La conquista de lo
absoluto es una contradicción de la esencia misma del concepto
anarquista; es siempre una coacción, una autoridad abstracta,
una entidad metafísica como Dios o la Ley. La Doctrina no es
más que el formulismo en que se encierra lo absoluto.
Antes una choza, un vaso
de agua y un puñado de castañas, que la labor en común con
quien no place. Que toda civilización perezca con sus casas de
seis pisos, sus ascensores, sus aeroplanos, su telegrafía sin
hilos y sus monstruos marinos de guerra, si todo esto debe
aumentar la dependencia del individuo.
Carlos: No hay nada más patético que un anarquista dogmático. Porque parece que es una contradicción de los términos. Un anarquista, por definición, es un librepensador y no puede ser dogmático, o no debe serlo. Si yo en una discusión con alguien utilizase como un argumento de autoridad que Bakunin dijo esto o Kropotkin dijo lo otro, inmediatamente se produciría cierto estupor. Estamos aquí discutiendo como librepensadores pues no tenemos que depender de las citas.
Lo que ocurre es que a veces intuyo que el antidogmatismo puede conducir a una actitud de laxitud extrema que tiene una consecuencia orgánica delicada. Y yo estoy por la militancia. Me parece muy bien que uno sea antidogmático, pero ser antidogmático no le ampara a uno para llegar tarde a una reunión a las seis de la tarde para dejar de ir a pegar los carteles o para no escribir el artículo que quedó en escribir el día dieciocho. No somos dogmáticos, no tenemos verdades reveladas. Estamos obligados a escuchar a todo el mundo. No somos superiores a nadie. Esto es muy importante subrayarlo. Porque también hay un rictus en el mundo libertario de gente que va mirando a los demás como este socialdemócrata, este chaval de Podemos, qué tonto es. Bueno, igual no es tan tonto. Mírate tú a ti mismo porque igual no eres tan listo como parece. Abandonar ese rictus me parece que es muy importante. Abandonar la petulancia de muchos discursos de quien piensa que está por encima de los demás.
Juan: Traigo a Armand, precisamente, porque uno divisa al leer un poco su obra que hay que concebir al anarquismo como un estilo de vida que difícilmente llegará a pasar de ser un movimiento marginal, lejos de las masas.
Carlos: Yo estaría más por un movimiento de masas que por una conducta meramente individual. En el buen entendido de que si no hay una conducta individual de contestación de la lógica del sistema no sé para qué queremos un movimiento de masas. Esto tiene algo que ver con lo de la militancia. Yo siento poca simpatía por aquellos segmentos del mundo libertario que recelan de la organización. Comprendo sus recelos ante los riesgos de burocratización de la organización, que es distinto. Pero yo estoy con la organización, porque no podemos regalarle al sistema el obsequio de que nosotros no nos organizamos de manera conjunta. Hay muchos más libertarios de lo que parece y si cada uno de esos libertarios se ajustase a lo que tú sugieres que defendía Armand de yo estoy con mis castañas en mi choza, me parece que estaríamos haciendo algo mal. Porque tenemos también un deber respecto a aquellos que no han llegado a nuestro grado de comprensión de la realidad.
Juan: Pareciera que Armand intuía ya que el anarquismo no podría pasar de ser un movimiento minoritario y que por eso actuaba de manera individual, o, ¿acaso ves posible que el anarquismo y el libertarismo se conviertan en algo más que un movimiento marginal?
Carlos: El anarquismo no, pero las prácticas libertarias, sí. A mí me interesan más las prácticas que el anarquismo como cuerpo ideológico doctrinal. Alguien que esté hablando constantemente de la autogestión y la democracia directa sin hacer nada no me interesa en absoluto. Y, sin embargo, alguien que no utiliza esos términos pero los despliega en la práctica, me interesa más. Y en ese sentido no veo por qué no puede ser un movimiento de masas
Juan: El sambenito de “utópico” a Fourier y Owen se lo pusieron Marx y compañía. Cuesta quitárselo.
Carlos: Yo no tengo nada contra la utopía. Utopía como un elemento movilizador que nos dice que podemos construir una sociedad distinta es un elemento básico e insoslayable. Claro, es verdad que el concepto de utopía es bastante amplio y que algunas de sus vertientes podrían ser más criticadas. Puede haber cierta dimensión desmovilizadora de la utopía como un sueño que está tan lejano que impide que actuemos en lo más inmediato. Pero yo no tengo nada en contra de la palabra utopía. Es como cuando me dicen: eso que dices, Carlos, es poco realista. Pues sí, consciente, premeditada y orgullosamente utópico.
Juan: Utópico e igual alcanzable, pues.
Carlos: Y si no es alcanzable, al menos, genera un camino. Se hace camino al andar, como diría Machado. Si no tuviéramos ninguna disposición de movernos por algo, estaríamos quietos.
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