Acabar con el Antropoceno
[ Nabarralde aldizkarian Humberto Astibia Aierrak idatzia ]
La aparición de los humanos ha cambiado
la faz de la Tierra. El proceso de transformación de la superficie
planetaria ha tenido episodios de rápido incremento en la Revolución
neolítica y, siglos más tarde, en las revoluciones industriales. En las
últimas décadas la población humana y el consumo de recursos se han
disparado de tal modo que, en términos ecológicos, Homo sapiens
se ha convertido en una plaga biosférica. Es “La Gran Aceleración”,
llamada así por Will Steffen y colaboradores (2015) del Programa
Internacional Geosfera-Biosfera, IGBP, y el Centro de Resiliencia de
Estocolmo.
En un continuo que probablemente comenzó
hace milenios con la extinción de las megafaunas de mamíferos y otros
vertebrados, los humanos estamos provocando una crisis de biodiversidad
―es decir, una pérdida de diversidad genética, de especies y de
ecosistemas― de magnitud comparable a la de las cinco grandes
extinciones masivas del Fanerozoico (los últimos 541 millones de años de
la historia de la Tierra). El proceso se ha acelerado de tal modo que
algunos científicos hablan ya de la “Sexta extinción” en la historia de
la vida (consúltese a este respecto el libro titulado “La sexta
extinción. Una historia nada natural” de la periodista y escritora
norteamericana Elisabeth Kolbert, Editorial Planeta, Crítica, 2015).
Puede que el ritmo de pérdida actual de
especies sea ya comparable con el de finales del periodo Cretácico,
cuando, hace unos 66 millones de años, se extinguieron los dinosaurios
no aviares y otros muchos organismos en la tierra firme y en los mares.
En su magnífico libro titulado “Medio Planeta. La lucha por las tierras
salvajes en la era de la sexta extinción” (Errata naturae editores,
2017), el eminente biólogo norteamericano Edward O. Wilson afirma con
rotundidad que “a menos que la humanidad aprenda mucho más acerca de la
biodiversidad ―todavía solo conocemos una pequeña parte de la misma― y
actúe con rapidez para protegerla, en poco tiempo perderemos la mayoría
de las especies que conforman la vida en la Tierra”.
No parece haber ya demasiadas dudas de
que la Tierra está sufriendo un rápido calentamiento climático,
provocado o acelerado por la actividad humana. La actividad industrial
está modificando los ciclos geobioquímicos del planeta. Los humanos nos
hemos convertido en una fuerza geológica y nuestra huella sobre la
Tierra está ya incorporada al registro geológico reciente. Por esta
razón, en el año 2000 el premio Nobel de química Paul Crutzen y el
ecólogo Eugene F. Stoermer propusieron una nueva época geológica para la
historia de la Tierra, que denominaron Antropoceno, término anteriormente acuñado por científicos rusos.
Un grupo de trabajo internacional
(Working Group on the “Anthropocene”) de cerca de 40 especialistas
investiga desde hace años los fundamentos de esta propuesta. El pasado
mes de agosto de 2017, dentro del Congreso Internacional de Geología
celebrado en Sudáfrica, y con amplia repercusión mediática, el grupo de
expertos aprobó finalmente proponer el Antropoceno como nueva época
geológica. Por acuerdo dentro de este plantel de científicos el comienzo
del Antropoceno se situaría en alguno de los primeros años de la Era
nuclear, hacia 1950, y vendría marcado por el registro en los sedimentos
de todo el globo de los residuos radiactivos del plutonio, consecuencia
de las primeras explosiones atómicas. Se ha barajado incluso como
posible estratotipo del Antropoceno (el corte geológico de referencia
mundial para esta nueva época geológica) un afloramiento de sedimentos
de origen industrial de la ensenada de Tunelboka, en el municipio
vizcaíno de Getxo (Salas, El País, 9-9-2016).
La decisión definitiva sobre si se incorpora o no oficialmente el Antropoceno a la Tabla cronoestratigráfica internacional
será tomada en los próximos meses o años por la Comisión Internacional
de Estratigrafía, de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas
(International Union of Geological Sciences, IUGS), subcomité científico
cuyo objetivo principal es definir las unidades globales de la Tabla
cronoestratigráfica internacional que, a su vez, son la base de las
unidades o divisiones (eras, periodos, épocas) de la Escala
internacional de tiempo geológico (http://www.stratigraphy.org/).
Sinceramente, desearía que la decisión
final de los miembros de la Comisión Internacional de Estratigrafía
fuera la de no incluir el Antropoceno entre las épocas de la Tierra. No
creo que tenga demasiado sentido o utilidad geológica
(cronoestratigráfica y geocronológica, en nuestra jerga especializada)
una serie o época de solo algo más de 60 años de duración, mucho menos
que un instante en la larga historia de la Tierra. Dividir el tiempo
futuro no sirve de gran cosa. Es indudable que los cambios geobiológicos
producidos por los humanos en nuestra corta historia están quedando
registrados en los depósitos sedimentarios, pero de momento solo
constituyen, geológicamente hablando, un “evento” o rápido episodio en
el registro geológico más reciente del planeta.
Se dice que el concepto de Antropoceno
propicia la discusión entre los gremios del conocimiento, tanto desde la
ciencia como desde las humanidades. Algunas personas piensan que el
debate sobre el Antropoceno, al margen de su dudosa utilidad geológica,
es bueno porque puede crear conciencia sobre nuestra agresiva presencia
en el planeta y la necesidad de un cambio hacia una nueva cultura más
respetuosa con la naturaleza y, en definitiva, más beneficiosa a largo
plazo para la supervivencia de nuestra propia especie.
Sin embargo, el tema y la eventual
aceptación por la comunidad científica del Antropoceno puede tener otra
vertiente, justamente contraria a la arriba mencionada, un lado negativo
que llega, además, en unos momentos en los que el mensaje del
medioambiente, más allá de ciertas frases hechas, está bajo mínimos,
casi borrado de los discursos políticos locales y globales. Porque
aceptar el Antropoceno como división del tiempo geológico parece, de
alguna manera, admitir, aceptar, que el desastre climático que estamos
provocando, la contaminación y destrucción de los ecosistemas, el
esquilme de recursos y los problemas humanitarios que estos procesos
provocan, son algo inevitable; que han venido para quedarse y
propagarse, que van a continuar produciéndose. Puede conducir, en mi
opinión, a una peligrosa actitud subyacente de aceptación, de
inevitabilidad de estos cambios.
A los agentes que están liderando esta
catástrofe —desde luego, con nuestra activa participación occidental;
rodeados de pantallas, vehículos contaminantes e infectados de la
enfermedad del turismo— a algunas multinacionales, empresas del
petróleo, compañías mineras, grandes corporaciones de la alimentación,
constructoras, empresas de armamento, líderes políticos sin escrúpulos y
medios de información a su servicio, les interesa que esto siga así;
les viene bien el deshielo ártico para poder saquear en lugares donde
antes no podían hacerlo, el ascenso del nivel del mar para poder
construir masivamente en las nuevas costas, el desplazamiento de
poblaciones, la guerra por el agua y los alimentos, la inestabilidad y
la violencia, para vender armas y enviar tropas pacificadoras. A quienes
están enfermos de riqueza les viene bien la consagración del
Antropoceno y seguramente desearán que el grupo de expertos consiga su
objetivo, que la Comisión Estratigráfica Internacional acepte esta nueva
e innecesaria época geológica.
Al margen del debate estrictamente
geológico del Antropoceno (su aceptación oficial o no como una nueva
época geológica), como indica Wilson en el libro anteriormente
mencionado, la óptica antropocénica del mundo, esa creencia de que la
humanidad “ya ha cambiado el mundo vivo de manera irreversible y que
debemos adaptarnos a la vida en un planeta dañado”, donde la naturaleza
salvaje ha dejado de existir, está generando lo que el gran naturalista
califica como “la visión más peligrosa del mundo”, una ignorante
política ecológica que algunos denominan “nueva conservación” y que en
la práctica no hace sino acelerar el proceso de destrucción de la
naturaleza, conduciéndola hacia un ya cercano punto de no retorno.
Todavía estamos a tiempo. Wilson plantea
que la salvaguarda de solo medio planeta para la vida salvaje sería
suficiente para mantener la esperanza de salvar la mayor parte de la
biodiversidad de la Tierra. Si pudiéramos minimizar el desastre que
estamos produciendo —en realidad que nos estamos produciendo;
al planeta “le da igual”, pues seguirá evolucionando hasta que dentro de
miles de millones de años desaparezca, engullido por el Sol convertido
en una gigante roja—, y encaminarnos hacia una nueva cultura de la
Tierra, que ponga en marcha la imprescindible transición energética y la
superación de la globalización capitalista, la historia del Antropoceno
quedaría tan solo en un episodio más del cortoplacista egoísmo
antropocéntrico. Realmente, creo que por lo que deberíamos investigar,
educar y luchar es, en todo caso, por acabar con el Antropoceno.
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