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OPINIÓN DE LOS ANARQUISTAS ESPAÑOLES SOBRE EL ESTADO A TRAVÉS DE SU PROPIA PRENSA.
Opinión de los anarquistas españoles, a través de su prensa, sobre el Estado. J.B.D.
Introducción:
El cometido de este artículo es ilustrar el
parecer de los libertarios españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.
Preocupados por la periclitación de su
discurso, hemos concluido retomarlo a través de sus periódicos y examinarlo
desde su posición central: el Estado, para saber si su parecer aún es vigente.
Y para eso tenemos en cuenta la opinión de pensadores postmodernos como
Foucault y Deleuze.
Nos hemos apoyado en la prensa anarquista de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX sacada del “Internationaal
Instituut Sociale Geschiedenis” de Amsterdam para dilucidar el juicio de los
anarquistas españoles, a través de su prensa, sobre el Estado.
Finalmente, esbozamos el juicio de pensadores
postmodernistas, como Foucault y Deleuze para saber si el discurso antiestatista
sirve en el mundo postmoderno que nos encontramos y que es una prolongación del
discurso anarquista decimonónico.
Crítica de los ácratas españoles al
Estado
Para los
libertarios españoles el Estado tenía un carácter de clase, y no era más que el
aparato armado y administrativo que ejercía los intereses de la clase social
dominante.
Contra lo que muchos creen todavía, la ley nunca fue
necesaria porque no respondió a una necesidad sentida por todos, sí en cambio
por unos cuantos que en ella vieron un arma y al mismo tiempo un escudo para
continuar impunemente despojando y dilapidando el producto del constante
trabajo de los que desde un principio viéronse ya sometidos al yugo
esclavizador de la miseria.
La ley, pues,
es el fruto de la aberración y del crimen […]
El noticiero El grito del pueblo (1886. Número 1)
se expresaba de esta manera al respecto
[…] pero esta necesidad no se hace sentir más que para
los que poseen algo, y que tienen necesidad de una fuerza para guardar esto –de
que se han apoderado- de las reclamaciones de aquellos a quienes han desposeído.
Pero el trabajador que no tiene nada que guardar, se pasaría fácilmente sin
todo ese boato, siendo él el único en sufragarlos gastos de su conservación, no
solamente sin sacar algún provecho, sino que está instituido más que para
aprisionarlo si da señales de reclamación. Si se declarasen en huelga, el
ejército y la policía están allí para hacerles respetar la libertad del
trabajo; si después de una gran temporada sin trabajo rechazados en los
talleres y arrastrados por el hambre toman un pan con que saciar ésta, la
Magistratura está allí para informarle que en medio de tanta abundancia que el
trabajador mismo ha creado, éste tiene la libertad de morirse de hambre; pero
que ante todo, debe de respetar la propiedad; y, cuando en tristes días en que
la miseria es general, y arrastrados por la necesidad salen en masa a la calle,
es cuando estas instituciones sociales, se levantan delante de ellos para
impedir cualquier exceso. Es preciso, por tanto, destruirlas y guardarse muy
bien volverlas a construir
La Idea
Libre (1894-9. Número 25)
asevera lo siguiente respecto al Estado:
No hay
que darle vueltas. La ley es y ha sido siempre la expresión de la voluntad
fundada en la conveniencia de los que mandan. La lógica va más lejos aún. Si la
ley ha preceptuado como justo lo que perjudicaba a los sometidos, si éstos
dominan un día por un esfuerzo revolucionario legislan tenedlo por seguro
ocurrirán […], darán nueva forma a la
iniquidad: en ese supuesto ya puede lamentarse el provenir de futuras víctimas
Al mismo tiempo, para los ácratas españoles, que
se expresaban a través de sus periódicos, el Estado era tiranía, opresión; y
restringe la libertad humana.
Así se lee en el Germinal (1904. Número 8)
:
Ella [la
autoridad] es la perturbación del orden, es el sustentáculo de la opresión y la
tiranía; ella es la que persigue a honrados ciudadanos que defienden ideas
nobles y generosas.
En El
productor (1887. Número 25)
hallamos la siguiente reflexión:
El Estado,
representante del principio de autoridad, no puede existir sin que los
individuos a él supeditados abdiquen una parte más o menos grande de su
libertad, y solo a cambio de esta abdicación promete aquél hacernos felices; y
en este punto conciben, así el Estado más absolutista como el más radical
En La
anarquía (1890. Número 226) también
se opina lo mismo, diciendo que:
Mi lógica demuéstrame que todo gobierno es tiranía,
que toda autoridad es un dique que se opone a la libertad
Y es que como sostiene Aníbal D’Auria
(2008: 16) la teoría anarquista de la justicia no es una versión jusnaturalista
sino una concepción que imposibilita cualquier asociación entre derecho y
justicia, ya que para ellos la justicia era ausencia de derecho positivo, es
decir, ausencia del Estado.
Reiterando en lo dicho, José Casasola (Almanaque de la revista Blanca para 1903)
dice que el Estado es represor para con los oprimidos porque oprime su espíritu
de rebeldía impidiendo la construcción de una sociedad equitativa.
Este pensador anarquista asegura que el
Estado nunca ha favorecido el progreso social; antes bien, lo ha entorpecido
gracias a sus ejércitos y cuerpos de mercenarios para perseguir a los que
sustentan ideas generosas.
José Casasola repite lo que hemos dicho: que
el Estado es la expresión de la lucha de clases y que está a disposición de los
acaudalados, de los opresores:
El Estado,
fiel depositario y guardados de las prerrogativas de las clases cuyos intereses
representa y defiende se ha opuesto, empleando todos los medios de resistencia
de que dispone, que como es sabido no son pocos, consistentes en cárceles,
presidios, deportaciones, etc., y en los tiempos que corremos ya sabéis los
viles procedimientos que los agentes de los gobiernos ponen en práctica para
fraguar complots y simular explosiones de petardos, a fin de tener un pretexto
para perseguir y amilanar a los hombres que profesan el ideal que simboliza la
emancipación integral de la humanidad.
[…] Siendo la misión del Estado garantir los interesas de las clases
directoras, llámense gobernantes o burguesas, fundados en la explotación del
pueblo, mediante las centenares de leyes que rigen la vida social hechas en su favor,
¿no sería suma candidez esperar de semejante organismo nada que signifique
reciprocidad de derechos y deberes, igualdad o fusión de clases en una sola de
hombres dignos y libres?
También señala que el Estado no distribuye
justicia, y que ésta solo existe en las sociedades que se apoyan mutuamente:
En las
sociedades regidas autoritariamente el equilibrio social, como corolario
obligado de un orden de cosas que tuviese por norma la justicia, no ha existido
jamás ni podrá existir, porque legislación y autoridad encargada de ejecutarla,
implican necesariamente dominio, es decir, tiranía, y donde hay dominio hay
dominadores y dominados, tiranos y tiranizados, poseedores y desposeídos, y por
consecuencia, explotadores y explotados¸ por el contrario, donde hay igualdad
de condiciones no es necesaria ninguna ley que garantice lo que virtual e
implícitamente por la igualdad misma queda garantizado, a saber: el perfecto
derecho al goce de todo lo que sirve para conservar, enaltecer y embellecer la
vida en justa reciprocidad de nuestra cooperación para producir lo concerniente
a conservarla, enaltecerla y embellecerla
Aduce que hay quienes piensan que el
Estado es una creación divina y que así justifican el capitalismo:
Hay quien
aceptando a priori la existencia de un Dios personal, separado y aparte del
mundo objetivo, autor y creador de todas las cosas, proclama que el Estado como
todo lo creado es obra de ese Dios, que a ser cierta tal doctrina, habría que
declararse el tirano más abominable de todos los tiranos, pues que se habría
complacido en crear a sabiendas, ya que para él nada hay oculto, una
institución que, así en los tiempos antiguos como en los presentes, ha sido la
causa de todas las hecatombes que han ensangrentado la superficie de este
miserable planeta que nos sirve de morada. Las guerras antiguas y modernas
entre pueblos hermanos, entre hombres que no se han inferido ni la más pequeña
ofensa personal entre semejantes que ni siquiera se conocen, ¿por quién han
sido fomentadas sino por el Estado para satisfacer bastardas ambiciones de
dominación, de orgullo y de lucro? […]. Y si a estas víctimas sacrificadas
directamente por el Estado en las guerras, se agregan las que produce la
explotación en las fábricas, en los campos, en las minas y en todo lugar en que
el hombre trabaja en condiciones detestables para satisfacer la codicia del
capitalismo, amparado y defendido por la legalidad del Estado, la cifra resulta
aterradora, y más si se tiene en cuenta el sumando considerable que aporta la
miseria
También afirma que hay quienes le dan
una explicación materialista, esto es: que es creación de un estadista para
apartar al ser humano del estado
natural:
Otros, apartándose de este origen ultraterreno,
suponen que el Estado es obra de los hombres, y en esto sí que no se equivocan,
solo que sus conclusiones están en desacuerdo con las investigaciones de la
moderna sociología. El filósofo Hobbes parte del principio de que la guerra más
encarnizada era el estado natural de los hombres primitivos, y que éstos, para
librarse de semejante plaga y poder afianzar su seguridad y libertad personales
que estaban a merced de los más astutos y fuertes, convinieron en fundar la
sociedad civil, nombrándose directores que dirimieran sus cuestiones lográndose
por este medio la paz y prosperidad social. El error de esta teoría estriba en
considerar si no está dirigida por alguien
que asuma en sí la facultad de señalar a cada hombre la órbita que le es
permitido moverse a fin de no perturbar el movimiento de los demás, teoría que
se opone a nuestros días a la concepción anarquista de una sociedad sin
gobierno
Resumiendo, para José Casasola en un primer
momento, y en las sociedades primitivas, no existía Estado: éste surgió junto
con la opresión cuando finalizó la etapa en que imperaba el apoyo mutuo:
En esta
remota época prehistórica los hombres estaban agrupados en familias que
formaron tribus y sucesivamente en grupos de tribus que practicaban el trabajo
en común, participando todos por igual de sus beneficios; pero este relativo
bienestar que bastaba a satisfacer las rudimentarias necesidades, todavía no
muy desarrolladas, del hombre de la edad de bronce, no tardó en verse
trastornado por las acometidas invasiones de otras tribus holgazanas que
entregadas a la ruda terea de la caza y careciendo de hábitos de trabajo,
cayeron sobre las tribus de trabajadores de vida sedentaria y pacífica y los
sometieron a esclavitud, obligándoles a trabajar para ellos. Para consolidar
semejante estado de violencia y rapiña y a fin de vigilar constantemente a los
sometidos, se nombraron jefes y bandas de mercenarios que vivían a costa de los
trabajadores, y cuantas veces eran sometidos, poniendo en práctica los medios
más atroces que les sugería su más refinada crueldad.
He aquí la
primera aparición del Estado, personificado en aquellos brutales dominadores
que huyendo del trabajo echaron los cimientos de una institución que ha llegado
a nuestros brutales días más o menos modificada y perfeccionada en razón del
progreso de los tiempos en lo que afecta a la forma, pero conservando en el
fondo el carácter originario de opresión y tiranía que hizo posible su
existencia
Finaliza con la argumentación de que
en la actualidad el Estado bendice la sociedad desigual y opresora:
Aún
podría objetársenos que el estado moderno se funda en la ley igual para todos
hecha por los representantes del pueblo en virtud del sufragio universal; pero
ya sabemos que esos representantes del pueblo lo son por virtud del pucherazo
electoral, y que en su gran mayoría se componen de privilegiados y aventureros
que tienen especial cuidado de hacer las leyes en todo rigor, siempre que esas
leyes tengan por objeto reconocer y defender el principio de autoridad y la
propiedad privada de la tierra y de los instrumentos de trabajo, serán
injustas, como basándose en la usurpación de funciones políticas y económicas
que no pueden delegarse sopena de quedar desposeído de los que constituye el
complemento de nuestra personalidad.
Y es que como sostiene Francis Dupuis-Deri
(2007: 19) la coerción es sinónimo de violencia, y toda la autoridad es
coercitiva.
Anselmo Lorenzo (Almanaque de la revista Blanca para 1903)
dice que el Estado es autoritario y que no se extrae nada bueno de él:
La preocupación autoritaria, la acción del
poder: ahí radica el origen del mal que todos lamentamos, burgueses y
trabajadores, nosotros con harto más motivo, y preciso es arrancar de cuajo esa
funestísima preocupación político-autoritaria que lleva a todo el que no es
anarquista a pedir a ese mismo Estado, a ese mismo poder, que el olmo de peras,
o lo que es lo mismo, que causas malas den resultados buenos
Para este anarquista, es necesario
destruir el Estado y todo órgano político:
Estado
monárquico, Estado republicano, Estado burgués obrero, todo es lo mismo; en
todas y en cada una de esas formas autoritarias se encarna el despotismo de arriba y la esclavitud de abajo, y por
tanto es preciso salir de la evolución que según las teorías oportunistas vaya
preparando reformas paulatinas que consuman generaciones en la opresión y la
miseria, sino en el periodo plenamente
revolucionario; pero para esto preciso es destruir el Estado y todo el
organismo político
Y es que como dice Aníbal D’Auria (2008: 16 y
18) el anarquismo ataca el Estado porque su idea de justicia es opuesto a todo
derecho positivo. Y que para los ácratas el derecho o el Estado es coacción
física, superstición y violencia.
Recapitulamos con los argumentos de Ricardo
Mella (Almanaque de la revista Blanca para 1903)
cuando piensa que:
La
tiranía del Estado siempre produjo los mismos lamentables efectos,
traduciéndose en una encadenación infinita de despojos arbitrarios y
onerosidades abominables. –Los hombres y las clases que dan vida y que viven de
la monopolización del Estado, ejercen sin escrúpulos de conciencia todo género
de injusticias legales, sancionando y promulgando caprichosamente leyes,
códigos y constituciones que hagan posible sus felonías y desafueros. Vinculada
en ellos toda la fuerza del poder social por la acción centralizadora del
Estado, de cuyos magnos resortes disponen a placer las clases directoras, todo
les es posible a los de arriba en perjuicio evidente de los de abajo.- Por eso,
precisamente por eso, jamás el Estado contribuirá con su poder y omnipotencia a
producir la emancipación de los desheredados
[…] El Estado
es la sociedad organizada oficialmente para defender los intereses de los
grandes propietarios y fomentar por medio de la fuerza el influjo y poderío de
los potentados y nobles: es una fuerza formidable. Realmente el Estado es un
poder avasallador y despótico que infunde miedo, y lo que infunde pavor, lo que
aniquila y aterra, claro está que debe ser nocivo para la salud social. Esto es
indudable
[…] Mal que
pese a los demócratas mediocres, la acción disolvente que el Estado ejerce
sobre la sociedad, jamás se trocará en acción benéfica; como no procuren los
pueblos su derogación definitiva, siempre serán esclavos ya que hasta el
presente momento histórico, la fuerza del poder social organizado, solo ha
tendido a secularizar el poderío y prepotencia de las clases elevadas, a cuyo
servicio están adscritas con rendido servilismo los que explotan la gobernación
de las naciones. Por algo ha dicho la sabiduría moderna que a medida que
decrece el poder avasallador del Estado, aumenta la felicidad de los pueblos y
que el súmmum de la libertad y prosperidad de la raza humana, llegará, precisa
e indefectiblemente, cuando el poder del Estado sea reducido a lo que en toda
operación matemática, representa un cero a la izquierda
[…] porque el
Estado no significa otra cosa que el soporte formidable en que se apoyan los
privilegiados para eternizar el odioso imperio de su dominación inexplicable,
el mortífero cerco de hierro en que la explotación tiene constantemente
sitiados a los augustos hijos del trabajo
[…] Procurar
la derogación del Estado por los incorregibles defectos de que adolece, ya que
solo plantel de infamias y atropellos supone, es trabajar en pro de la
justicia, en afanarse noblemente en levantar, con sanas enervaciones, el
abatido espíritu de los hombres para que se purifiquen y regeneren combatiendo
por la causa augusta de su emancipación
[…] El Estado
autoritario ha venido siendo hasta el día el complaciente patrocinador de todo
despojo, fuerza será que en lo sucesivo deje su puesto al socialismo para que
este estado novísimo, moralizador y libertador con su justicia incorruptible y
moralizadora ponga fin a la era azarosa y arbitraria del autoritarismo
absorbente que tantas injusticias, despojos, alevosías y bandolerismos ha
perpetrado en bien y para saciar la omnímoda avaricia y bandolerismo ha
perpetrado en bien y para saciar la omnímoda avaricia de las clases dominadoras
Otra mirada del Estado para ver la opresión del poder
actual en la sociedad postmoderna
Foucault, interesado en una
reconceptualización del poder que supere su concepción jurídico-negativa y que
intente su formulación positiva como tecnología del poder que encarna la
sociedad occidental contemporánea juzga que éste se ha desarrollado a partir de
la disciplina y la educación como tecnologías que están dirigidas al control de
los individuos y del hallazgo del concepto de población como tecnología
orientada al control colectivo y social.
La disciplina, entendida como el mecanismo
del poder por el cual alcanzamos a controlar, en el cuerpo social, hasta los
elementos más tenues de los átomos sociales, o sea, los individuos, éstos si
los vigilamos controlamos su conducta, su comportamiento, sus aptitudes,
encontramos la concreción en la praxis de una educación disciplinada en las
notas cuantitativas, los exámenes, los concursos, etc. (Ferrer, 1985: 31).
Por último, este pensador entiende que en la tecnología de poblaciones, la sociedad
disciplinaria se completa en una didáctica en la que el poder no se ejerce
simplemente sobre los individuos entendidos como sujetos-súbditos, sino que se
descubre en aquello sobre lo que se ejerce el poder, lo cual quiere decir un grupo de seres vivos
que son atravesados, comandados, regidos por procesos biológicos (Ferrer, 1985:
32).
De esta forma, el poder se hace materialista,
deja de ser esencialmente jurídico, y ahora debe lidiar con esas cosas reales
que son el cuerpo y la vida.
Deleuze, articula su reflexión al constatar
que estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro:
prisión, hospital, fábrica, escuela, familia (Ferrer, 1985: 18, t. II). Y que
del lenguaje analógico que les es común pasamos, en las sociedades de control,
a un lenguaje numérico.
Este pensador, también caracteriza a las
nuevas sociedades de control como el lugar en donde, a diferencia de las
sociedades disciplinarias, nunca se termina nada. Y que en las sociedades de
control, la dominación es un continuum que corresponde a una mutación
fundamental del capitalismo contemporáneo actual.
Conclusiones
Pensamos que el Estado, para los anarquistas
decimonónicos, es autoridad, fuerza, despliegue ostentoso y engreído del poder:
es el violador legal de la voluntad de
los de abajo y la negación permanente de toda libertad.
Como indagación somera de la sociedad presente,
que es postmoderna, hay que decir que, según Foucault y Deleuze, el Estado no
se puede analizar fuera de la microfísica del poder. Y que éste, ejercido por
el Estado, es un efecto de conjunto donde juega un papel importante las
relaciones de poder, pues el Estado no
es una fuente autónoma de poder, ya que está en todas partes: es una red de
relaciones de poder.
Bibliografía citada
D’AURIA, A., (2008)
“Ciencia del derecho y crítica del Estado: Kelsen y los anarquistas” en Academia. Revista de enseñanza del Derecho,
Año 6, número 12, pp. 9-21
DUPIS_DERI, F., (2007) L’anarchies
dans la philosophie politique. Réflexions anarchists sur la typologie traditionnelle
des régimes politiques, Québec
Ferrer, Ch (compilador),
(1985) El lenguaje libertario,
Montevideo, Piedra Libre, II t.
[ Contrahistoria gunetik hartua]
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