Rural tourists go home!
Nos hace gracia lo que ahora definimos como rural. Mientras hemos asistido a un etnocidio rural, con la desaparición de una clase social, ahora parece que aquello que ya se acabó, nunca ha dejado de existir. Por doquier se producen eventos, conferencias y reuniones, desde diferentes ámbitos pero siempre con respaldo institucional, que nos venden una imagen de lo rural totalmente distorsionada con la realidad. Ahora cuando ya no existe, es cuando hay que promocionarlo. No es la realidad lo que nos quieren vender, si no un producto para comerciar en el mercado, ya que eso es en lo que ha acabado lo rural, en algo con lo que se puede mercadear. Como decimos hemos sido testigos de que cuando nos han hablado de lo rural lo único que hemos oído son formas de cómo atraer turismo a las zonas rurales o de cómo vender productos. El discurso en el que se escudan es que solo a través de la entrada en el mercado se pueden mantener vivos productos y supuestas formas de vida que nada tienen ya que ver con lo rural.
Un turismo rural ¿para recuperar qué? Para no recuperar nada. Algunos dirán que para que las zonas despobladas dejen de estarlo, pero el tan de moda discurso contra la despoblación es un discurso muy peligroso ya que tras él se esconde la mercantilización de las zonas naturales y de los pueblos despoblados o en vías de despoblación. Los que vivimos en zonas fuera de las ciudades (ya que dudamos que podamos seguir llamándolas rurales) y somos conscientes de las dinámicas mercantilizadoras de las ciudades, estamos sintiendo una especie de gentrificación de nuestras zonas. Lo mismo que en los barrios de las ciudades pero en los pueblos. Pueblos para los visitantes y no para sus habitantes. Ahora empiezan a venir lo que podríamos llamar los pioneros, aquellos que llegan primero y ven las posibilidades que guardan nuestros pueblos, luego asistiremos a la llegada masiva de todos los demás. Para muchos y muchas lo aquí expuesto sonará exagerado pero estamos al principio del proceso. Tiempo al tiempo.
Hasta hace nada todo aquello relacionado con lo rural (cuando aún lo era) era síntoma de atraso. Tenían que despoblar las zonas rurales, acabar con el apego a la tierra, acabar con esas formas de vida ajenas al mercado y todas las formas de solidaridad existentes. Cuando han conseguido acabar con todo esto, para poder llevar la transformación urbana y llevar mano de obra suficiente a la industria, con lo que se han encontrado es con zonas vacías. Algunas preocupantemente vacías como la Celtiberia ibérica con la segunda tasa de despoblación más alta de Europa occidental. Y es ahora, cuando tienen un territorio grandísimo prácticamente vacío cuando empieza su mercantilización.
Los mismos que crearon el problema lo intentan solucionar extrayéndole, como siempre, el máximo rendimiento económico (si es que así se puede solucionar algo). Desde la izquierda también se ve con muy buenos ojos este discurso de la repoblación. Desde esa izquierda que se viste de radical o de moderada según conviene a su número de votos. Esa izquierda que se queja de la gentrificación y de la mercantilización en las ciudades mientras apoya los discursos despoblacionales como si no hubiera una relación de lo uno con lo otro.
Lo que existe es una idealización y mistificación de lo rural y lo natural, de todo aquello que ayer despreciábamos. Una idealización fomentada e interesada por la industria turística. Muchas veces cuando hablamos sobre todos estos temas caemos en unos misticismos más que preocupantes. Cuanto más nos alejamos del objeto en cuestión más lo mitificamos. Suele ser algo común en nosotros y nosotras mismas, cuando no conocemos algo de manera directa la imagen que podemos llegar a hacernos siempre es diferente a cuando lo conocemos directamente. En la sociedad actual sus apologetas podrán argumentar que ello ya no pasa debido a toda la información a la que podemos acceder con el solo “click” de un ratón pero creemos que esto se ha agudizado todavía más. La sociedad hipertecnologizada e hiperindividualista en la que vivimos no nos llena lo suficiente y ello hace que idealicemos aquello que no conocemos, también gracias a la ayuda de la publicidad de la industria turística. Incluso aquellos y aquellas que parece que están viviendo en su sociedad ideal ocultan una insatisfacción enorme que intentan paliar con sucedáneos de experiencias reales y que mayor experiencia que reconectar con la naturaleza y con nuestro pasado.
Mitificamos lo rural y lo natural porque vemos en él un Edén ya perdido en el que podemos sentirnos protagonistas de nuestras propias vidas. Queremos tener, aunque sea un sucedáneo, algo que nos aporte algún tipo de experiencia natural, algo que nos parezca real, autentico, poder hacer algo con nuestras propias manos y poder realizarnos como seres humanos: poder cultivar un huerto, un pedacito de tierra que sea trasformada por nosotros y nosotras y que podamos ver su resultado; fabricar nuestras propias herramientas; recolectar nuestros propios alimentos; cazar; pescar; bañarnos en ríos salvajes; cocinar nuestros propios alimentos; aprender a hacer cestería; arreglar nuestra propia casa… Poder hacer, o al menos practicar su sucedáneo, de todo aquello que la sociedad de hoy nos impide hacer y que han sido las actividades que han regido, a través de los tiempos, nuestra sociedad, nuestra Historia y nuestro progreso posible. Cuando lo hacemos vivimos una experiencia increíble y vemos todas las posibilidades que guardamos en nosotros y nosotras mismas y que no sabíamos.
Eso es lo que nos vende el turismo rural, experiencias, más bien pseudoexperiencias, ya que lo que ahora hacemos no forma parte de nuestra vida del día a día sino parte de nuestro tiempo de reposo para volver al trabajo.
Asistimos a una pérdida que es irreparable. Las casas rurales se multiplican por doquier; se vende una imagen totalmente distorsionada de lo que en realidad somos; se mercantiliza el acceso a espacios naturales; el lobby de la caza compite con el del turismo a ver cuál de los dos puede llegar a ser más rentable y más destructivo; se construye; lo que antes se vendía a metros ahora se vende en hectáreas; suben los alquileres; vivir en el campo se está haciendo cada vez más imposible… Muchos argumentan que con el turismo rural estamos revirtiendo la perdida de lo rural pero no seamos ingenuos. No son las actividades rurales, como la ganadería y la agricultura, las que rigen la vida de nuestros pueblos hoy en día, y aunque las rigieran lo que hoy podemos denominar a través de esos nombres distan mucho de ser lo que en su día fueron. El turismo rural es la imagen de lo rural que ya no existe. Es su conversión en mercancía y ello es algo mucho peor porque si ya no existiera quizá podríamos ser conscientes de su perdida, pero con su conversión en mercancía en nuestro imaginario y en el del turista queda como que algo de todo aquello todavía existe.
En nuestra comarca, o en cualquier otra comarca de ese mundo no ya rural, lo vemos por todos los pueblos. Mientras hemos ido perdiendo población hemos ido ganando turismo rural. Perdemos lo rural y ganamos en turismo. Somos como el pueblo indígena que es expulsado de sus tierras, con la perdida de las formas de vida que ello conlleva, para acabar trabajando en un complejo turístico que imita aquello con lo que arrasó, mientras el turista cree que esta en algo superautentico. El turismo rural es el mismo turismo que el de la multinacional, es el mismo turismo que el del gran Capital, es el mismo turismo que el de la costa pero en el interior. Turismo familiar decían esta semana por el telediario refriéndose al “rural”. Intentan darle otra cara, otra imagen ya que el turismo convencional está dando una imagen de descontrol, contaminante, despilfarrador, de piso turístico legal o ilegal, de borrachera. Ahora hay que vender el turismo cultural, responsable, ecológico, sostenible, familiar… y ahí es donde tenemos nuestro turismo rural. La realidad es que el turismo es el turismo, es siempre el mismo. El turismo rural es el que hace que el turismo de costa se extienda hacia el exterior, el que produce aún más efecto llamada, el que hace que aeropuertos sin aviones empiecen a tenerlos, es el mismo turismo que el de la autovía, el de la autopista, el de la central eléctrica y la nuclear, el del complejo turístico…etc El mismo que el de siempre.
Pero se preocupen todos aquellos y aquellas que sufren por la despoblación del mundo rural y abogan por su mercantilización turística. Además de todo lo expuesto, las ciudades son cada día más insostenibles, más calurosas y con menos recursos. Aquellos y aquellas que tengan su cuenta bancaria lo suficientemente llena podrán disfrutar de aquellos territorios que no estén masificados y en los que sea aun posible la vida. Ya lo decía Charbonneau “si la evolución sigue por el mismo camino, la vieja casa del pobre acabará valiendo más que la mansión del rico”.
“Por eso la mirada del campesino no tiene nada que ver con la del turista. Mientras uno consume paisaje, el otro usa el territorio. Ambos alteran el entorno, pero solamente el campesino cambia con las transformaciones del lugar. El turista, por mucho que cambie el paisaje, seguirá siendo exactamente él mismo. Dos miradas que ilustran el cambio producido en las últimas décadas. El mundo del campesino ha desaparecido. Ha dejado paso al mundo del que proceden los turistas. Hemos cambiado un mundo sin paisajes por unos paisajes sin mundo”.
Vidas a la intemperie. Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino. Marc Badal
Nos hace gracia lo que ahora definimos como rural. Mientras hemos asistido a un etnocidio rural, con la desaparición de una clase social, ahora parece que aquello que ya se acabó, nunca ha dejado de existir. Por doquier se producen eventos, conferencias y reuniones, desde diferentes ámbitos pero siempre con respaldo institucional, que nos venden una imagen de lo rural totalmente distorsionada con la realidad. Ahora cuando ya no existe, es cuando hay que promocionarlo. No es la realidad lo que nos quieren vender, si no un producto para comerciar en el mercado, ya que eso es en lo que ha acabado lo rural, en algo con lo que se puede mercadear. Como decimos hemos sido testigos de que cuando nos han hablado de lo rural lo único que hemos oído son formas de cómo atraer turismo a las zonas rurales o de cómo vender productos. El discurso en el que se escudan es que solo a través de la entrada en el mercado se pueden mantener vivos productos y supuestas formas de vida que nada tienen ya que ver con lo rural.
Un turismo rural ¿para recuperar qué? Para no recuperar nada. Algunos dirán que para que las zonas despobladas dejen de estarlo, pero el tan de moda discurso contra la despoblación es un discurso muy peligroso ya que tras él se esconde la mercantilización de las zonas naturales y de los pueblos despoblados o en vías de despoblación. Los que vivimos en zonas fuera de las ciudades (ya que dudamos que podamos seguir llamándolas rurales) y somos conscientes de las dinámicas mercantilizadoras de las ciudades, estamos sintiendo una especie de gentrificación de nuestras zonas. Lo mismo que en los barrios de las ciudades pero en los pueblos. Pueblos para los visitantes y no para sus habitantes. Ahora empiezan a venir lo que podríamos llamar los pioneros, aquellos que llegan primero y ven las posibilidades que guardan nuestros pueblos, luego asistiremos a la llegada masiva de todos los demás. Para muchos y muchas lo aquí expuesto sonará exagerado pero estamos al principio del proceso. Tiempo al tiempo.
Hasta hace nada todo aquello relacionado con lo rural (cuando aún lo era) era síntoma de atraso. Tenían que despoblar las zonas rurales, acabar con el apego a la tierra, acabar con esas formas de vida ajenas al mercado y todas las formas de solidaridad existentes. Cuando han conseguido acabar con todo esto, para poder llevar la transformación urbana y llevar mano de obra suficiente a la industria, con lo que se han encontrado es con zonas vacías. Algunas preocupantemente vacías como la Celtiberia ibérica con la segunda tasa de despoblación más alta de Europa occidental. Y es ahora, cuando tienen un territorio grandísimo prácticamente vacío cuando empieza su mercantilización.
Los mismos que crearon el problema lo intentan solucionar extrayéndole, como siempre, el máximo rendimiento económico (si es que así se puede solucionar algo). Desde la izquierda también se ve con muy buenos ojos este discurso de la repoblación. Desde esa izquierda que se viste de radical o de moderada según conviene a su número de votos. Esa izquierda que se queja de la gentrificación y de la mercantilización en las ciudades mientras apoya los discursos despoblacionales como si no hubiera una relación de lo uno con lo otro.
Lo que existe es una idealización y mistificación de lo rural y lo natural, de todo aquello que ayer despreciábamos. Una idealización fomentada e interesada por la industria turística. Muchas veces cuando hablamos sobre todos estos temas caemos en unos misticismos más que preocupantes. Cuanto más nos alejamos del objeto en cuestión más lo mitificamos. Suele ser algo común en nosotros y nosotras mismas, cuando no conocemos algo de manera directa la imagen que podemos llegar a hacernos siempre es diferente a cuando lo conocemos directamente. En la sociedad actual sus apologetas podrán argumentar que ello ya no pasa debido a toda la información a la que podemos acceder con el solo “click” de un ratón pero creemos que esto se ha agudizado todavía más. La sociedad hipertecnologizada e hiperindividualista en la que vivimos no nos llena lo suficiente y ello hace que idealicemos aquello que no conocemos, también gracias a la ayuda de la publicidad de la industria turística. Incluso aquellos y aquellas que parece que están viviendo en su sociedad ideal ocultan una insatisfacción enorme que intentan paliar con sucedáneos de experiencias reales y que mayor experiencia que reconectar con la naturaleza y con nuestro pasado.
Mitificamos lo rural y lo natural porque vemos en él un Edén ya perdido en el que podemos sentirnos protagonistas de nuestras propias vidas. Queremos tener, aunque sea un sucedáneo, algo que nos aporte algún tipo de experiencia natural, algo que nos parezca real, autentico, poder hacer algo con nuestras propias manos y poder realizarnos como seres humanos: poder cultivar un huerto, un pedacito de tierra que sea trasformada por nosotros y nosotras y que podamos ver su resultado; fabricar nuestras propias herramientas; recolectar nuestros propios alimentos; cazar; pescar; bañarnos en ríos salvajes; cocinar nuestros propios alimentos; aprender a hacer cestería; arreglar nuestra propia casa… Poder hacer, o al menos practicar su sucedáneo, de todo aquello que la sociedad de hoy nos impide hacer y que han sido las actividades que han regido, a través de los tiempos, nuestra sociedad, nuestra Historia y nuestro progreso posible. Cuando lo hacemos vivimos una experiencia increíble y vemos todas las posibilidades que guardamos en nosotros y nosotras mismas y que no sabíamos.
Eso es lo que nos vende el turismo rural, experiencias, más bien pseudoexperiencias, ya que lo que ahora hacemos no forma parte de nuestra vida del día a día sino parte de nuestro tiempo de reposo para volver al trabajo.
Asistimos a una pérdida que es irreparable. Las casas rurales se multiplican por doquier; se vende una imagen totalmente distorsionada de lo que en realidad somos; se mercantiliza el acceso a espacios naturales; el lobby de la caza compite con el del turismo a ver cuál de los dos puede llegar a ser más rentable y más destructivo; se construye; lo que antes se vendía a metros ahora se vende en hectáreas; suben los alquileres; vivir en el campo se está haciendo cada vez más imposible… Muchos argumentan que con el turismo rural estamos revirtiendo la perdida de lo rural pero no seamos ingenuos. No son las actividades rurales, como la ganadería y la agricultura, las que rigen la vida de nuestros pueblos hoy en día, y aunque las rigieran lo que hoy podemos denominar a través de esos nombres distan mucho de ser lo que en su día fueron. El turismo rural es la imagen de lo rural que ya no existe. Es su conversión en mercancía y ello es algo mucho peor porque si ya no existiera quizá podríamos ser conscientes de su perdida, pero con su conversión en mercancía en nuestro imaginario y en el del turista queda como que algo de todo aquello todavía existe.
En nuestra comarca, o en cualquier otra comarca de ese mundo no ya rural, lo vemos por todos los pueblos. Mientras hemos ido perdiendo población hemos ido ganando turismo rural. Perdemos lo rural y ganamos en turismo. Somos como el pueblo indígena que es expulsado de sus tierras, con la perdida de las formas de vida que ello conlleva, para acabar trabajando en un complejo turístico que imita aquello con lo que arrasó, mientras el turista cree que esta en algo superautentico. El turismo rural es el mismo turismo que el de la multinacional, es el mismo turismo que el del gran Capital, es el mismo turismo que el de la costa pero en el interior. Turismo familiar decían esta semana por el telediario refriéndose al “rural”. Intentan darle otra cara, otra imagen ya que el turismo convencional está dando una imagen de descontrol, contaminante, despilfarrador, de piso turístico legal o ilegal, de borrachera. Ahora hay que vender el turismo cultural, responsable, ecológico, sostenible, familiar… y ahí es donde tenemos nuestro turismo rural. La realidad es que el turismo es el turismo, es siempre el mismo. El turismo rural es el que hace que el turismo de costa se extienda hacia el exterior, el que produce aún más efecto llamada, el que hace que aeropuertos sin aviones empiecen a tenerlos, es el mismo turismo que el de la autovía, el de la autopista, el de la central eléctrica y la nuclear, el del complejo turístico…etc El mismo que el de siempre.
Pero se preocupen todos aquellos y aquellas que sufren por la despoblación del mundo rural y abogan por su mercantilización turística. Además de todo lo expuesto, las ciudades son cada día más insostenibles, más calurosas y con menos recursos. Aquellos y aquellas que tengan su cuenta bancaria lo suficientemente llena podrán disfrutar de aquellos territorios que no estén masificados y en los que sea aun posible la vida. Ya lo decía Charbonneau “si la evolución sigue por el mismo camino, la vieja casa del pobre acabará valiendo más que la mansión del rico”.
Cecilio Rodríguez