Aculturación, las políticas de género como etnicidio.


ACULTURACIÓN,
LAS POLÍTICAS DE GÉNERO COMO ETNICIDIO.

(Extractos de "Feminicidio o auto-construcción de la mujer") 

La aculturación de las clases populares es una meta perseguida con vehemencia por las elites mandantes desde hace más de doscientos años, pues con ella alcanzan una situación de preponderancia óptima, al ser equivalente a ganar al pueblo la batalla de las ideas por el procedimiento de aniquilar su mismidad cultural, paso previo a la imposición completa de la ideología más deseable para el poder. Negar el pasado y el presente de la gente común, inculcar en sus mentes la idea de que en uno y otro hay un espanto indecible, un pecado ignominioso en grado superlativo, la mentalidad patriarcal y las prácticas machistas, es derrumbar el mundo interior del desventurado sujeto, convertirle de golpe en no persona y ser nada entregado a todas las manipulaciones. Una vez que se considera a la sociedad del pasado inmediato como un infierno en el que los hombres-demonios atormentaban, violaban cada noche y asesinaban a las mujeres-víctimas impunemente y a su entero albedrío, y cuando se nos dice que las cosas siguen igual porque “culturalmente” el problema permanece, de manera que hay una responsabilidad popular en todo ello, de naturaleza absoluta, el individuo medio se desmorona por dentro.
  Reducir a la gente de ayer -y de hoy- a un revoltijo de monstruos (ellos) e “idiotas” (ellas) es transformarles en seres sin confianza en sí mismos ni autoestima, devastados psíquicamente, llenos de un sentimiento de culpa que les aniquila, inseguros, pasivos, abrumados, angustiados y dóciles. La creación de la mentalidad masoquista propia de la modernidad, que se desprecia y odia a sí misma para transferir toda esperanza de salvación al Estado, es el gran logro del feminismo de Estado y el sexismo político en el terreno de la lucha ideológica. En efecto, frente al pueblo malvado y pecador se levanta el Estado bueno y redentor, en tanto que Estado protector, que a través de una severa política represiva, pero, sobre todo, por medio de una gigantesca operación de reeducación e ingeniería social, dirigida a transformar las mentes y las conductas, ponga fin a tanta abominación.
  Antaño el pueblo pecador era redimido por la Iglesia, que extraía enormes réditos de la ideología de la culpabilización. Ahora es el Estado la instancia purificadora y salvífica. El machismo es hoy el nuevo Pecado Original de la novísima religión política oficial del Estado, el sexismo político hembrista. Invocándolo se expropia al pueblo su pasado, que es sustituido por la mentira integral sobre la historia que ofrecen el funcionariado de género y el mundo académico al alimón. Pero la expropiación de la cultura del pasado por vía de su completa desnaturalización y falseamiento la realizó a conciencia antes por la Sección Femenina.
El franquismo se sirvió a gran escala del arma de la culpabilización. Fueron los famosos “demonios familiares de los españoles”, el principal de ellos la indocilidad a las autoridades y la natural propensión a “la anarquía”, pero también la noción del “atraso” usados para auto-avergonzar a la población y poder espolear hasta la locura el productivismo y el conformismo. En la época se demonizó a la gente rural, presentados como seres infrahumanos (recordemos los versos insultantes del jacobino Antonio Machado y del por un tiempo anarquista Azorín, en esto y en tantas cosas indistinguibles del franquista Cela, por ejemplo), por tanto, destinados a ser manejados por medio de los fusiles y los vergajos de la Guardia Civil. En conjunto, se trataba de crear vergüenza de sí y auto-odio en la gente modesta, con las -deseadas- secuelas de debilidad psíquica, anomia, confusión, servilismo, pasividad, renuncia a la propia mismidad y auto-entrega a la instancia redentora. Ello fue tomado tal cual del franquismo por la progresía y la izquierda, en particular con la alevosa teorética sobre el “atraso”, del que hacían un problema descomunal, y que fue usada para levantar la más agresiva apología de la modernidad contra la execrada “tradición”, esto es, para destruir la cultura popular, milenaria, democrática y experiencial (a la que el feminismo más venal y fanatizado, sin atender a datos ni a razones, como acostumbra, cuelga la infamante etiqueta de “machista”), a fin de que triunfasen absolutamente los envenenados productos culturales creados por los profesores-funcionarios, la intelectualidad burguesa y la industria del espectáculo, autóctona y sobre todo estadounidense.
Hay que proclamar bien alto que la destrucción desde arriba de la cultura popular se aproxima mucho a la aniquilación del individuo que de ella extrae sus nociones cognoscitivas, categorías axiológicas y criterios organizadores. Eso busca el poder, porque el sujeto destruido en tanto que ser humano es luego reconstruido por las instituciones como criatura subhumana, conforme a sus intereses y necesidades fundamentales. El par destrucción-reconstrucción es cardinal para expandir el poder de acción del statu quo. De esa manera el sujeto ya no se auto-construye, sino que es construido, ya no es por sí mismo, sino por la voluntad del poder.
Además, se priva al individuo de temporalidad, se le expolia el pasado, al presentarlo como espeluznante, y se le niega el presente, modo de imponerle el futuro, así ya no es dueño del tiempo, sólo su víctima. Todo ello tiene lugar en el contexto de un nuevo orden totalitario en el que los dogmas del feminismo sexista son impuestos desde arriba, con linchamiento de quienes se atreven a cuestionarlos. Se ocultan datos (por ejemplo, el número de varones asesinados por mujeres, o el de mujeres asesinadas por mujeres), se falsifica a placer la historia, se lanzan campañas de aleccionamiento continuas, se premia magníficamente a los y las patéticas lumbreras académicas del género, se provoca una avalancha de textos inculcadores de todo tipo, se usa sin límites la publicidad y la mercadotecnia, se manipula a las mujeres para hacer de ellas seres emocionalmente enfermos, llenos de paranoia y odio. Sobre todo, vivir en la mentira, que es lo que preconiza el feminismo y el Estado feminista, devasta al sujeto de una manera colosal, pues deja a la persona inerme ante la realidad.
  Ciertamente, en lo popular del pasado (ya no se puede hablar de lo popular del presente pues, en puridad, no existe, dado que el proceso de aculturación ha culminado en un gran éxito para el Estado) había cosas acertadas y desacertadas, buenas y malas, pero debía ser el mismo pueblo el que realizase el proceso de auto-corrección y rectificación consciente desde lo positivo, que era muchísimo, de su cultura. Incluso había elementos de los que avergonzarse razonablemente, adoptar un enfoque autocrítico y desarrollar sentimientos parciales y relativos de culpa, que así calificados son muy saludables y necesarios. En la vida social, como en la individual, los procesos de autoevaluación, corrección e innovación son el instrumento esencial de crecimiento y mejora; afianzar lo positivo y superar lo negativo es la aspiración de una sociedad y una vida buena y humana. Contra ello se despliega la magna operación de denigración y negación integral del pasado popular que no son sino campañas de lavado de cerebro implementadas desde fuera y destinadas a un fin truhanesco: hacer de la dictadura estatal un megapoder aún más efectivo. 
  Hay que resaltar, llegado a este punto, que lo ahora realizado por el feminismo sexista no es nada nuevo, pues campañas de esa naturaleza se llevan haciendo en otros países desde hace bastante tiempo. Se conoce bien lo realizado en Alemania en 1945-1949 para aculturar y desnacionalizar a la población, bajo la dirección del Gobierno Militar de Ocupación estadounidense, con el pretexto de la desnazificación. Con tal propósito se arrojó a la basura la cultura clásica alemana y, aún más, la cultura popular tradicional, para imponer la subcultura de EEUU, la llamada música negra, el cine de Hollywood, la motorización, el jazz, el pragmatismo, el arte abstracto, el individualismo que aniquila la individualidad, el culto por el dinero, las bebidas de cola, el nihilismo, el alcoholismo, la infantilización universal, la tecnofília, la comida rápida, la superficialidad y el simplismo, el servilismo hacia el poder constituido y los demás componentes de aquélla. Los alemanes debían dejar de ser lo que eran, alemanes, para convertirse en portadores de un cuerpo de ideas y unos estilos de vida propios de lo que se tildó de “el Sueño Americano”, en un proceso desnacionalizador que hizo de ellos meras piltrafas a las órdenes de los nuevos amos, los militares norteamericanos.
  Al mismo tiempo, se inculcó a las masas una idea rematadamente falsa de las causas y las instancias creadoras del nazismo. Se impuso que éste había salido del elemento popular, que era un producto genuinamente alemán y que todo el pueblo germano era responsable y culpable de sus crímenes. La perversa noción de culpabilidad colectiva fue impuesta con obstinada determinación a las multitudes para que cada uno de sus integrantes quedara devastado y paralizado por los sentimientos de pesar, pecado político y auto-odio, con lo que se entregaban dócilmente a sus nuevos dominadores, como así sucedió en gran medida. Esta operación de ingeniería social magistralmente llevada adelante permitió a EEUU, en sólo unos años, moldear a las y los alemanes del oeste conforme a sus designios geoestratégicos y políticos del momento.
Ello sirvió también para, culpando al pueblo, exculpar a quienes realmente habían sido los creadores del movimiento nazi, por este orden, 1) el ejército, 2) los aparatos universitarios y la mayoría de la intelectualidad, 3) el gran capital. De ese modo, éstos siguieron operando plácidamente en Alemania, una vez que la gran operación de imputación desde arriba del pueblo les hubo exonerado de toda culpa.
  Por tanto, el pueblo es culpable, absoluta y totalmente culpable, en Alemania del nazismo, aquí del machismo. En todas partes la instancia salvadora, el nuevo Mesías que nos libra de pecado y nos guía hacia el paraíso celestial realizado en la tierra, es el Estado. A eso se reduce el “pensamiento crítico”, crítico con el pueblo y no-crítico con el Estado.
  La Escuela de Frankfurt, en especial Theodor W. Adorno, tuvo una responsabilidad grande en esta operación de moldeamiento de las mentes y alteración provechosa de las conductas. Poniéndose a las órdenes de las autoridades militares de ocupación, como ya habían hecho con el capitalismo estadounidense anteriormente, usaron el dudoso prestigio de su izquierdismo “antifascista” para, por un lado, limpiar de toda responsabilidad al Estado y al capitalismo alemán y, por otro, triturar psíquicamente a las clases populares, en lo que fue una colosal campaña de “reeducación” de las masas a partir de su ilimitada culpabilización.
El Estado apuntaba al individuo lo que tenía que pensar y cómo debía vivir, sin consideración hacia lo más sagrado e inviolable de la persona, es decir, la conciencia y la libertad de conciencia. Es esta una noción que en los textos de dicha Escuela no se encuentra, pues su cosmovisión es un novísimo totalitarismo de jerga marxista y corte izquierdista en el que unas elites esclarecidas dominan absolutamente al pueblo, sintiéndose legitimadas para someterlo a no importa qué manipulaciones y adoctrinamientos, naturalmente “por su bien”.
  Uno de los escritos que orientó la citada política de culpabilización fue el libro de Adorno “La personalidad autoritaria”, que situaba en la psique del sujeto no modernizado el origen de la experiencia fascista. Aquel texto se publicó en EEUU con el apoyo económico de grupos empresariales, que necesitaban romper las resistencias a la modernización capitalista que había en el seno de la clase obrera estadounidense, y luego, al terminar la guerra, se utilizó contra el pueblo alemán. Al tachar todo lo popular tradicional de “nazi” se violentó psíquicamente a las masas para que avanzaran por el camino de la sociedad de consumo, el dominio absoluto del dinero, la expansión sin límites del Estado, la pérdidas de saberes y habilidades, la aniquilación de las redes de apoyo mutuo tradicionales, la degradación de la masculinidad y la feminidad, la extinción de la familia, la conculcación planeada de la libertad de conciencia, la violencia machista y demás maravillas de la modernidad capitalista, metas, por lo demás, en nada enfrentadas con las que se proponía el régimen nazi que portaba el mismo paradigma modernizador.
Otro libro de Adorno que dice bastante sobre sus retorcidas formulaciones e intolerables intenciones es “Dialéctica negativa: la jerga de la autenticidad”, en el que el título lo dice casi todo. La “dialéctica negativa” se ejerce contra los saberes auto-elaborados por la gente popular durante milenios, que en sí mismos son (eran, cuando existían) un valladar contra la expansión del totalitarismo, también contra la falsa sabiduría de los profesores-funcionarios y los intelectuales a sueldo de la gran empresa privada, que, para adoptar un estilo oracular lo más intimidante posible, toma esa forma tan ridícula, por su artificial oscuridad y pedantería, que se encuentra en sus textos.
 Por eso han de ser “negativizados”, para alcanzar “la autenticidad”, esto es, el saber “verdadero” que los sabihondos de la pedantocracia “radical” más primorosa (la Escuela de Frankfurt) proporcionan a la plebe, a través de las campañas de “reeducación”. Escuela ésta, tan versátil y flexible, que lo mismo sirve a consorcios de empresarios en EEUU que al Gobierno Militar de Ocupación en Alemania, sin olvidar al Estado teutón reconstruido tras 1945, del que Adorno dijo maravillas, dado que era “antifascista”.
La descripción básica de la gran operación de culpabilización y desnacionalización del pueblo alemán tras la II Guerra Mundial se encuentra en “The americanization of Germany, 1945-1949”, Ralph Willett. La denuncia de los fundamentos izquierdistas de esa operación, a cargo en buena medida de la Escuela de Frankfkurt y del “antifascismo” militante, se formula en “La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio”, de Paul E. Gottfried. Este autor, tras deplorar la falta de respeto hacia el ser humano que hay en esas campañas para “inculcar la culpa” a las masas con fines de “reeducación” totalitaria e ingeniería social, expone que los jefes de la mencionada Escuela, no sólo Adorno, sino también M. Horkheimer, J. Habermas y casi todos sus integrantes, así como sus continuadores hoy, en realidad admiten “una forma modificada del capitalismo”, la propia de la sociedad de consumo y el Estado de bienestar. En consecuencia, dirigen la atención de sus acríticos seguidores a través de las martingalas y escabrosidades de su histriónica “teoría crítica” hacia metas de muy dudosa radicalidad sin comillas, el feminismo, la multiculturalidad, el antirracismo y así sucesivamente, que sirven de manera decisiva a los intereses estratégicos del capital y el Estado en el siglo XXI. Aquel es autor también de “Multiculturalism and the politics of guilt. Toward a secular theocracy”, en que examina otra gran operación de culpabilización colectiva, expropiación del pasado y destrucción planeada de las capacidades psíquicas de las masas en Occidente, la que toma el multiculturalismo y antirracismo como pretexto y contenidos fundamentales. En efecto, son las elites occidentales las que hoy están llenas de aborrecimiento hacia la cultura occidental, por temor a los efectos de su parte positiva, cuya consecuencia más obvia es el cuestionamiento integral de su dictadura, lo que no sucede en otras culturas, o sólo de forma mucho más débil e insuficiente. Por ello Gottfried cita con repugnancia la enormidad de una reaccionaria notable, en tanto que intelectual al servicio del poder, Susan Sontang, con la cual la susodicha proclama que Occidente es “el cáncer de la humanidad”, expresión señera del genocidio cultural que está llevando a efecto el poder constituido occidental en la hora presente. Tal es hoy la consigna de quienes quieren crear un nuevo totalitarismo al lado del que los viejos fascismos serán cosa de risa y cuyo fundamento es la aculturación completa y la subhumanización integral de las masas occidentales. A esa meta se dirige también el feminismo, con la culpabilización, por “machista”, del pasado cultural y social. Nótese que, al mismo tiempo, ese feminismo es, como manda el orden establecido en Occidente hoy, islamófilo, dato que lo aclara casi todo. Empero, los libros de Gottfried están lastrados por un excesivo ideologicismo, en ellos falta el análisis de las causas políticas, militares, geoestratégicas, históricas, demográficas, biopolíticas y económicas de lo que describe y, a veces, denuncia.
Sin duda, cuando progrese la autogestión popular del saber y el conocimiento la humanidad podrá liberarse de tales pelmazos e histriones subvencionados, cargados de pseudo-saberes; y también nos liberaremos de esa tropa de adoradores del “pensamiento crítico”, formada por sujetos tan ignaros, papanatas y acomplejados, y que entienden tan poco de la realidad en que la viven, que hasta se toman en serio a Adorno y a sus colegas por ignorancia y limitación intelectual. La verdad, no la crítica, es la primera función de las capacidades reflexivas humanas, y la crítica sólo es legítima cuando va unida a aquélla.

[ Maria del Prado Estebanen PRD Libre webgunetik hartua]

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