"Erritmo politikoki konprometituak" Musika Iraultzailea / Liburu, fanzine eta material politikoaren azoka

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"Erritmo politikoki konprometituak"
Musika Iraultzailea 

Liburu, fanzine eta material politikoaren azoka
Feria del libro, fanzine y material politico
Irailak 27, 28, 29 Septiembre

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La cena con el terror

La cena con el terror

    
Maxim Gorki, entre Voroshilov, comisario de defensa, y Stalin en la biblioteca de su casa. Meses antes de la gran cena.
 


El 26 de octubre de 1932, en la casa del escritor Maxim Gorki en la moscovita calle Málaya Nikitskaya, tuvo lugar un encuentro que pasará a la historia de la literatura y la política de la URSS durante generaciones. Se ha escrito mucho sobre esta noche, pero poco sobre lo que en realidad sucedió.

El comedor de la casa es amplio, a la derecha hay un piano. Encima habitualmente una fotografía desde la que observan los rostros felices de la nuera y sus dos hijas, Marfa y Daria. Esa noche la fotografía ha sido retirada. Una larga mesa se extiende desde el umbral hasta la ancha y adornada ventana. Libros y retratos se suceden en las paredes.

Esta tarde otoñal de 1932 se han dispuesto mesas cubiertas con manteles blancos, absortas de bebidas y entremeses. La cortina tapa el ventanal. La araña que pende del techo emite un suave pero vigoroso resplandor. El comedor está abarrotado. En la mesa de honor se encuentran los líderes del Kremlin Stalin, Mólotov, Voroshilov, Kaganóvich. No tienen su aspecto altivo. Parecen sencillos. Sus gestos son suaves. Con razón están alegres. Hay en sus rostros un halo de consecuencia: disfrutan sinceramente de la bebida, la comida y la compañía. A su alrededor hay cincuenta escritores. Tienen el rostro más tenso. parecen espectantes. No son los grandes escritores de Rusia, a excepción del anfitrión. En este salón no están los escritores que están siendo perseguidos. No están en esta noche las estrellas que tintinean en la oscura noche rusa. No están Ajmátova, Mandelstam, Pasternak, Plátonov, Bulgákov, Bábel, Bieli, Kliúyev, Pilniak. Algunos de ellos ya no están a esa hora en ningún lugar.

Los invitados debaten cediendo la palabra a las voces autorizadas. En realidad no debaten. Hay una premisa, una gran cuestión: quién tiene que administrar la poco dócil literatura rusa y cómo hacerlo. Las voces autorizadas van dando las claves entre vaso y vaso. No basta con organizar a los escritores en un único rebaño; hay que crear una corriente, una directriz; enseñarles no solo cómo vivir, sino también cómo escribir. El viento ha dejado de silbar a través de la ventana. Prosiguen, es necesario un principio general, un gran método, por supuesto científico. Nadie habla de libertad ni de creación.  De los labios de Stalin sale una propuesta, como el cañonazo del Aurora: el realismo socialista.
Gronski sugiere a Stalin que este nuevo método de literatura se denomine realismo proletario, o mejor, realismo comunista: pero Stalin prefiere Realismo Socialista.

Ya ha corrido el vodka. Resuenan las carcajadas. Fadéyev persuade a Shólojov para que cante. Malishkin se abre paso para brindar con el camarada Stalin

– ¡A la salud del camarada Stalin! – brama el poeta Vladímir Lugovski

Y entonces ocurre algo espantoso. El narrador Nikiforov, que está sentando frente a Stalin se levanta y grita

– ¡Estoy harto! ¿Hemos brindado a la salud del camarada Stalin más de un millón ciento cuarenta y siete mil veces! Seguro que él también debe estar harto…

Se ha hecho un silencio siberiano, se hace de noche en la la sala. Stalin se levanta. Le tiende la mano y le presiona la punta de los dedos

– Gracias, Nikifororov, tiene razón. Ya estoy harto.

La sala  empieza a zumbar de nuevo como una colmena. Durante la velada, Stalin ha llamado a los escritores “ingenieros de almas humanas”. La producción de almas es tan importante como la producción de tanques, añade.

Alrededor de la literatura rusa se tejió desde entonces un telón ideológico que la anquilosaría durante décadas. En las jornadas del Primer Congreso de Escritores soviéticos, poco después de la cena, informaron a la opinión pública soviética de lo que se había pensado y decidido en la casa de Gorki. Pocos años después, una cuarta parte de los escritores participantes en aquella cena se hallaba en prisión; muchos fueron fusilados, entre ellos el imprudente Nikiforov.

Sabemos lo que ocurrió esa noche porque lo dejaron escrito los escritores de gris, los cientos de burócratas y comisarios pertenecientes a la temida NKVD. Fueron ellos los que en el expediente sobre Maxim Gorki reflejaron los detalles concretos, el color de las palabras y el herrumbroso ambiente. Los millones de expedientes de aquella NKVD y la posterior KGB, son la contra crónica de la literatura rusa y el relato de los cerca de cinco mil escritores fusilados, deportados o desaparecidos en campos de trabajo. En los archivos del KGB se guardan obras inéditas de esos autores, cartas que nunca recibieron. Están recogidas algunas en el imprescindible libro de Vitali Shentalinski, La Palabra Arrestada, editado por Galaxia Gutenberg.

Shentalinski bucea en los expedientes de los poetas y escritores que no estaban en esa cena en la casa de Gorki y también en el de este último.

Hubo un tiempo en el que Gorki, como otros tantos, vivió la esperanza del aire que traía la revolución. Era un anhelo que también estallaba en la epidermis de la literatura, de las comunidades, del pueblo ruso. Ese anhelo persistiría decenios aún dislocado y magullado como los cuerpos y espíritus de quienes abrazaron la esperanza revolucionaria. Esa esperanza que pronto da paso al terror. Gorki publica en el Nóvaya Zhizn `Vida Nueva] sus Pensamientos inoportunos, en los que rechaza la Revolución bolchevique, al no ver en ella sino un presagio de muerte para Rusia. Vladimir Illich Lenin atiende sus quejas. Se le acerca, le consuela. Le atrae.

“Me dispongo a trabajar con los bolcheviques sobre un principio de autonomía  – escribe poco después Gorki a Yevkaterina Pávlova Péshkova en 1918 – estoy harto de la oposición académica y débil de Nóvaya Zhizn

1920. A medida que Lenin avanza en su éxito político, Gorki fracasa en su intento de poner la cultura fuera del alcance de quienes detentan la revolución. Lenin escribe, premonitorio,

“El hecho de que unas cuantas docenas [¡aunque fueran centenares] de señoritos cadetes y simpatizantes estén entre rejas para prevenir conspiraciones… no puede ser tan grave. ¡Qué calamidad! ¡Qué injusticia! (….) las fuerzas intelectuales de obreros y campesinos crecen y se fortalecen en la lucha para derrocar la burguesía y a sus cómplices, los intelectuales, los lacayos del capitalismo, que se consideran el cerebro de la nación. En realidad no son el cerebro, sino la mierda…”.

En 1921, Lenin pensaba que Gorki era más un estorbo que un instrumento útil para imponer el orden revolucionario. En el archivo del Partido se guardaban 3.724 archivos inéditos de Lenin. Gúsev, uno de sus compañeros de armas, recuerda:

“Lenin nos decía que cada miembro del partido debía ser un agente de la checa, o sea, que tenía que observar e informar… si sufrimos de algo no es de que haya denuncias, sino de que no las haya… Puedo ser un buen amigo de alguien, pero en el momento en que empecemos a distanciarnos políticamente, estamos obligados no solo a cortar nuestro lazos de amistad, sino ir más lejos: a denunciarlos”

Pero Gorki se mantiene firme a la catarata de juicios y sentencias ya en tiempo de Lenin. El 3 de julio de 1922 tiene lugar el juicio sumario contra el Partido Social Revolucionario. Sus miembros habían hecho la revolución junto a los bolcheviques. Ahora se les catalogaba judicialmente de contrarrevolucionarios. Gorki, en el norte de Alemania, reacciona:

“Distinguido Anatole France, el proceso contra los socialistas revolucionarios ha tomado un cariz cínico al preparar a la opinión pública para el asesinato de unas gentes que sirvieron sinceramente a la causa de liberación del pueblo ruso. Le ruego se dirija de nuevo a las autoridades soviéticas para insistir en el carácter inadmisible de este crimen”

Lenin calificó esta carta de asquerosa. Si bien el Presidium ratificó la pena de muerte del tribunal supremo, suspendió su ejecución a cambio de que los socialistas revolucionarios suspendieran su existencia.

Gorki escribió en la prensa duros ataques a los críticos con el régimen soviético. Estos le envían cartas que caen en manos de la OGPU. Las advertencias le llegan de quienes viven en la URSS mientras él reside a miles de kilómetros en Italia. Le exhortan, le imploran que habrá los ojos. Gorki escribe “Rul [periódico de los emigrados blancos] sospecha que soy quien informa a la OGPU de los “ciudadanos mecánicos”. Estos canallas no tienen vergüenza”. Gorki es un topo sin saberlo, y sin querer escuchar las advertencias, que los servicios soviéticos utilizan a su antojo. El titiritero que maneja a Gorki es el jefe supremo del terror, Yagoda. Llega Gorki al punto de admirar, con un agradecimiento emocionado, la tarea de la reeducación de delincuentes que hacía el NKVD. Esa proximidad entre Gorki y los órganos de represión, escribe Shentalinski, quizá fuera el motivo de la buena predisposición que mostraban los observadores extranjeros hacia la vida soviética.

“Dentro de unos cincuenta años [1935], cuando las pasiones se hayan enfriado y los hombres que vivían en los finales del siglo XX vean la primera mitad de este como la excelsa tragedia y epopeya del proletariado que fue, entonces, seguramente, ya el arte y la historia habrán iluminando lo suficiente la sorprendente labor cultural que nuestros chequistas más humildes han llevado a cabo en los campos del Gulag». En una visita a las obras de construcción del Berlomokanal, el canal entre el l mar blanco y el Báltico, en la que trabajaban convictos, Gorki abrazó a Yagoda y derramando lágrimas le dijo: “ustedes no acaban  de comprender, diablos, lo que están haciendo¡”

Tan solo unas pocos de las personas que formaban parte del fatal círculo de Gorki fallecieron de muerte natural, resume Shentalinski. Miembros del partido, chequistas, escritores-delatores y simplemente escritores fueron fusilados, o perdieron la vida en prisiones o campos de trabajo o en obras de ingeniería como la del Berlomokanal. Mejor suerte tuvieron las mujeres que vivieron alrededor de Gorki. Lipa Cherkova casi vivió hasta el final de la era estalinista. Yevkaterina Pávlova Péshkova vivió hasta el deshielo de Jruschov.Timosha, hasta el estancamiento de Brezhnev. A todas ellas sobrevivió María Búdberg, por algo la llamaban “la mujer de hierra. Las nietas de Gorki se convirtieron en abuelas y los biznietos del escritor ven el régimen soviético en los libros de historia.


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