Voy a comentar brevemente cinco principales mitos que
desde hace ya muchos años sirven de fundamento para defender la supuesta
superioridad del comercio sin trabas o protección de ningún tipo.
1.
El librecambio proporciona a todos los países que lo practican las
máximas ventajas y es más beneficioso para todos que el proteccionismo.
La teoría económica convencional afirma que el
librecambio, entendido como la máxima liberalización comercial y
financiera, proporciona aumento del comercio, crecimiento económico
acelerado, cambio tecnológico más rápido y una asignación más eficiente
de los recursos en el interior de la economía que lo practica. A partir
de ahí, se asegura que proporciona muchas más ventajas que el
proteccionismo.
Sin embargo, para poder establecer esta tesis los
economistas que la defienden han de partir de dos hipótesis esenciales,
ninguna de las cuales es posible que se dé en la realidad, salvo casos
verdaderamente excepcionales.
En primer lugar, que las naciones comercian entre sí en
función de los costes relativos de las mercancías, es decir, que se
especializan en una u otra siempre que la puedan obtener a menor coste
que las demás. En segundo lugar, que los mercados en donde comercian
todas las naciones o empresas son de competencia perfecta (lo que quiere
decir que en ellos no hay ninguna empresa o grupo de empresas que tenga
poder suficiente para influir sobre las condiciones del intercambio,
que los productos que se intercambian son completamente idénticos, que
no hay ningún tipo de dificultad para que se incorpore al mercado
cualquier nueva empresa y que empresas y consumidores tienen información
perfecta y gratuita sobre todas las circunstancias que afectan al
intercambio en el mercado).
Si se dan ambas hipótesis al completo (y otros supuestos
complementarios más complicados que no puedo comentar aquí) se pueden
deducir las tesis que justifican la ventaja o superioridad del
librecambio. A saber: todas las economías tenderán a ser igual de
competitivas; la relación entre las importaciones y exportaciones se
modifica automáticamente en todas ellas para igualar su saldo, de modo
que no habrá déficit ni superávit comerciales sostenidos en los
diferentes países; los salarios reales y las tasas de beneficio se
igualarán en todas las economías; y ninguno de esos ajustes producirá
pérdidas netas de empleo, salvo algunas a corto plazo que se irán
compensando.
No hace falta ser un premio Nobel para saber que en la
realidad no se dan esas condiciones, imprescindibles para que la
liberalización total de los intercambios comerciales produzca los
efectos benéficos que aseguran sus defensores: los mercados no son de
competencia perfecta, las economías no son todas igual de competitivas,
todas ellas presentan continuamente desequilibrios comerciales, el
desempleo es un mal generalizado en las economías contemporáneas, y
mucho más en las últimas etapas de mayor liberalización comercial, y hay
grandes diferencias entre los salarios reales y las tasas de beneficio.
Es verdad que en los últimos años se han desarrollado
planteamientos más sofisticados ante el irrealismo, las incoherencias y
la debilidad de estas hipótesis, pero lo cierto es que tampoco se
corresponden con lo que ocurre en la realidad y que hoy día sigue siendo
cierto lo que se demostró hace años: solo se puede decir que el
librecambio es superior al proteccionismo estableciendo hipótesis que
chocan frontalmente con la realidad y contra toda evidencia empírica.
Más concretamente, solo se puede afirmar que el librecambio sería más
favorable para una economía si y sólo si todos los mercados fueran de
competencia perfecta, si todos los trabajadores que pierden su empleo a
causa de la apertura comercial encuentra otro de semejante categoría y
retribución y si el ajuste comercial que se produzca deja inalterada la
distribución final de la renta (además de otras condiciones más
complejas que no tengo espacio para exponer aquí). Unas condiciones que
es materialmente imposible que se den en el realidad y mucho más en su
conjunto.
Por tanto, si no se dan esas condiciones teóricas, es
posible que políticas proteccionistas sean mucho mejores, más eficientes
y más eficaces para promover actividad económica, empleo y bienestar
que las liberalizadoras.
2. Los países que quieran progresar deben abrir al máximo sus fronteras y practicar el librecambio.
Esta idea es también un mito completamente desmentido por
la realidad. Sencillamente, es imposible mostrar el caso de algún país
cuya economía haya llegado a encontrarse en algún momento entre las más
avanzadas del mundo y que lo haya conseguido abriendo sus fronteras y
practicando el librecambio. Todas las grandes potencias económicas,
financieras y comerciales de la historia han llegado a serlo gracias al
proteccionismo ejercido bajo cualquiera de sus diferentes formas. Y las
grandes economías de hoy día (Estados Unidos, Unión Europea, Japón,
China…) siguen siendo proteccionistas aunque, eso sí, dicen defender el
libre comercio para poder exigir a los demás países que liberalicen sus
economías, justamente para que así se consoliden las relaciones de
asimetría que les favorecen.
Si algunas han liberalizado sus relaciones comerciales en
algún momento de su historia ha sido cuando ya habían llegado a la
cúspide del progreso económico y disfrutaban de suficiente ventaja sobre
las demás. Lo que han hecho y siguen haciendo es, como escribió
Friedrich List en 1885, “darle una patada a la escalera por la que se ha
subido, privando así a otros de la posibilidad de subir detrás”.
Por tanto, no es verdad que lo que convenga hoy día a las
economías en peores condiciones sea no protegerse, que es lo que
hicieron en su día todas las grandes potencias para progresar. Por el
contrario, sí sabemos que lo que les perjudica es mantenerse en el
régimen de asimetría y doble moral hoy día imperante, es decir, abrirse
de par en par a las potencias mientras que éstas les cierran sus
puertas.
3. Las normas internacionales que
regulan el comercio internacional promueven el librecambio como
requisito para aumentar el comercio, el crecimiento económico y el
empleo.
La tesis dominante entre los defensores de la
liberalización comercial, ampliamente impuesta en los últimos cuarenta
años de políticas neoliberales, es que gracias a ella aumenta el
comercio y que el incremento de las relaciones comerciales es lo que
permite que haya más empleo, menos pobreza y mayor bienestar.
Las evidencias empíricas al respecto también son
abundantes y claras. Puede aceptarse que mayores tasas de crecimiento
económico estén asociadas a mayor volumen de exportaciones pero no hay
ninguna relación entre el crecimiento económico y el de las
exportaciones con la existencia de más o menos restricciones nacionales
al comercio. Lo mismo que ninguna potencia ha llegado a serlo con
políticas de liberalización comercial y renunciando al proteccionismo,
no hay tampoco ningún país que hayan alcanzado tasas notables de
crecimiento de la producción y de las exportaciones aplicando políticas
de liberalización generalizada.
Las evidencias apuntan en el sentido contrario. Por un
lado, los países que han cosechado más éxito económico en los últimos
decenios han sido precisamente los que han tenido políticas más
proteccionistas (Corea, Taiwán, Japón, China, como también las potencias
de siempre). Por otro, países como la mayoría de los latinoamericanos
que liberalizaron por completo sus relaciones comerciales han pagado una
factura muy alta en términos de crecimiento, desempleo y pobreza. Algo
que es bastante lógico si se tiene en cuenta que la mayor apertura está
asociada a más inestabilidad y que ésta es negativa para el crecimiento.
Lo que se busca cuando se establecen medidas
liberalizadoras del comercio no es promover el comercio porque los datos
demuestran que así no se consigue. Y mucho menos cuando esa
liberalización, tal y como viene ocurriendo en los últimos decenios, es
asimétrica y solo se orienta a dar mayor libertad de acción y mayor
poder a las grandes corporaciones. Por eso lo que ha aumentado en los
últimos años de liberalización comercial han sido los beneficios y no el
crecimiento económico, el empleo y el bienestar.
5. Los tratados comerciales como el TTIP o el CETA buscan favorecer el librecambio entre quienes los firman
Los tratados que se han ido firmando en los últimos años,
o que se quiere firmar en estos momentos, como el TTIP o el CETA, se
presentan a la opinión pública como tratados “de libre comercio” pero no
es verdad que lo sean.
Ya hemos dicho que para que el libre comercio sea
realmente ventajoso debe darse en condiciones de competencia perfecta
que en la realidad no pueden existir. Y dichos tratados no solo no
establecen la competencia perfecta sino que ni siquiera se dirigen en
esa dirección. Son acuerdos que lo que proporcionan son mejores
condiciones a las grandes corporaciones que controlan los mercados y
que, por tanto, refuerzan la naturaleza oligopólica de los mercados y
restringen de facto y de iure la competencia.
La mejor prueba de ello es que los que se presentan como
tratados de libre comercio y que supuestamente buscan igualar a las
partes lo que hacen es mantener la asimetría original y, por tanto,
tratar igual a los desiguales que es justo lo que mejor conviene a los
más poderosos.
Uno de los últimos tratados de “libre comercio” es el
suscrito por Estados Unidos y Colombia en 2012 y sus efectos son
bastante elocuentes: las exportaciones de Colombia a la gran potencia
han bajado un 54% desde entonces, se han perdido 51.000 empleos en el
sector agropecuario y 106.000 en la industria manufacturera de ese país,
y el superávit con Estados Unidos de 8.244 millones de dólares que
tenía a su favor se ha convertido en un déficit de 1.414 millones.
6. Los economistas que critican las
supuestas ventajas del librecambio y la organización actual del comercio
internacional defienden la autarquía y el aislacionismo comercial
Como comento en mi libro ‘ Economía para no dejarse engañar por los economistas‘,
Ravi Batra afirma que la idea de que el librecambio es mucho mejor para
todas las economías “ha llegado a ser casi un dogma para los
economistas, hasta tal punto que cualquiera que la cuestione se expone
al ridículo “. Y así es, aunque la evidencia empírica indique que es
justamente la teoría convencional la que peca de irrealismo.
Desgraciadamente, lo que suele ocurrir es que los
economistas convencionales que defienden estas ideas librecambistas no
refutan los argumentos de quienes las han criticado a lo largo de muchos
años y con todo tipo de análisis sino que recurren a la
descalificación, cuando no al insulto. Una típica respuesta es limitarse
a decir que lo que quieren los críticos con la realidad del comercio
internacional y con los postulados liberalizadores es la autarquía, es
decir, acabar con el comercio entre las naciones y aumentar la
intervención del Estado a toda cosa.
Para mostrar que no exagero ni invento, traigo aquí los comentarios de dos economistas españoles muy conocidos e influyentes.
José Carlos Díez hizo en su cuenta de Twitter el
siguiente comentario para atacar las críticas que Pablo Iglesias había
hecho al comercio internacional de nuestros días: “Pablo Iglesias discípulo de Marx y contrario al libro comercio. Revival de la autarquía franquista. Menudo elemento”.
Es cierto que se trata de un economista de poca solidez
teórica y que interviene en el debate económico más como cruzado al
servicio de una causa política que como buscador de la verdad, pero me
parece que refleja claramente la actitud de la ideología económica
dominante ante las posiciones teóricas que la ponen en cuestión. Daniel
Lacalle (un buen amigo a pesar de las casi infinitas diferencias de
pensamiento que tengo con él) titulaba, por su parte, un artículo sobre
estos temas diciendo “El proteccionismo solo protege al gobierno”,
cuando es de una evidencia clamorosa que son las grandes empresas las
que reclaman y consiguen esa protección que él denuncia y que son ellas
quienes principalmente se benefician del proteccionismo tradicional hoy
día dominante.
Quienes criticamos las tesis que defienden el imposible y
falso librecomercio de nuestra época no defendemos la autarquía ni
estamos en contra del comercio o de las relaciones económicas
internacionales. Ni siquiera defendemos el proteccionismo a la vieja
usanza que no es garantía de progreso sino de incremento de las
desigualdades. Defendemos, en todo caso, un buen comercio, la protección
de la población, de los recursos económicos y del medio ambiente que
sea compatible con la eficiencia y el máximo nivel posible de equidad.
El mal modo en que funciona el comercio internacional en
las últimas décadas y el predominio de una ideología económica que, con
independencia de cuál sea su intención, solo lleva a aumentar el
privilegio de las grandes corporaciones, tienen mucho que ver con los
grandes problemas actuales de la economía mundial. Huir de prejuicios y
de planteamientos maniqueos, poner en cuestión las ideas que se
comprueban claramente contrarias a la realidad y acabar con los
privilegios que no tienen más justificación que el desigual poder de las
partes es hoy una exigencia de primer orden en nuestro mundo.
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