La pregunta “¿qué es la psicología?” parece más embarazosa para cualquier psicólogo que la pregunta “¿qué es la filosofía?” para cualquier filósofo. Porque, a la filosofía, la cuestión de su sentido y de su esencia la constituye, mucho más de lo que la define una respuesta a esa pregunta. El hecho de que la pregunta renazca constantemente, a falta de respuesta satisfactoria, constituye para quien quiera poder denominarse filósofo, una razón de humildad y no una causa de humillación.
Pero para la psicología, la pregunta sobre su esencia o, más modestamente, sobre su concepto, pone en cuestión también la existencia misma del psicólogo, en la medida en que al no poder responder exactamente sobre lo que él es, se le hace difícil responder por lo que hace. Sólo le queda entonces buscar en una eficacia siempre discutible la justificación para su importancia de especialista, y a más de un psicólogo no le disgustaría en absoluto que esa eficacia engendrará en los filósofos un concepto de inferioridad.
Cuando decimos que la eficacia del psicólogo es discutible, no queremos decir que ilusoria; simplemente queremos hacer notar que sin duda está mal fundada, en tanto no se pruebe que esa eficacia se debe realmente a la aplicación de una ciencia, es decir, en tanto que el estatus de la psicología no esté fijado de tal manera que se la deba considerar por algo más y mejor que un empirismo compuesto, literalmente codificado para los fines de la enseñanza.
En realidad, ante muchos trabajos de psicología, extraemos la impresión de que mezclan:
1. Una filosofía sin rigor.
2. Una ética sin exigencia.
3. Y una medicina sin control.
Filosofía sin rigor, porque es ecléctica so pretexto de objetividad; ética sin exigencia, porque asocia
experiencias etológicas sin crítica, la del confesor, el educador, el jefe, el juez, etc.; medicina sin control, puesto que, de las tres clases de enfermedades más ininteligibles y menos curables, enfermedades de la piel, enfermedades de los nervios y enfermedades mentales, el estudio y el tratamiento de las dos últimas han proporcionado desde siempre bservaciones e hipótesis a la psicología.
Al parecer, por lo tanto, preguntando “¿qué es la psicología?” se plantea una pregunta que no es ni impertinente ni inútil.
Durante mucho tiempo se ha buscado la unidad característica del concepto de una ciencia en la dirección de su objeto. El objeto dictaría el método utilizado para el estudio de sus propiedades. Pero, en el fondo, esto era limitar la ciencia a la investigación de un dato, a la exploración de un dominio. Cuando se hizo evidente que toda ciencia se da a sí misma más o menos sus datos y por ese hecho se apropia de lo que se llama su dominio, el concepto de una ciencia ha destacado progresivamente más su método que su objeto. O más exactamente, la expresión “objeto de la ciencia” ha recibido un sentido nuevo. El objeto de la ciencia no es más solamente el dominio específico de los problemas, de los obstáculos a resolver; es también la intención y las pretensiones del sujeto de la ciencia, es el proyecto que constituye como tal a una conciencia teórica.
A la pregunta “¿qué es la psicología?”, se puede responder haciendo aparecer la unidad de su dominio, a pesar de la multiplicidad de los proyectos metodológicos. A este tipo de respuestas pertenece la que dio brillantemente el profesor Daniel Lagache en 1974, ante una pregunta planteada, en 1936, por Edouard Claparade (1). La unidad de la psicología es buscada aquí en su definición posible como teoría general de la conducta, síntesis de la psicología experimental, la psicología clínica, el psicoanálisis, la psicología social y la etnología.
Si lo miramos bien, sin embargo, pensamos que tal vez esta unidad se parezca más a un pacto de coexistencia pacífica concluido entre profesionales, que a una esencia lógica, obtenida por la revelación de una constancia en una variedad de casos. De las dos tendencias entre las cuales el profesor Lagache busca un acuerdo sólido, la naturalista (psicología experimental) y la humanista (psicología clínica), tenemos la impresión de que la segunda conlleva para él un peso mayor. Sin duda, esto es lo que explica la ausencia de la psicología animal en esta revisión de las partes en litigio. Ciertamente, vemos muy bien que está comprendida dentro de la psicología experimental, que en gran parte es una psicología de los animales, pero se encuentra allí encerrada como material sobre el que se aplica el método. Y en efecto, una psicología sólo puede ser llamada experimental en razón de su método y no de su objeto. Mientras que, a pesar de las apariencias, es por el objeto más que por el método que una psicología es llamada clínica, psicoanalítica, social, etnológica.
Todos estos adjetivos son indicativos de un solo y mismo objeto de estudio: el hombre, ser locuaz o taciturno, ser social o insociable. A partir de aquí, ¿se puede hablar de una teoría general de la conducta, mientras no se ha resuelto la cuestión de saber si hay continuidad o ruptura entre el lenguaje humano y el lenguaje animal, sociedad humana y sociedad animal? Es posible que, en este punto, le toque no a la filosofía decidir, sino a la ciencia, y en rigor a varias ciencias, incluso a la psicología.
Pero entonces, para definirse la psicología no puede prejuzgar sobre aquello en lo que está llamada a juzgar. Sin lo cual es inevitable que proponiéndose ella misma como teoría general de la conducta, la psicología haga suya alguna idea sobre el hombre. Entonces es necesario permitir a la filosofía preguntarle a la psicología de dónde sacó esa idea y si no lo hizo, en el fondo, de alguna filosofía.
Quisiéramos tratar, porque no somos psicólogos, de abordar la cuestión fundamental planteada por una vía opuesta, es decir, buscar si es o no la unidad de un proyecto la que podría conferir su unidad eventual a las diferentes clases de disciplinas llamadas psicológicas. Pero nuestro procedimiento de investigación exige un retroceso. Buscar los sectores comunes de los dominios puede hacerse por su exploración separada y su comparación en la actualidad (una decena de años en el caso del profesor Lagache). Buscar si algunos proyectos se encuentran, exige que se extraiga el sentido de cada uno de ellos; pero no cuando se ha perdido ya en el automatismo de la ejecución, sino cuando surge de la situación que lo suscita. Buscar una respuesta a la pregunta “¿qué es la psicología?” se convierte para nosotros en la obligación de esbozar una historia de la psicología, aunque por supuesto, considerada solamente en sus orientaciones, en relación con la historia de la filosofía y de las ciencias, una historia necesariamente teleológica porque está destinada a guiar hasta la pregunta planteada el sentido originario y supuesto de las diversas disciplinas, métodos o empresas, cuya mezcolanza actual legitima esta pregunta.
I. La Psicología Como Ciencia Natural.
Psicología significa etimológicamente ciencia del alma, pero es notable que una psicología independiente esté ausente, de hecho y de idea, de los sistemas filosóficos de la antigüedad, en los que, sin embargo, la psique, el alma, era considerada como un ser natural. Los estudios relativos al alma se encuentran repartidos entre la metafísica, la lógica y la física. El tratado aristotélico “Del Alma” es en realidad un tratado de biología general, uno de los escritos consagrados a la física. Siguiendo a Aristóteles, y siguiendo la tradición de la Escuela, los “Cursos de Filosofía” de principios del Siglo XVII tratan todavía del alma en un capítulo de la Física (2).
El objeto de la física es el cuerpo natural y organizado que posee la vida en potencia, por lo tanto la física trata sobre el alma como forma del cuerpo viviente, y no como sustancia separada de la materia. Desde este punto de vista, un estudio de los órganos del conocimiento, es decir, de los sentidos exteriores (los cinco sentidos usuales) y de los sentidos interiores (sentido común, fantasía, memoria), no difiere para nada del estudio de los órganos de la respiración o de la digestión. El alma es un objeto natural de estudio, una forma en la jerarquía de las formas, incluso si su función esencial es el conocimiento de las formas. La ciencia del alma es una provincia de la fisiología, en su sentido originario y universal de teoría de la naturaleza.
Es a esta concepción antigua que remonta, sin ruptura, un aspecto de la psicología moderna: la psicofisiología –considerada durante mucho tiempo como psiconeurología exclusivamente (aunque hoy, además, como psico-endocrinología)- y la psicopatología como disciplina médica. Bajo este aspecto, no parece superfluo recordar que antes de las dos revoluciones que han permitido el desarrollo de la fisiología moderna, la de Harvey y la de Lavoisier, debemos a Galeno una revolución de no menor importancia que la teoría de la circulación o de la respiración, cuando establece clínica y experimentalmente, después de los médicos de la escuela de Alejandría, Herófilo y Erasistrato, contra la doctrina aristotélica, y conforme a las anticipaciones de Alcmeón, de Hipócrates y de Platón, que es el cerebro y no el corazón el órgano de la sensación y del movimiento, y la sede del alma.
Galeno funda verdaderamente una filiación ininterrumpida de investigaciones: neumatología empírica que duró siglos, y cuya pieza fundamental es la teoría de los espíritus animales, destronada y revelada a fines del Siglo XVIII por la electro-neurología. Aún cuando es decididamente pluralista en su concepción de las relaciones entre funciones psíquicas y órganos encefálicos, Gall procede directamente de Galeno y domina, a pesar de sus extravagancias, todas las investigaciones sobre las localizaciones cerebrales durante los sesenta primeros años del siglo XIX, hasta Broca inclusive. En suma, como psico-fisiología y psicopatología, la psicología de hoy remonta siempre al siglo II.
II. La Psicología como Ciencia de la Subjetividad.
La decadencia de la física aristotélica en el siglo XVII marca el fin de la psicología como parafísica, como ciencia de un objeto natural, y correlativamente el nacimiento de la psicología como ciencia de la subjetividad. Los verdaderos responsables del advenimiento de la psicología moderna, como ciencia del sujeto pensante, son los físicos mecanicistas del siglo XVII (3).
Si la realidad del mundo ya no es más confundida con el contenido de la percepción, si la realidad es obtenida y establecida por reducción de las ilusiones de la experiencia sensible usual, el residuo cualitativo de esta experiencia compromete, por el hecho de ser posible como falsificación de lo real, la responsabilidad propia del espíritu, es decir, del sujeto de la experiencia, en tanto éste no se identifica con la razón matemática y mecánica, instrumento de la verdad y medida de la realidad.
Pero esta responsabilidad se presenta, a los ojos del físico, como una culpabilidad. La psicología se construye entonces como una empresa de disculpa del espíritu. Su proyecto es el de una ciencia que, frente a la física, explica porqué el espíritu está obligado por naturaleza a engañar a la razón con respecto a la realidad. La psicología se hace física del sentido externo para explicar los contrasentidos, motivo de la acusación de la física mecanicista al ejercicio de los sentidos en la función de conocimiento.
A) La Física del Sentido Externo.
La psicología, ciencia de la subjetividad, comienza pues como psicofísica por dos razones. Primero, porque sólo puede ser una física para ser tomada en serio por los físicos. Segundo, porque debe buscar en una naturaleza, es decir, en la estructura del cuerpo humano, la razón de existencia de los residuos irreales de la experiencia humana.
Pero esto no significa un retorno a la concepción antigua de una ciencia del alma, rama de la física. La nueva física es un cálculo, la psicología tiende a imitarla. Buscará determinar constantes cuantitativas de la sensación y de las relaciones entre esas constantes. Descartes y Malebranche son aquí los jefes de fila. En las “Reglas para la Dirección del Espíritu” (XII), Descartes propone la reducción de las diferencias cualitativas entre datos sensoriales a una diferencia de figuras geométricas. Se trata aquí de los datos sensoriales en tanto son, en el sentido propio del término, informaciones de un cuerpo por otros cuerpos; lo que es informado por los sentidos externos es un sentido interno: “la fantasía, que no es otra cosa que un cuerpo real y figurado”.
En la regla XIV, Descartes trata expresamente sobre lo que Kant llamará la magnitud intensiva de las sensaciones (“Crítica de la Razón Pura”, analítica trascendental, anticipación de la percepción): las comparaciones entre luces, entre sonidos, etc., pueden ser convertidas en relaciones exactas sólo por analogía con la extensión del cuerpo figurado. Si agregamos que Descartes, si bien no es el inventor propiamente del término y del concepto de “reflejo”, ha afirmado, sin embargo, la constancia de la vinculación entre la excitación y la reacción, vemos que una psicología, entendida como física matemática del sentido externo, comienza con él, para culminar con Fechner, gracias a la ayuda de fisiologistas como Herman Helmholtz, a pesar y contra las reservas kantianas, criticadas a su vez por Herbart.
Esta variedad de psicología es extendida por Wundt a las dimensiones de una psicología experimental, sostenida por la esperanza de hacer aparecer, en las leyes de “los hechos de conciencia”, un determinismo analítico del mismo tipo de aquél que la mecánica y la física permiten esperar para toda ciencia de validez universal.
Fechner murió en 1887, dos años antes de la tesis de Bergson, “Ensayos sobre los datos inmediatos de la conciencia” (1889). Wundt murió en 1920, habiendo formado muchos discípulos, algunos con vida hoy, y no sin haber asistido a los primeros ataques de los psicólogos de la Forma contra la física analítica, a la vez experimental y matemática, del sentido externo, de acuerdo con las observaciones de Ehrefels sobre las cualidades de forma (“Ueber Gestaltqalitaten”, 1890), observaciones que a su vez están emparentadas a los análisis de Bergson sobre las totalidades, percibidas como formas orgánicas que dominan sus partes supuestas (“Ensayo”, Cap. II).
B) La Ciencia del Sentido Interno.
Pero la ciencia de la subjetividad no se reduce a la elaboración de una física del sentido externo: se propone y se presenta como la ciencia de la conciencia de sí, o la ciencia del sentido interno. El término psicología, con el sentido de ciencia del yo (Wolf), data del siglo XVIII. Toda la historia de esta psicología puede escribirse como la historia de los contrasentidos cuyo origen está en las Meditaciones, pero sin que estas sean responsables.
Cuando Descartes, al principio de la Meditación III, considera su “interior” para tratar de volverlo más conocido y familiar para él mismo, esta consideración apunta al pensamiento. El interior cartesiano, conciencia del ego cogito, es el conocimiento directo que el alma tiene de sí misma, en tanto entendimiento puro. Las Meditaciones son llamadas por Descartes “Metafísicas”, porque pretenden alcanzar directamente la naturaleza y la esencia del yo pienso en la aprehensión inmediata de su existencia.
La Meditación cartesiana no es una confidencia personal. La reflexión que da al conocimiento del yo el rigor y la impersonalidad de las matemáticas, no es esa observación de sí que los espiritualistas, a principios del siglo XIX, no vacilarán en hacer apadrinar por Sócrates, con el fin de que Monsieur Pierre-Paul Royer-Collard pudiese dar a Napoleón I la seguridad de que el “conócete”, el cogito y la introspección proporcionan al trono y al altar sus fundamentos inexpugnables.
El interior cartesiano no posee nada en común con el sentido interno de los aristotélicos “que concibe sus objetos interiormente y dentro de la cabeza” (4), y ya hemos visto que Descartes lo considera como un aspecto del cuerpo (Regla XIII). Es por esto que Descartes dice que el alma se conoce directamente y más fácilmente que el cuerpo. Esta es una afirmación cuya intención polémica explícita se ignora a menudo, porque según los aristotélicos el alma no se conoce directamente. “El conocimiento del alma no es directo, sino sólo por reflexión. Pues el alma es semejante al ojo que ve todo y que no puede verse a sí mismo más que por reflexión como en un espejo…., y el alma igualmente sólo se ve y se conoce por reflexión y por reconocimiento de sus efectos” (5). Tesis que suscita la indignación de Descartes, cuando Gassendi la retoma en sus objeciones contra la Meditación III, y a la que Descartes responde: “No es el ojo quien se ve a sí mismo, ni el espejo, sino realmente el espíritu, que es el único que conoce al espejo, al ojo y a sí mismo”. Ahora bien, esa replica decisiva no termina con este argumento escolástico.
Maine de Biran lo vuelve una vez más contra Descartes en la “Memoria sobre la descomposición del pensamiento”. A. Comte lo invoca contra la posibilidad de la introspección, es decir, contra ese método de conocimiento de sí que Pierre-Paul Royer-Collard toma de Reid para hacer de la psicología la propedéutica científica de la metafísica, justificando por la vía experimental las tesis tradicionales del sustancialismo espiritualista (6). Incluso Cvournot, con toda su sagacidad, no desdeña retomar el argumento en apoyo de la idea de que la observación psicológica concierne más a la conducta del otro que al yo del observador, que la psicología está más cerca de la sabiduría (sagesse) que de la ciencia y que “está inscrito en la naturaleza de los hechos psicológicos el traducirse en aforismos más que en teoremas” (7).
Ocurre que se ha ignorado la enseñanza de Descartes, constituyendo contra él una psicología empírica como historia natural del yo –de Locke a Ribot, pasando por Condillac, los Ideólogos franceses y los utilitaristas ingleses-, y al mismo tiempo constituyendo a partir de él, según se creía, una psicología racional fundada sobre la intuición de un yo sustancial.
A Kant le pertenece aún hoy la gloria de haber establecido que, si Wolf pudo bautizar esos recién nacidos como post-cartesianos (“Psychologia Empírica”, 1732; “Psicología Rationalis”, 1734), no pudo, sin embargo, lograr fundar sus pretensiones a la legitimidad. Kant muestra, por una parte, que el sentido interno fenoménico sólo es una forma de la intuición empírica, que él tiende a confundir con el tiempo; por otra parte, mostró que el yo, sujeto de todo juicio de apercepción, es una función de organización de la experiencia, pero del que no podría haber ciencia puesto que él es la condición trascendental de toda ciencia.
Los primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza (1786) cuestionan el alcance de ciencia de la psicología, ya sea según el modelo de las matemáticas o el modelo de la física. No existe psicología matemática posible en el sentido en que hay una física matemática. Incluso si aplicamos a las modificaciones del sentido interno, en virtud de la anticipación de la percepción relativa a las magnitudes intensivas, las matemáticas de lo continuo, no obtendremos nada más importante que una geometría limitada al estudio de las propiedades de la línea recta.
Tampoco hay psicología experimental en el sentido en que la química se constituye por medio del uso del análisis y la síntesis. No podemos realizar experiencias ni sobre nosotros mismos ni sobre otros, Y la observación interna altera su objeto. Pretender sorprenderse a uno mismo en la observación de sí, conduciría a la alineación. Luego, la psicología sólo puede ser descriptiva. Su verdadero lugar está dentro de una antropología, como propedéutica para una teoría de la habilidad y de la prudencia, coronada por una teoría de la sabiduría.
C) La Ciencia del Sentido Íntimo.
Si se llama psicología clásica a aquella que se cree refutar; hay que decir que siempre hay clásicos para alguien. Los Ideólogos, herederos de los sensualistas, podían considerar clásica a la psicología escocesa que sólo bregaba como ellos por un método inductivo para afirmar mejor, contra ellos, la sustancialidad del espíritu. Pero la psicología atomística y analítica de los sensualistas y de los ideólogos era ya considerada como psicología clásica por un psicólogo romántico como Maine de Biran, antes de ser vista como tal por la psicología de la Gestalt.
Para Maine de Biran la psicología se convierte en la técnica del diario íntimo y la ciencia del sentido íntimo. La soledad de Descartes era la ascesis de un matemático. La soledad de Maine de Biran es la ociosidad de un subprefecto. El yo pienso cartesiano funda el pensamiento en sí. El yo quiero biraniano funda la conciencia para sí, contra la exterioridad. En su oficina afelpada Maine de Biran descubre que el análisis psicológico no consiste en simplificar sino en complicar, que el hecho psíquico primitivo no es un elemento, sino ya una relación, que esa relación es vivida en el esfuerzo.
Llega a dos conclusiones, inesperadas en un hombre cuyas funciones son la autoridad, es decir, el mando: la conciencia requiere el conflicto de un poder y de una resistencia; el hombre no es, como lo pensaba De Bonald, una inteligencia servida por órganos, sino una organización viviente servida por una inteligencia. El alma necesita encarnarse; por lo tanto, no hay psicología sin biología. La observación de sí no dispensa de recurrir a la fisiología del movimiento voluntario ni a la patología de la afectividad. La situación de Maine de Biran es única entre los dos Royer-Collard. Ha dialogado con el doctrinario y ha sido juzgado por el psiquiatra. Poseemos de Maine de Biran un “Paseo con Monsieur Royer Collard en los Jardines de Luxemburgo”, y tenemos de Antoine-Athanase Royer Collard, hermano menor del precedente, un “Examen de la doctrina de Maine de Biran” (8).
Si Maine de Biran no hubiera leído y discutido a Cabanis (“Relaciones de lo físico y de lo moral del hombre”, 1798), si no hubiera leído y discutido a Bichat (“Investigaciones sobre la vida y la muerte”, 1800), la historia de la psicología patológica lo ignoraría, cosa que no puede hacer. Antoine-Athanase Royer Collard es, después de Pinel y con Esquirol, uno de los fundadores de la Escuela Francesa de Psiquiatría.
Pinel había abogado por la idea de que los alienados son, a la vez, enfermos como los otros, ni posesos, ni criminales, y diferentes de los otros; por lo tanto, debían ser atendidos separadamente de los otros y, según los casos, separadamente en servicios hospitalarios especializados. Pinel fundó la medicina mental como disciplina independiente, a partir del aislamiento terapéutico de los alienados en Bicetre y en La Salpetreiere. Royer Collard imita a Pinel en la Casa Nacional de Charenton, de la que se convierte en jefe en 1805, el mismo año en que Esquirol sostiene su tesis de medicina sobre las pasiones consideradas como causas, síntomas y medios curativos de la alineación mental.
En 1816, Roger Collard se convierte en profesor de medicina legal de la facultad de Medicina de París; luego de 1821, primer titular de la cátedra de medicina mental. Roger Collard y Esquirol tuvieron como alumno a Calmeil, que estudió la parálisis en los alienados; a Bayle, que reconoció y aisló la parálisis general; a Felix Voisin, que creó el estudio del atraso mental en los niños. Y es en La Salpetriere donde, después de Pinel, Esquirol, Lelut, Baillarger y Falret, entre otros, Charcot se convierte, en 1862, en jefe de un servicio cuyos trabajos serán seguidos por Theódule Ribot, Pierre Janet, el cardenal Mercier y Sigmund Freud.
Hemos visto que la psicopatología comenzaba positivamente con Galeno; la vemos culminar con Freud, creador en 1896 del término “psicoanálisis”. La psicopatología se ha desarrollado en relación con las otras disciplinas psicológicas. Por la existencia de las investigaciones de Maine de Biran, la psicopatología obliga a la filosofía a preguntarse, desde hace más de un siglo, a cuál de los dos Roger Collard debe pedirse la idea que hay que tener sobre la psicología. De este modo la psicopatología es al mismo tiempo juez y parte en el debate ininterrumpido cuya dirección ha sido legada a la psicología por la metafísica, sin renunciar por otra parte a decir su opinión sobre las relaciones entre lo psíquico y lo físico.
Durante mucho tiempo esta relación ha sido formulada como somato-psíquica antes de convertirse en psico-somática. Esta inversión es la misma, por otra parte, que la que se operó en la significación otorgada al inconsciente. Si se identifica psiquismo y conciencia –apoyándose en Descartes, equivocadamente o no-, el inconsciente es de orden físico. Si se piensa que lo psíquico puede ser inconsciente, la psicología no se reduce a la ciencia de la conciencia. La sicología no es ya solamente lo que está escondido, sino eso que se esconde, eso que escondemos; no es solamente lo íntimo, sino también –según un término recogido por Bossuet de los místicos- lo abisal. La psicología ya no es más sólo la ciencia de la intimidad, sino la ciencia de las profundidades del alma.
III. La Psicología como Ciencia de las Relaciones y del Comportamiento.
Cuando proponía definir al hombre como una organización viviente servida por una inteligencia, Maine de Biran marcaba con anticipación –y al parecer mejor que Gall, quien según Lelut, decía: “el hombre no es más una inteligencia, sino una voluntad servida por órganos” (9)- el terreno sobre el que iba a constituirse en el siglo XIX una nueva psicología. Pero al mismo tiempo, le asignaba sus límites, puesto que en su “Antropología”, situaba la vida humana entre la vida animal y la vida espiritual.
El siglo XIX ve constituirse, al lado de la psicología como patología nerviosa y mental, como física del sentido externo, como ciencia del sentido interno y del sentido íntimo, una biología del comportamiento humano. Pensamos que las razones de este advenimiento son las siguientes:
Primero: razones científicas. Como por ejemplo, la constitución de una biología como teoría general de las relaciones entre los organismos y los medios, y que marca el fin de la creencia en la existencia de un reino humano separado.
Luego, razones técnicas y económicas. A saber, el desarrollo de un régimen industrial que orienta la atención hacia el carácter industrioso de la especie humana, y que marca el fin de la creencia en la dignidad del pensamiento especulativo.
Finalmente, razones políticas. Que se resumen en el fin de la creencia en los valores de privilegio social y en la difusión del igualitarismo. La conscripción y la instrucción pública se convierten en asunto de Estado; la reivindicación de igualdad ante las cargas militares y las funciones civiles (a cada uno según su trabajo, o sus obras, o sus méritos) es el fundamento real, aunque a menudo no percibido, de un fenómeno propio de las sociedades modernas: la práctica generalizada del peritaje, en el sentido amplio del término, como determinación de la competencia y rastreo de la simulación.
Ahora bien, lo que caracteriza, según nosotros, a esta psicología de los comportamientos, en relación con los otros tipos de estudios psicológicos, es su incapacidad constitucional para aprehender y exhibir con claridad su proyecto instaurador. Si, entre los proyectos instauradores de ciertos tipos anteriores de psicología, algunos pueden parecer contrasentidos filosóficos, aquí, por el contrario, ya que se niega toda relación con una teoría filosófica, se plantea la cuestión de saber de dónde puede extraer su sentido una investigación psicológica semejante.
Aceptando convertirse, sobre el patrón de la biología, en una ciencia objetiva de las aptitudes, de las reacciones y del comportamiento, esta psicología y esos psicólogos se olvidan totalmente de situar su comportamiento especifico en relación con las circunstancias históricas y con los medios sociales dentro de los cuales son llevados a proponer sus métodos o técnicas y a hacer aceptar sus servicios.
Nietzsche, esbozando la “psicología del psicólogo” en el siglo XIX, escribe: “Nosotros, psicólogos del futuro…, consideramos casi como un signo de degeneración al instrumento que quiere conocerse a sí mismo. Somos los instrumentos del conocimiento y quisiéramos tener toda la ingenuidad y la precisión de un instrumento; por lo tanto, no debemos analizarnos a nosotros mismos, conocernos.” (10).
¡Asombroso malentendido y cuán revelador! El psicólogo sólo pretende ser un instrumento, sin pretender saber de quién ni de qué es el instrumento. Nietzsche parecía mejor inspirado cuando, al principio de la Genealogía de la Moral, se había ocupado del enigma que representan los psicólogos ingleses, es decir, los utilitaristas, preocupados por la génesis de los sentimientos morales. Se preguntaba entonces lo que había empujado a los psicólogos en la dirección del cinismo, en la explicación de las conductas humanas por el interés, la utilidad y por el olvido de esas motivaciones fundamentales. Y he aquí que, ante la conducta de los psicólogos del siglo XIX, Nietzsche renuncia a todo cinismo provisionalmente, ¡es decir, que renuncia a toda lucidez!
La idea de utilidad, como principio de una psicología, provenía de la toma de conciencia filosófica de la naturaleza humana como poder de artificio (Hume, Burke) o, más prosaicamente, de la definición del hombre como fabricante de herramientas (los enciclopedistas, Adam Smith, Franklin).
Pero el principio de la psicología biológica del comportamiento no parece haberse desprendido, de la misma manera, de una toma de conciencia filosófica explícita, sin duda porque no puede ser puesto en acción más que a condición de que permanezca informulado.
Este principio es la definición del hombre mismo como herramienta. Al utilitarismo, que implica la idea de la utilidad para el hombre, la idea del hombre juez de la utilidad, sucedió el instrumentalismo, que implica la idea de la utilidad del hombre, la idea del hombre como medio de utilidad. La inteligencia no es más eso que hace a los órganos y se sirve de ellos, sino lo que sirve a los órganos. Y no es impunemente que los orígenes históricos de la psicología de reacción deben ser buscados en los trabajos suscitados por el descubrimiento de la ecuación personal que corresponde a los astrónomos que utilizan el telescopio (Maskelyne, 1796). El hombre ha sido estudiado primero como instrumento del instrumento científico, antes de serlo como instrumento de todo instrumento.
Las investigaciones sobre las leyes de la adaptación y del aprendizaje, sobre la relación del aprendizaje con las aptitudes, sobre la detección y la medida de las aptitudes, sobre las condiciones del rendimiento y la productividad (ya se trate de individuos o de grupos) -investigaciones inseparables de sus aplicaciones a la selección o a la orientación-, admiten todas un postulado implícito común: lo propio de la naturaleza del hombre es de ser herramienta, su vocación es de ser puesto en su lugar, en su tarea.
Por supuesto, Nietzsche tiene razón en decir que los psicólogos quieren ser los “instrumentos ingenuos y precisos” de este estudio del hombre. Se han esforzado por llegar a un conocimiento objetivo, incluso si el determinismo que investigan en los comportamientos no es hoy el determinismo de tipo newtoniano, con el que estaban familiarizados los primeros físicos del siglo XIX, sino más bien un determinismo estadístico, progresivamente asentado sobre los resultados de la biometría. Pero finalmente ¿cuál es el sentido de este instrumentalismo a la segunda potencia?, ¿qué es lo que empuja o inclina a los psicólogos a convertirse, entre los hombres, en los instrumentos de una ambición de tratar al hombre como a un instrumento?
En los otros tipos de psicología, el alma o el sujeto, forma natural o conciencia de interioridad, es el principio que se ofrece para justificar como valor una cierta idea del hombre en relación con la verdad de las cosas. Pero para una psicología en la que la palabra “alma” hace huir y la palabra “conciencia” reír, la verdad del hombre está dada en el hecho de que no existe más la idea del hombre en tanto que valor diferente del de una herramienta. Ahora bien, hay que reconocer que, para que pueda hablarse de una idea de herramienta, es necesario que no todas las ideas sean puestas en el rango de herramientas, y que para poder atribuir a una herramienta algún valor, es necesario que no todo valor sea el de una herramienta cuyo valor subordinado consiste en procurarle alguna cosa.
Si el psicólogo no extrae su proyecto de psicología de una idea del hombre, ¿cree poder legitimarlo por su comportamiento de utilización del hombre? Decimos bien: “por su comportamiento de utilización”, a pesar de dos objeciones posibles. En efecto, se nos puede hacer notar, por una parte, que este tipo de psicología no ignora la distinción entre la teoría y la aplicación; por otra parte, que la utilización no es asunto del psicólogo, sino de aquél o aquellos que piden informes o diagnósticos.
Nosotros respondemos que a menos que confundamos al teórico de la psicología y al profesor de psicología, debemos reconocer que el psicólogo contemporáneo es, las más de las veces, un práctico profesional cuya “ciencia” está por completo inspirada por la búsqueda de ”leyes” de la adaptación a un medio socio-técnico –y no a un medio natural-, cosa que confiere siempre a sus operaciones de “medida” una significación de apreciación y un alcance de peritaje. De manera que el comportamiento del psicólogo del comportamiento humano encierra casi obligatoriamente una convicción de superioridad, una buena conciencia dirigista, una mentalidad de “manager” de las relaciones del hombre con el hombre. Es por eso que debemos volver a la pregunta cínica: ¿quién designa a los psicólogos como instrumentos del instrumentalismo?, ¿en qué se reconoce a los hombres que son dignos de asignar al hombre–instrumento su rol y su función?, ¿quién orienta a los orientadores?
Es evidente que no nos colocamos en el terreno de las capacidades y de la técnica. Que haya buenos o malos psicólogos, es decir, técnicos hábiles después de un aprendizaje o dañinos por estupidez no penada por la ley, no es fundamental. Lo fundamental es que una ciencia, o una técnica científica, no contienen por sí mismas ninguna idea que les confiera su sentido.
En su “Introducción a la Psicología”, Paul Guillaume hace la psicología del hombre sometido a una prueba de test. El testado se defiende contra una inquisición semejante, teme que se ejerza sobre él una acción. Guillaume ve en este estado de espíritu un reconocimiento implícito de la eficacia del test. Pero se podría también ver allí un embrión de psicología del encuestador. La defensa del encuestado es la repugnancia a verse tratado como un insecto por un hombre a quién no reconoce ninguna autoridad para decirle lo que es y lo que debe hacer. “Tratar como un insecto”, la frase es de Stendhal que la toma de Cuvier (11). ¿Y si nosotros tratáramos al psicólogo como a un insecto, si le aplicáramos por ejemplo, al tétrico e insípido Kinsey, la recomendación de Stendhal? En otras palabras, la psicología de reacción y de comportamiento, en los siglos XIX y XX, creyó hacerse independiente separándose de toda filosofía, es decir, de la especulación que busca una idea del hombre, mirando más allá de los datos biológicos y sociológicos. Pero esta psicología no puede evitar la recurrencia de sus resultados sobre el comportamiento de aquellos que los obtienen.
Y la pregunta “¿qué es la psicología?”, en la medida en que no se permita a la filosofía buscarle la respuesta, se convierte en “¿a dónde quieren llegar los psicólogos haciendo lo que hacen?, “¿en nombre de qué se han instituido como psicólogos?”.
Cuando Gedeón recluta el comando de israelitas a cuyo frente conduce a los madianitas al otro lado del Jordan (La Biblia, Jueces, Libro VII), utiliza un test de dos grados que le permite retener primero sólo diez mil hombres sobre treinta dos mil, luego trescientos sobre diez mil. Pero ese test debe al Padre Eterno la finalidad de su utilización y el procedimiento de selección utilizado. Para seleccionar a un seleccionador, normalmente es necesario trascender el plano de los procedimientos técnicos de selección.
En la inmanencia de la psicología científica la pregunta sigue existiendo: ¿quién tiene no ya la competencia sino la misión de ser psicólogo? La psicología reposa siempre sobre un desdoblamiento, pero ya no es más el de la conciencia, según los hechos y las normas que comporta la idea del hombre, sino el desdoblamiento entre una masa de “sujetos” y una élite corporativa de especialistas invistiéndose ellos mismos de su propia misión.
En Kant y en Maine de Biran, la psicología se sitúa en una Antropología; es decir, a pesar de la ambigüedad que actualmente está de moda de éste término, en una filosofía. En Kant, la teoría general de la habilidad humana sigue estando en relación con la teoría de la sabiduría (sagesse). La psicología instrumentalista se presenta como una teoría general de la habilidad, fuera de toda referencia a la sabiduría (sagesse). Si no podemos definir esta psicología por una idea del hombre, es decir, situar la psicología en la filosofía, no tenemos, por supuesto, el poder de prohibir a nadie que se autodetermine psicólogo y llame psicología a lo que hace.
Pero tampoco nadie puede impedir que la filosofía continúe interrogándose sobre el estatus mal definido de la psicología; mal definido, tanto del lado de las ciencias como del lado de las técnicas. Haciendo eso, la filosofía se conduce con su ingenuidad constitutiva, tan poco parecida a la simpleza, que no excluye un cinismo provisorio, y que la conduce a volverse una vez más hacia el costado popular, es decir, el costado nativo de los no especialistas.
Muy vulgarmente entonces, la filosofía le pregunta a la psicología: ¿dime hacia qué tiendes para que yo sepa qué cosa eres? Pero el filósofo puede también dirigirse al psicólogo -por una vez puede pasar- bajo la forma de un consejo de orientación, y decir: cuando se sale de la Sorbona por la rúe Saint Jacques, se puede ir calle arriba o calle abajo; si se va hacia arriba, nos acercamos al Panteón, que es el conservatorio de algunos grandes hombres, pero si vamos hacia abajo, nos dirigimos directamente a la Prefectura de Policía.
(Traducción: Nora Rosenfeld)
Notas.
1) L’Unite de la Psychologie, P.U.F. Paris, 1949.
2) Cf. Sciplon du Pleix: Corps de Philosophie contenent la Logique, la Physique, la Metaphysiique
et l’Ethique. Ginebra, 1636. (Primera edición, Paris, 1607).
3) Cf. Aron Gurwitsch: Developpement Historique de la Gestalt-Psychologie, in Thales, 11 año,
1935; págs. 167 a 175.
4) Scipion Du Pleix: op cit., Physique; pág. 439.
5) Ibid.; pág. 353.
6) Cours de Philosophie Positive, Primera Lección.
7) Essais sur les fondements de nos connaissances, 1851; págs 371 a 376.
8) Publicado por su hijo Hyacinthe Roger Collard, en Annales Médico-Psycholoogiques, 1843.
Tomo II; pág. 1.
9) ¿Qu’est-ce que la Phrenologie? Ou essai sur la signification et la valeur des systemes de
psychologie en Général et de celui de Gall en particulier, Paris 1836; pág. 401.
10) La volonté de Puissance, Traducción de Bianquis, Libro III, Pág 335.
11) “En lugar de odiar al pequeño librero de la aldea vecina que vende el Almanaque Popular, decía yo a mi amigo de Ranville, aplíquele el remedio indicado por el célebre Cuvier; trátelo como a un insecto. Busque cuáles son sus medios de subsistencia, trate de adivinar sus maneras de hacer el amor” (Memories de un Touriste, Ed. Calmann-Levy, Tomo II, Pág. 23).