Si queremos conocer y entender los efectos de la tecnología sobre la vida tendremos que desgranar filosóficamente los distintos aspectos sobre los que ejerce su influencia y las diversas formas en que lo hace.
Mario Bunge en este pequeño librito escrito en 1976 trataba de hacerlo de forma escueta y clarificadora.
Definiendo antes de nada el término 'tecnología' en relación a su necesaria compatibilidad con la ciencia y el método científico (que presupone la matemática), y su uso como medio de control, transformación y creación de cosas o procesos, naturales o sociales. Y a partir de aquí, tecnologías, muchas. Y aspectos 4 centrales. El epistemológico, el ontológico, el axiológico y el ético.
Del primero, interesa resaltar que Bunge considera que el tecnólogo se fundamenta en presupuestos realistas. Un realismo crítico, que suele estar matizado por una actitud marcadamente instrumentalista o pragmatista, dice. Así nos confiesa que el tecnólogo concibe la realidad como la totalidad de recursos (naturales y humanos) y productos de deshecho y el conocimiento como medio para controlar. Si le coloca al científico eso del conocer por conocer, al tecnólogo le cuelga encima el conocer para hacer. Distinción que con el paso del tiempo parece haberse difuminado en los hechos en la medida en que hacer-producir-crear es lo único que importa en nuestra sociedad contemporánea. Esta actitud básica comporta que el tecnólogo se desinterese de porciones de realidad que no son útiles para sus fines y las termine juzgando como 'ruido'. Así, es norma que se atiendan más a teorías simples y fáciles de digerir en pro de las metas buscadas que a teorías complejas donde existen demasiadas variables interactuando que dificultan la interpretación y comprensión con orientación a los fines prácticos buscados. Termina por afirmar que el tecnólogo, más allá de guiarse por unos principios, es filosóficamente oportunista, es decir, se propone maximizar su propia eficiencia prescindiendo de cualquier lealtad filosófica.
Cuanto a la dimensión ontológica expone algunas asunciones genéricas y otras de ramas tecnológicas específicas sobre la realidad existente y la creada. Aquí se cuestiona algunos interrogantes acerca de la naturaleza de los artefactos y los compuestos hombre-máquina creados por la tecnología en sus diversas ramas. Asimismo atribuye a la teoría general de sistemas un alcance mayor dentro de las ramas de la tecnología en tanto se ocupan de rasgos genéricos de géneros (y no ya de especies) y se enfocan en la estructura y comportamiento de un sistema (y no de la composición y el mecanismo), cosa que las dota de mayor amplitud para el control.
En lo que afecta a los valores de la tecnología, Bunge señala que el tecnólogo al dividir la realidad en recursos, artefactos y el resto, termina por considerar este resto como deshecho. Es por ello que afirma que se trata de una ontología, la tecnológica, atada a unos valores específicos. Fundamentalmente los valores de la producción, añadimos.
Para terminar, bucea en algunos aspectos éticos de la tecnología. Bunge afirma que la buena vida es inconcebible a día de hoy en ausencia de conocimiento (tanto útil como desinteresado). Pero añade que esto no ocurre con la tecnología. En tanto aplicación interesada de la ciencia y el conocimiento permite el accionar de procesos moralmente objetables por proponerse metas prácticas perversas. Y acaba escupiendo: la tecnología de la maldad es malvada. Por tanto, apela a todo el desarrollo y no sólo a las metas o fines, ejemplificándolo a través de los estudios y tecnología nazis. Propone aquí una tecnoética y una tecnopraexeología que permitan regular las acciones, los proyectos y las intenciones de los científicos y tecnólogos. Que esto no es posible en la práctica, lo sabemos a día de hoy. Aunque no quita que sigamos en el empeño.