Conviene recordarlo de vez en cuando... y tenerlo siempre presente.
“La
voz de la rebelión”, por Agustín García Calvo
Stanislav Plutenko |
Reproducimos [BABAB] un texto de Agustín García Calvo que ha compartido el Grupo de Estudios José Domingo Gómez Rojas. Originalmente se publicó en mayo de 2012, en la edición n°20 de BICEL, boletín interno de la Fundación Anselmo Lorenzo.
A ver si se puede oír esto:
Por la razón y el sentido común podemos decirle a este
régimen que padecemos, a todos esos planes de economía futurista que nos
invaden desde lo alto, desde donde Estado y Capital (que son lo mismo en todas
partes) mandan y nos mandan encima que estemos informados y preocupados, como
si nos fuera la vida en lo mismo que les va a Ellos: en el futuro de su dinero,
de su euro o de su dólar o de su yen o como se llame, en el futuro de las
ventas demenciales de sus averiados productos, de esos que están llenando de
basura los sitios donde se podría –quién sabe– vivir.
Podemos porque se puede decirle que no, simplemente que no,
sin necesidad de proponer nada a cambio (ya la gente sabe por lo bajo cómo
apañarse sin Ellos o puede irlo sabiendo a medida que tenga que hacerlo): sólo
hay que perder un poco el miedo personal y dejarse decirlo, porque ya está bien
de que nos traten como a idiotas acojonados, que tiemblan por su futuro, que no
piensan más que en la seguridad (¡ja!) que puede darles una cuenta corriente,
en tener para pagar y seguir comprando chismes inútiles a costa de venderse y
matarse por un puesto de trabajo de los que Ellos promocionaron y crean y nos
obligan a tener o no tener, como a idiotas que están llenos de eso que tanto
nos animan a tener: sueños e ilusiones personales (¡ejem!), y que por tanto, no
se enteran de nada de lo que están haciendo. Todos los días por todos los
medios, tratan de demostrarnos que eso es lo que somos: unos auténticos
individuos (Ellos dicen “personas”, que es una cosa muy santa), y que no hay
más en la gente que eso.
La penuria de cada día, la miseria que vemos dentro y fuera,
hay que verla –nos dicen– como si fueran el bienestar y la riqueza mismos por
el miedo a perderlas, a quedarse sin ello. No hay más que ver esos lamentos que
se promocionan por ahí, que hacen a tantos salir indignamente a reclamar más
empleo, más educación, más sanidad pública a las calles, olvidados de que tal
vez no hace mucho, antes de que les informaran sobre recortes y demás amenazas
futuras, ellos mismos podían haber estado echando pestes de todo eso que llaman
empleo, educación o sanidad, lo mismo públicos que privados. Es lo que está
mandado pensar: que hay que dar gracias al señor y seguir así, progresando en
lo mismo, porque, si no, podríamos volver a las cavernas. Pero qué pasa si en
vez de engañarnos sin lo que ellos nos venden, que bien mirado, no puede ser
nada de verdad bueno ni deseable para nadie. Todo el mundo sabe que son
sustitutos. Sirven para llenar unas vidas contabilizadas previamente, que
consisten en un tiempo vacío en que temer o esperar un futuro y otro futuro,
que eso no merece llamarse ni vida, que es una existencia abstracta y sosa a
más no poder. El dinero acaba con las cosas.
Para perder ese miedo, no hace falta más que dejarse pensar y
decirlo, el alivio y el ahorro que sería para todo el mundo no tener que seguir
contribuyendo a sostener tanta insensatez, que no haya papeles que hacer a
todas horas, que no haya que ir a ningún sitio por obligación, ni trabajo ni
vacaciones ni semana laboral que engorden los bancos, que no haya oficinas ni
bancos ni ministerios ni más ventas de pisitos, automóviles y demás
inutilidades. ¡Eso sí que sería economía de la buena, sin estados ni fronteras,
la de la gente viviendo en la tierra, libre de todos esos estorbos de Estado, Trabajo,
Dinero, Familia, libres del Hombre y su Historia! ¿No sentís cómo tiemblan los
padres de la patria eterna, los ejecutivos creyentes en el Futuro? Quien diga
que no se puede será que tiene algún interés en mentir, porque poderse, claro
que se puede, que nada de verdad lo impide.
Sólo que a la gente le han dicho que algún gobierno de lo
alto, algún orden tiene que haber, hecho de leyes y policías, porque si no, el
caos, la ley de la selva y el comerse los unos a los otros. Pero no puede ser
tan tonta la gente para creerse eso ni dejar que nadie se lo crea ¿no?, porque
eso nunca se ha visto más que en fantasías o películas: el único caos y la
única jungla que conocemos son éstos que han producido la administración de los
estados al servicio del Dinero con toda violencia impuesta, los tenemos delante
cada día sus horrores, sólo con fijarnos en el tráfico mismo. El miedo a los
fantasmas de lo que podría pasar si no nos defendieran las leyes y sus fuerzas
armadas de esos fantasmas que ellos mismos fabrican para asustarnos, sólo ese
miedo vano, esa fe en que estamos seguros contra los fantasmas de las guerras y
hambrunas que salen por televisión, parece ser más que nada lo que permite que
la pesadilla real continúe.
Pero no puede hacerse creer por siempre a la gente que el
terror en que “vivimos” es normal. Como decíamos al principio, aparte del miedo
personal que nos han metido, vive entre la gente la razón y el sentido común
que pueden decirle que no a toda esa organización del Dinero sin miedo ninguno,
porque es horrible y mentirosa, y caiga quien caiga. Algún día habrá que
despertar y decirlo ¿no?: pues que sea ahora. ¡Abajo la mentira!
¿O es que no se piensa que a lo mejor las mujeres y sus
hombres, libres del dinero, podrían vivir y dejar vivir? Porque lo que es con
Él…
Otro día seguiremos razonando, que ya se sabe que no se
derriba el régimen de un soplo, pero mientras tanto cabe acá abajo corroer la
fe en las mentiras que lo sostienen y dejarlo que se hunda.
¡Salud y a ello!
[Arrezafe webgunetik hartua]
¡Qué humana y combativa lucidez la de Agustín García Calvo!
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