidades sociales más urgentes.
Porque, aunque a muchos les parezca mentira, hay personas dispuestas a enseñarnos, a prestarnos herramienta, a aportar semillas, planta, tiempo, manos, ideas…
Lo mejor de Basalburu son las personas, son los momentos en la naturaleza, el compartir… ver el ciclo de las estaciones…
Irmaren (Basalbururen) oihuak Udalalak eta Administrazioak hartutako jarreraz ozen bezain garbi hitz egiten digu, ea guztion artean oihu horiek zabaldu eta biderkatu ditzakegun Udalarako jasaezina bihurtu arte… eta guztiok ikasteko berriro ere zer gertatzen den Administrazioak iniziatiba autogestionatu batean bere eskua sartzen duenean. Horren aurrean ziur gaude Irma (eta Basalburukideek) oso irmo eutsiko diotela, zuen nahiak eta desioak ezin dira ezabatu burokraziaren borragomaz.

[ Kutxiko Txoko Txikitxutik webgunetik hartua ]

Poemas raros


100 POEMAS RAROS
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1. Poetario de las metamorfosis, de Leónidas Lamborghini (AQUÍ)
2. Tabla de dicterios contra Franco, de Rafael Alberti (AQUÍ)
3. Dos poemas de Pedro Casariego Córdoba (AQUÍ)
4. Tres poemas de Joan Brossa (AQUÍ)
5. Tiempo y materiales, de Robert Hass (AQUÍ)
6. Dos poemas de Gonzalo Rojas (AQUÍ)
7. Abecedario, de Cristina Peri Rossi (AQUÍ)
8. Alias, de Peter Handke (AQUÍ)
9. 68, de Enrique Falcón (AQUÍ)
10. Dos poemas de César Vallejo (AQUÍ)
11. Kesi keno, de Mario Trejo (AQUÍ)
12. Estrellas, de Rogelio Sinán (AQUÍ)
13. La capilla aldeana, de Vicente Huidobro (AQUÍ)
14. Letanía del Opus pus, de Celso Emilio Ferreiro (AQUÍ)
15. Che, de Humberto Constantini (AQUÍ)
16. Dos poemas de Eduardo Scala (AQUÍ)
17. Balada o epigrama, de Luis García Montero (AQUÍ)
18. Cuatro poemas visuales (AQUÍ)
19. Vals de los aviadores, de Juan Carlos Mestre (AQUÍ)
20. Orquestación diepálica, de De Diego-Padró y Palés Matos (AQUÍ)
21. El horimento bajo el firmazonte, de Carmen Jodra Davó (AQUÍ)
22. Otro padre, de Esteban Peicovich (AQUÍ)
23. Alrededor no hay nada, de Joaquín Sabina (AQUÍ)
24. Si muero en la carretera, de Virgilio Piñera (AQUÍ)
25. Dos poemas de Félix Grande (AQUÍ)
26. Doceavo, de Leopoldo María Panero (AQUÍ)
27. El perfeccionista, de Óscar Hann (AQUÍ)
28. Trucos, de Sharon Olds (AQUÍ)
29. Un poema de Beppe Salvia (AQUÍ)
30. Fifth Avenue, de Jose María Fonollosa (AQUÍ)
31. Talgia, de Edgardo B. Díaz (AQUÍ)
32. El que regresa, de Rodolfo Hinostroza (AQUÍ)
33. Los otros, los demás, ellos, de Fernando Beltrán (AQUÍ)
34. Un poema de Arno Hellaakoski (AQUÍ)
35. Sóngoro cosongo, de Nicolás Guillén (AQUÍ)
36. Esta tabla, rasa, de Ernesto San Millán (AQUÍ)
37. Never ever, de Salvador Novo (AQUÍ)
38. Film de los paisajes, de José Watanabe (AQUÍ)
39. Dos poemas de Juan Carlos Bustriazo Ortiz (AQUÍ)
40. Cuarteto irremediable, de Miguel Labordeta (AQUÍ)
41. Gran guiñol, de Alberto Hidalgo (AQUÍ)
42. El cuadro negro, de Paul Borum (AQUÍ)
43. Mistral en Alto V, de Yanko González (AQUÍ)
44. Canción en u, de César González Ruano (AQUÍ)
45. Prefacio a *******, de Álvaro Guijarro García (AQUÍ)
46. Al suculento súcubo sucumbe, de Julio Reija (AQUÍ)
47. La mosca juzga a Miss Universo, de José Emilio Pacheco (AQUÍ)
48. El puro no, de Oliverio Girondo (AQUÍ)
49. Combate, de Leónida Lanborghini (AQUÍ)
50. Oración, de Ignacio Uranga (AQUÍ)
51. Sabía Ud. algo de las verdes áreas regidas? de Raúl Zurita (AQUÍ)
52. Bestiario para fagot y esófago, de Augusto Campos (AQUÍ)
53. Provisional Romeo, de Ángel Cerviño (AQUÍ)
54. Un poema de Francisco J. Sevilla (AQUÍ)
55. LVIII, de Catulo (AQUÍ)
56. Ladydadiva, de Virgilio Piñera (AQUÍ)
57. Frida Kahlo, de Salvador Novo (AQUÍ)
58. Dos poemas de Óscar Curieses (AQUÍ)
59. Un poema "plagiado" de Esteban Peicovich (AQUÍ)
60. Ficha, de Leonard Cohen (AQUÍ)
61. Un poema de Dani Orviz (AQUÍ)
62. Un poema de Lope de Vega (AQUÍ)
63. Lo enumeraba mientras la otra..., de Luis Chaves (AQUÍ)
64. Los campos del hambre y los campos del desvarío, de Raúl Zurita (AQUÍ)
65. Un poema de Mario Arteca (AQUÍ)
66. De algo irremediable en economía, de Francisco Pino (AQUÍ)
67. Seis artefactos de Nicanor Parra (AQUÍ)
68. Verdehalago, de Mariano Brull (AQUÍ)
69. alicia (la confesión de Carroll), de Maurizio Medo (AQUÍ)
70. Pintando la vida de un señor mal ocupado, de Francisco de Quevedo (AQUÍ)
71. Mariposas de Lüdenscheid, de Martín Rodríguez (AQUÍ)
72. El límite de las palabras I, de Peter Handke (AQUÍ)
73. Un poema de Drukpa Kunley (AQUÍ)
74. Un poema de E. E. Cummings (AQUÍ)
75. Melania espelefucia, de Juan Pérez Zúñiga (AQUÍ)
76. Por mano ajena, de Luisa Futoranski (AQUÍ)
77. Un poema de Pablo Ruiz Picasso (AQUÍ)
78. Telegramas de urgencia escribo, de Gloria Fuertes (AQUÍ)
79. Un soneto de Pablo Neruda (AQUÍ)
80. Hombres de TV: Antígona (Guiones 1 y 2), de Anne Carson (AQUÍ)
81. Matemática poética, de Nichita Stănescu (AQUÍ)
82. Diálogo entre Nafa y su asesino, de Fernando Merlo (AQUÍ)
83. Ameno amén humano, de Diego Mattarucco (AQUÍ)
84. Ofrécese Superlópez, 1996, de Jorge Riechmann (AQUÍ)
85. Poema sobre Jonás y los desalienados (AQUÍ)
86. Nochetótem, de Oliverio Girondo (AQUÍ)
87. Tríptico del looser, de Bruno Keppes (AQUÍ)
88. Aquiles no alcanza a esa maldita tortuga, de Bruno Di Benedetto (AQUÍ)
89. Elogio de mi hermana, de Wislawa Szymborska (AQUÍ)
90. Poema con límite de tiempo, de Eduardo Chirinos (AQUÍ)
91. Mamíferos, de Jesús Lizano (AQUÍ)
92. Rito de purificación, de Rodolfo Hinostroza (AQUÍ)
93. Poemas Underwood, de Martín Adán (AQUÍ)
94. Un poema de "Sansirolés de los madriles", de Agustín Delgado (AQUÍ)
95. Un poema de Pablo Cortina (AQUÍ)
96. 67 versos en recuerdo de Dadá, de Juan Eduardo Cirlot (AQUÍ)
97. Poema con un pepino dentro, de Robert Hass (AQUÍ)
98. Gonzalo Rojas y Braulio Arenas, de Marco Martos (AQUÍ)
99. Números, de Paula Ilabaca (AQUÍ)
100. Buster Keaton busca por el bosque a su novia..., de Rafael Alberti (AQUÍ)


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