Chicas radioactivas: la olvidada historia de los relojes luminosos
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Todo comenzó en Nueva Jersey, algunos años después del descubrimiento del radio por Marie Curie.
En abril de 1917, con la entrada en guerra de los norteamericanos, los militares estadounidenses requieren nuevo instrumental.
La U.S. Radium Corporation comienza a producir instrumentos que se iluminan en la oscuridad.
La fábrica contrata a jóvenes obreras que con sus manos finas puedan aplicar un barniz radioluminoso sobre las esferas de los relojes para los soldados que van al frente.
A pesar de que los científicos y los empresarios conocían muy bien el enorme riesgo de mortalidad, a esas mujeres jamás se les dijo nada. La comercialización de objetos luminosos en los años veinte aumentó vertiginosamente.
Dentífricos, cosméticos, juguetes, alimentos, bebidas, y los famosos relojes, disparan sus ventas.
La industria del sector se expande, se abren nuevas filiales incluso en Canadá. Se contratan miles de obreras y obreros. Las obreras se sentían privilegiadas. No solo la paga era muy buena, sino que se las inducía a creer que la exposición al radio las fortalecía y hacía más sanas.
En la fábrica de Nueva Jersey, las chicas barnizadoras hacen veinticinco relojes por día. Cada pieza requiere muchas pinceladas. Como a menudo el pincel perdía la forma en punta, los supervisores animaban a las chicas a metérselo en la boca para recolocar los pelos. Para salir por la tarde e impresionar a los chicos, se aplicaban ese barniz en las uñas, el pelo y la ropa.
El engaño fluorescente las mataría inexorablemente. Fue una de aquellas trabajadoras, Grace Fryer, quien en 1927 llevó a juicio a la fábrica. Había perdido todos los dientes y tenía la mandíbula necrosada.
Tardó dos años en encontrar un abogado dispuesto a representarla ante los tribunales.
Tras diversos obstáculos, junto con otras cuatro obreras tan débiles que no eran capaces ni siquiera de levantar la mano en el proceso, ganaron el juicio. Fueron parcialmente indemnizadas y murieron poco tiempo después. Jamás se ha sabido el número exacto de muertes.
La U.S. Radium continuó usando los barnices hasta después de los años sesenta.
Gracias a este proceso se comenzó a reconocer a los trabajadores el derecho a salvaguardar su propia salud.
A una distancia de casi cien años, estos tristes hechos retoman el hilo de una historia ininterrumpida de abusos, negocios y falta de humanidad.
En abril de 1917, con la entrada en guerra de los norteamericanos, los militares estadounidenses requieren nuevo instrumental.
La U.S. Radium Corporation comienza a producir instrumentos que se iluminan en la oscuridad.
La fábrica contrata a jóvenes obreras que con sus manos finas puedan aplicar un barniz radioluminoso sobre las esferas de los relojes para los soldados que van al frente.
A pesar de que los científicos y los empresarios conocían muy bien el enorme riesgo de mortalidad, a esas mujeres jamás se les dijo nada. La comercialización de objetos luminosos en los años veinte aumentó vertiginosamente.
Dentífricos, cosméticos, juguetes, alimentos, bebidas, y los famosos relojes, disparan sus ventas.
La industria del sector se expande, se abren nuevas filiales incluso en Canadá. Se contratan miles de obreras y obreros. Las obreras se sentían privilegiadas. No solo la paga era muy buena, sino que se las inducía a creer que la exposición al radio las fortalecía y hacía más sanas.
En la fábrica de Nueva Jersey, las chicas barnizadoras hacen veinticinco relojes por día. Cada pieza requiere muchas pinceladas. Como a menudo el pincel perdía la forma en punta, los supervisores animaban a las chicas a metérselo en la boca para recolocar los pelos. Para salir por la tarde e impresionar a los chicos, se aplicaban ese barniz en las uñas, el pelo y la ropa.
El engaño fluorescente las mataría inexorablemente. Fue una de aquellas trabajadoras, Grace Fryer, quien en 1927 llevó a juicio a la fábrica. Había perdido todos los dientes y tenía la mandíbula necrosada.
Tardó dos años en encontrar un abogado dispuesto a representarla ante los tribunales.
Tras diversos obstáculos, junto con otras cuatro obreras tan débiles que no eran capaces ni siquiera de levantar la mano en el proceso, ganaron el juicio. Fueron parcialmente indemnizadas y murieron poco tiempo después. Jamás se ha sabido el número exacto de muertes.
La U.S. Radium continuó usando los barnices hasta después de los años sesenta.
Gracias a este proceso se comenzó a reconocer a los trabajadores el derecho a salvaguardar su propia salud.
A una distancia de casi cien años, estos tristes hechos retoman el hilo de una historia ininterrumpida de abusos, negocios y falta de humanidad.
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